sábado, 29 de agosto de 2009

Viernes

De siempre ha sido y es mi día preferido de la semana. Los viernes a la salida del colegio los bocatas de Nocilla sabían mejor... Caminábamos más rápido, haciendo la típica ronda recogiendo meriendas para terminar jugando en aquella callejuela donde nos encaramábamos a la reja de aquella casa abandonada. Apenas se adivinaban algunos cuadros colgando de gente ya antigua, ya mayor, ya vieja, ya muerta.... Tratábamos de imaginar cómo había sido la vida allí dentro, y contábamos cosas que daban miedo.

Viernes era el rato del Musical Expres, con Ángel Casas; y un viernes me quedé embobada viendo en la tele pequeñita -del cuarto donde mi madre preparaba anzuelos con aquella máquina enganchada a la mesa camilla- a Jim Morrison. Llevaba su camisa negra, su pelo ondulado y rebelde, y cantaba Light my Fire. Nunca olvidaré ese momento.

Viernes era la noche del Un, dos, tres; la antesala del Sabadabadá del día siguiente, de ver a José Ramón Sánchez dibujando a la velocidad del rayo, a Horacio Pinchadiscos y a nuestro Torrebruno.

Los viernes de después, ya "con pelo", eran los de la mejor tarde cervecera de la semana, la mejor noche para salir. La noche en que solían tocar los grupitos en los Pubs, la noche en la que no salía todo el mundo pero sí los mejores :D. La noche en que no se aglomeraban los sitios, donde nos sentábamos en la barra y debatíamos hasta altas horas, con la música que pedíamos al dueño del Pub a un volumen aceptable para hablar.

Los viernes se hacían amigos, se intimaba. No sabía igual la copa que cualquier otro día.

El viernes era como el hermano pobre del siempre magnificado sábado, ese sábado en que salíamos vestidas para matar, en que salían todos, en que estaban todos. El viernes a veces no nos cambiábamos de ropa, si acaso nos planchábamos un poco el pelo y tirábamos de labio rojo -a esas edades todos los colores quedan bien-.

Las mejores risas siempre fueron en viernes, las mejores improvisaciones, los mejores corrillos, los lazos más duraderos con la gente.

Donde esté un viernes, que se quiten todas las Fiebres del Sábado Noche... , todas las bolas luminosas, todas las poses, todas las ilusiones...

... porque en viernes suelen pasar las mejores cosas ;).

jueves, 20 de agosto de 2009

Cumples




No recuerdo cuándo empecé a quitar importancia a "las fechas importantes", la verdad. No sería de un día para el otro, ni por ninguna pataleta de la que recuerdas el motivo y por tanto, puedes situar fácilmente en el tiempo con un antes y un después, pero si fue algo gradual, debió ser seguramente cuando la gente empezó a olvidarse de los míos.

Digo yo que debí creer que era ley de vida, que los años felices de los Reyes Magos, Navidad y cumples habían quedado atrás con mi inocencia, y que llegada a la adultez, "es lo que tiene".

El día que nací, bueno, mejor dicho los siguientes, je, siempre nos pillaba a casi todos los de casa en plena campaña de producción de naranja, en días sin demasiadas horas libres, ni sábados ni domingos. Unos metidos a cortarla, otros a que se la cortaran, otras como locas empaquetando, o calibrando, o destriando, o...

Recuerdo habérselo reprochado un par de veces a mi madre, y ante su respuesta...

"¿Cómo quieres que me acuerde, si no sé en qué día estoy?"

... pues como que me mentalicé, y me hice a la idea de que cuanto más mayor menos importante era para el resto.

No sé, digo que aquello sería la excusa perfecta para que en casa se olvidaran de ese día y fuese solapado y condenado al ostracismo entre muchos días parecidos, que en lo único que se diferenciaban básicamente era en que en aquellos no tenía nada que celebrar ni conmemorar.

Más tarde, sí recuerdo que cada vez menos personas -imagino que algunas con una agenda en sus ordenadores y otros con buena memoria- seguían acordándose de ese día, y quieras que no, como que fui perdiendo interés (o haciendo como que lo perdía...). Pensé que esos días chulos habían quedado en los ochenta, y que a partir de la veintena, una ya no tenía derecho a ilusionarse consigo misma, ni siquiera una vez al año, y que a nadie importaba que un sábado a la una y pico del mediodía de hacía veinticinco, veintiséis años, había venido al mundo, fuera para lo que fuera.

Celebré mi último cumple pues de manera simbólica a los veinte años. No fue con mi familia, sino con el extenso grupo con el que salía entonces. Tampoco aquel fue especial, porque éramos varios los nacidos con pocas semanas de diferencia y lo celebramos tres a la vez. Impersonal a más no poder, vamos.

A partir de ahí, como que me hice tan práctica que me empeciné en admitir que todos los días eran iguales, que un número concreto de un mes concreto era solo una circunstancia, ni más ni menos, y que poco había cambiado el mundo por haber nacido otra persona. Así pues, aprendí esa coletilla y la suelo largar a la mínima ocasión, como digo: "no sirvo para los números", o "se me da fatal la Historia"...

