miércoles, 30 de septiembre de 2009

Otra canción... y algo más.


No recuerdo qué verano fue. Seguramente el del 83-84. Lo que sí recuerdo con precisión fue la sensación, sentada en la terraza con una hamaca y a pleno sol (en esa época no se llevaba lo de la protección solar ni la prevención, veremos si mi memoria pielil me termina pasando factura...), de que el mundo iba por un lado y yo estaba como en una burbuja. Sensación causada simplemente por tener entre mis manos un libro de tamaño cuartilla. Se titulaba Los Hollister...

Ese fue uno de tantos, pero diría que mi primera incursión a la literatura juvenil.. Como subir el siguiente escalón tras Esther y su Mundo, La Familia Feliz, Joyas Literarias, Los Extraordinarios Relatos del tío Arthur, etc, etc, y obviando a los patrios Mortadelo, Zipi y Zape y la 13 Rue del Percebe. Y no era uno solo, ya que mis hermanos, grandes lectores ambos, los compraban como de cuatro en cuatro. A varios libros de esta familia a la que pasaba de todo en sus vacaciones, siguieron Los Cinco -cómo no-, La Brigada Juvenil y Puck.

Eran los primeros libros sin dibujos ni viñetas, y aunque supongo que al principio les tendría miedito, éste se superó satisfactoriamente, afortunadamente para mi cabeza, pienso yo.

Y a las aventuras que ya era capaz de imaginar sólamente leyendo, formando en mi imaginación rostros, gestos  y modos de ser, se unió la incursión en las series o pelis de aventuras que sucedían a gente de mi edad. Recuerdo una serie de telefilmes europeos que dieron un otoño, en el que se nos mostraban las vicisitudes de chavales de países entonces desconocidísimos para mí, como Polonia, Suecia.... También recuerdo al héroe asturianu Pinín, que fuí a ver tres días seguidos durante una sesión de cine de Navidad en el Hogar Parroquial con mi amiguita y tocaya Mariajo. Lo curioso es que he sabido en la actualidad que era asturianu y no galego, dato que tenía como cierto ¡qué cosas!

Y también, como un recuerdo de esos años y esas otras vidas, otras costumbres, otros paisajes y otras lenguas, tengo en la mente grabada una canción, que servía de música de cabecera para la serie El Valle Secreto.

Se trata de Waltzing Matilda, y su historia es bien curiosa. No dejéis de leerla aquí.

Y después de leída su historia, solo queda que la escuchéis:

sábado, 26 de septiembre de 2009

Las palabras no dichas...



Hace poco ví una película de la que había oído hablar muy bien en un programa nocturno de radio. Se trata de "Buscando un beso a medianoche", que para mí no dejó de ser una versión más de tantas y tantas pelis de chico-conoce-chica. Me encantan las comedias románticas, sí, pero habiendo tantas para elegir, desde luego no me quedo con ésta.

En cambio sí hubo una escena que me llegó bastante. El protagonista le estaba escribiendo un email a su ex-pareja para desearle un Feliz Año Nuevo, y cuando llevaba como veinte líneas de desgrane de sentimientos, de desnudez total y de poéticas frases -que seguramente nunca le hubiera dicho en persona-, titubeó un segundo, seleccionó todo el texto y le dio a Supr/Del, escribiendo -ahora sí para enviar- el típico "Feliz Año Nuevo, que te vaya todo bien y que seas feliz", que igual sirve para un vecino, para un familiar que ni te va ni te viene, o para un contacto de Facebook que si desapareciera un día de tu lista quizás no llamaría ni siquiera tu atención...

Eso me hizo pensar en cuántas cosas quizás diríamos -o mejor dicho, cuántas cosas no dejaríamos de decir- si no dedicáramos la milésima parte de un segundo a repensar lo que vamos a decir, lo que vamos a escribir, o lo que vamos a enviar.

Hoy recibí confirmación de envío de una tarjeta de estas virtuales de cumpleaños. Bien, debería haber sido recibida por su destinatario hace exactamente veintiún días. Cuando leí el "acuse de recibo", la leí también a ella. No recordaba qué había escrito -obviamente no era un feliz cumple soso y quedadordebien-, y leerlo hoy me hizo tratar de recordar por qué puse las palabras que puse y no otras en ese momento. Las palabras utilizadas, el sentido, el mensaje, el cripticismo, tenían valor para mí el día que debería haber llegado. Quizás hoy, día de su recepción, mi ánimo, mi pensar, mi loquesea, no estaban en el nivel emocional adecuado.

Ello me lleva a pensar en las relecturas, en los recuerdos de cosas dichas o leídas. Se interpretan de distinta manera dependiendo del estado de ánimo que se tiene, ¿verdad? Y las cosas dichas o escuchadas a menudo son producto de un interrogatorio, más que nacidas espontáneamente. ¿Pierden valor de esta manera, al obligar en cierto modo a que te digan algo que tú has preguntado previamente?

