De siempre ha sido y es mi día preferido de la semana. Los viernes a la salida del colegio los bocatas de Nocilla sabían mejor... Caminábamos más rápido, haciendo la típica ronda recogiendo meriendas para terminar jugando en aquella callejuela donde nos encaramábamos a la reja de aquella casa abandonada. Apenas se adivinaban algunos cuadros colgando de gente ya antigua, ya mayor, ya vieja, ya muerta.... Tratábamos de imaginar cómo había sido la vida allí dentro, y contábamos cosas que daban miedo.
Viernes era el rato del Musical Expres, con Ángel Casas; y un viernes me quedé embobada viendo en la tele pequeñita -del cuarto donde mi madre preparaba anzuelos con aquella máquina enganchada a la mesa camilla- a Jim Morrison. Llevaba su camisa negra, su pelo ondulado y rebelde, y cantaba Light my Fire. Nunca olvidaré ese momento.
Viernes era la noche del Un, dos, tres; la antesala del Sabadabadá del día siguiente, de ver a José Ramón Sánchez dibujando a la velocidad del rayo, a Horacio Pinchadiscos y a nuestro Torrebruno.
Los viernes de después, ya "con pelo", eran los de la mejor tarde cervecera de la semana, la mejor noche para salir. La noche en que solían tocar los grupitos en los Pubs, la noche en la que no salía todo el mundo pero sí los mejores :D. La noche en que no se aglomeraban los sitios, donde nos sentábamos en la barra y debatíamos hasta altas horas, con la música que pedíamos al dueño del Pub a un volumen aceptable para hablar.
Los viernes se hacían amigos, se intimaba. No sabía igual la copa que cualquier otro día.
El viernes era como el hermano pobre del siempre magnificado sábado, ese sábado en que salíamos vestidas para matar, en que salían todos, en que estaban todos. El viernes a veces no nos cambiábamos de ropa, si acaso nos planchábamos un poco el pelo y tirábamos de labio rojo -a esas edades todos los colores quedan bien-.
Las mejores risas siempre fueron en viernes, las mejores improvisaciones, los mejores corrillos, los lazos más duraderos con la gente.
Donde esté un viernes, que se quiten todas las Fiebres del Sábado Noche... , todas las bolas luminosas, todas las poses, todas las ilusiones...
... porque en viernes suelen pasar las mejores cosas ;).
Viernes era el rato del Musical Expres, con Ángel Casas; y un viernes me quedé embobada viendo en la tele pequeñita -del cuarto donde mi madre preparaba anzuelos con aquella máquina enganchada a la mesa camilla- a Jim Morrison. Llevaba su camisa negra, su pelo ondulado y rebelde, y cantaba Light my Fire. Nunca olvidaré ese momento.
Viernes era la noche del Un, dos, tres; la antesala del Sabadabadá del día siguiente, de ver a José Ramón Sánchez dibujando a la velocidad del rayo, a Horacio Pinchadiscos y a nuestro Torrebruno.
Los viernes de después, ya "con pelo", eran los de la mejor tarde cervecera de la semana, la mejor noche para salir. La noche en que solían tocar los grupitos en los Pubs, la noche en la que no salía todo el mundo pero sí los mejores :D. La noche en que no se aglomeraban los sitios, donde nos sentábamos en la barra y debatíamos hasta altas horas, con la música que pedíamos al dueño del Pub a un volumen aceptable para hablar.
Los viernes se hacían amigos, se intimaba. No sabía igual la copa que cualquier otro día.
El viernes era como el hermano pobre del siempre magnificado sábado, ese sábado en que salíamos vestidas para matar, en que salían todos, en que estaban todos. El viernes a veces no nos cambiábamos de ropa, si acaso nos planchábamos un poco el pelo y tirábamos de labio rojo -a esas edades todos los colores quedan bien-.
Las mejores risas siempre fueron en viernes, las mejores improvisaciones, los mejores corrillos, los lazos más duraderos con la gente.
Donde esté un viernes, que se quiten todas las Fiebres del Sábado Noche... , todas las bolas luminosas, todas las poses, todas las ilusiones...
... porque en viernes suelen pasar las mejores cosas ;).