Dejó también de importarme la Navidad, el día de mi santo (uno de los dos), las Nocheviejas, el Año Nuevo, el día del Trabajo... y preferí desde entonces vivir todos los días como días, sin ponerles adjetivos "de".

Ahora pienso que fue más bien una manera de autoprotegerme y autoconsolarme cuando, llegado ese día, cada año se acordara de mí un número menor de gente.

Y no creáis, a todo se acostumbra una, y de esta forma los días pasan a ser todos del mismo color, como sin picos, ni altos ni bajos. Lo paradójico de la cosa es que nunca dejé de recordar ni felicitar el aniversario de toda la gente que ha significado algo en mi vida desde que era pequeñita hasta ahora.

Bueno, pues resulta que hablando con un amigo el otoño pasado, y dándole toda esta explicación detallada y explicada, me dijo algo que me hizo casi llorar:

-"Claro que fue un día importante. Debes tenerlo en cuenta, no es un día normal. Naciste tú"

Y ese momento, como que me cayeron todas las caretas de indiferencia, y todas las barreras emocionales, y admití dentro, muy dentro, que en realidad me encantaba que la gente recordara ese día y lo asociara con mi persona, y que tuvieran un detalle, una palabra, una línea de sms. Que no era indiferencia, sino tristeza por volverse uno tan insignificante, por verse y admitirse tan olvidado.

Ahora que soy madre, procuro que mi hijo sepa que cada seis de noviembre es uno de los mejores días del año, y lo seguirá siendo. Que nació un jueves, que eran las cuatro y diez de la tarde, y sobre todo, y lo más importante, que no llegue nunca a menospreciarse ni a olvidarse de él mismo.

jueves, 13 de agosto de 2009

Dudas II (y la solución :P)

Inspirada por un proverbio que me encantó cuando lo leí por primera vez hace ya unos años y he vuelto a releer hace un ratín...

"Si tu problema tiene solución, ¿por qué te preocupas?
Si tu problema no tiene solución, ¿por qué te preocupas?"

... me parece que he dado con la pregunta que me da la respuesta que ando buscando desde hace ya unos años:

¿De qué sirve todo si no hay afecto?

"Al afecto se debe el noventa por ciento de toda felicidad sólida y duradera"
(Clive Staples Lewis)

martes, 11 de agosto de 2009

Realidad

Suelo tirar directamente a la papelera los pps, más que nada porque suelen venir en grupo y no me da tiempo para verlos directamente. Peeero... mira tú por dónde que recibí uno hace un par de semanas que me paré a ver, y me gustó hasta el punto de poner aquí la historia, que se resumiría así:

"Una mujer miraba siempre desde su ventana el jardín de su vecina, y viendo la colada tendida le comentaba a su marido:
- Hay que ver qué sucias tiene las sábanas la vecina... ¿no habrá nadie que se lo diga? ¿no se da cuenta y pone remedio?
Así una y otra vez, hasta que un día se levantó, fue a mirar y vio que las sábanas ese día colgaban completamente blancas.
- ¡Anda! mira, ya era hora de que se diera cuenta, alguien se lo habrá dicho...
Respondió el marido:
- Nada de eso. Simplemente limpié los cristales de nuestra ventana ;)"


La realidad objetiva acaba de evaporarse
(Werner Karl Heisenberg)

miércoles, 5 de agosto de 2009

¡Arriba!

Fueron los veinte minutos más silenciosos en mucho tiempo, habiendo tanta gente a mi alrededor (y tantos niños)...

La sensación de nudo en la garganta -aplaudo al que la definió así por primera vez-, las lágrimas contenidas -por pudor-. ¡Qué cosa tan bonita!. De veras, solo por esos veinte minutos primeros ya vale la pena la película entera.

Personajes recordando rostros. Vi a Spencer Tracy, a Kirk Douglas, a Errol Flynn...

Pero... qué cosa tan bonita (y van dos) la historia de este hombre y su Elly. Sin palabras, sin desperdicio.

Hace casi un año, después de mucho pensar y repensar, me decidí a emprender un viaje, casi de la noche a la mañana, concordando muchos factores a la vez para que fuera posible.

Dudas, siempre, qué asquito a veces dudar tanto :(.

Pero recuerdo perfectamente esa sensación, dirigiéndonos a cenar la primera noche, en la que me giré hacia mi anfitrión (uno de ellos), y le dije:

-"¿Ves? Solo por este momento ya ha valido la pena todo".

No creo que en todos los buenos momentos esto sea necesariamente así. Hay viajes inolvidables, reuniones amenísimas..., pero ese momento, esa sensación en que uno observa esa milésima de segundo y piensa: "esto me lo compensa todo", es indescriptible.

No sé explicarlo mejor, pero sería como un pequeño gran premio entre medias de grandes pequeños momentos, pero valiendo solo él cien veces más que el resto. Como un instante tocado por algo mágico, sin suceder nada del otro mundo.

Pues eso, eso existe, es posible, es factible. En un año una semana puede haber valido la pena. O un día, o un rato, o... veinte minutos.