De un tiempo a esta parte sostengo que se dice mucho más en una carta escrita en soledad, en un texto meditado, que en una conversación, sea del tipo que sea. En el momento en que uno se sienta y siente deseos de escribir un texto dirigido a alguien, hay muchos factores a tener en cuenta. Ese alguien no te recuerda su presencia mediante una llamada de teléfono, mediante un correo pendiente de responder o mediante un saludo por su parte. Es decir, tú piensas en un momento dado en alguien, y el impulso de ese único momento te lleva a ir pasando por todo el proceso previo al envío, sin obligaciones, sin deudas, sólamente porque quieres hacerlo.

Alguien piensa en ti y te lo hace llegar. Si eso sucede así improvisadamente, no es indiferencia, ¿verdad?

jueves, 24 de septiembre de 2009

Despedidas


Cada vez que escucho o leo sobre cine japonés tengo una sensación rara-mala.. Tal vez sea una mezcla del pavor que me causó en su época la peli de culto "Los siete samurais *" -hay cosas que no se pueden ver con pocos años, puede pillarte en un mal día y causarte terror para los restos-, con la sensación sumamente desagradable que tuve al visionar "La balada de Narayama", mezcla de salvajismo, zoofilia y realidad.

La cultura japonesa es, quizás en parte debido a estas incursiones desafortunadas por mi parte en su cine, una gran desconocida, a la que veo siempre como una cultura limpia, de líneas puras, pero demasiado fría.

Bien, un finde inolvidable en la capi este verano, escuchamos de parte de Alicia una recomendación. Nos habló de una peli japonesa; nos advirtió que el tema no era "aquello", pero que no dejáramos de verla. Yo soy muy obediente para estas cosas, y peli o libro que me recomiendan, peli o libro que procuro ver, en esos temas soy bastante cumplidora, y no prometo en vano, porque entiendo que el hecho de que alguien te haga mención de un título es como una señal, como si el destino dijera "- ya va siendo hora de que conozcas/leas/veas esto", adquiriendo entonces esa persona entidad de emisario, de persona especial. No es el cajero del súper que te dice un precio que tienes que pagar, ni un cliente pidiéndote una información o un número de teléfono. Es alguien que quiere que veas algo que a su vez a él le ha gustado y le apetece compartir contigo. Y una acción tan chula no puede dejarse de lado, hay que ir entonces y ver qué es eso. Raudos y veloces.
Bien, en "Despedidas" (Yojiro Takita), los japoneses se nos muestran sensibles, corrientes, románticos, incluso graciosos. No de la forma en que algunos los tenemos clicheados, (por fortuna).

La película es verde oliva, gris en multitud de tonalidades... apenas asoma tímidamente el rojo, y es en los labios de gente que se va para siempre...
Y nos habla de "piedras de sentimientos". A mí me encantan los simbolismos de los objetos y cómo cambia el significado la intención, el lugar, el instante, aunque sea la chapa de una botella medio doblada, un posavasos, un papel....

En esta historia, los protagonistas se regalan piedras, y se eligen más o menos rugosas, más o menos grandes en función de qué sientas por la otra persona en el momento de regalársela.

También se nos muestra qué es el Nokanshi, ritual con que los japoneses despiden a sus seres queridos, aseándolos, engalanándolos, tratándolos con suma delicadeza, minutos antes de meterlos en sus cajas de madera.

La música, que según he buscado es de Joe Hisaishi, es una maravilla...

Aquí la tenéis:



* qué mal debo estar ya de memoria cuando pensando, he recordado que era "Kung Fu contra los siete vampiros de oro", y ni siquiera era japonesa...:$

domingo, 20 de septiembre de 2009

Mil billones de circuitos



"¿Sabíais que nuestro cerebro contiene un universo de diez mil millones de neuronas y mil billones de circuitos? Solo ocupa mil quinientos centímetros cúbicos y es como un océano negro, desconocido... ; siempre falta luz...
Pero es un generador de desorden. Sus leyes obedecen al azar, así que comete muchos errores. Además, es una máquina que hace ruido, aunque el ruido ambiental no se oye ¿no? como el polvo cósmico, que yo nunca lo he visto... ¿y vosotros?"

(Parte del diálogo de "Tierra")

Llevo un año descubriendo el cine de Medem, que ya hizo que me fijara en él en la espléndida "Lucía y el sexo" hace algunos más. La temática común que veo es seguramente lo que me atrapa tanto de sus historias. Habla de amores complicados... y complicados por indecisos, pasionales, difíciles, triangulares, de finales circulares...; al mismo tiempo, son amores hermosos, muy "de película".

En esos amores los encuentros duran sólamente instantes, espacios cortos de tiempo, y ante tan poco "día a día", nos es difícil imaginar un futuro desgaste, hastío, rutina y finalmente aburrimiento. Tampoco sé si se habla de amor en ellas, ya que no sé qué es el amor realmente, habiendo visto que cada habitante del mundo lo describe de un modo diferente.

Al terminar de ver una de estas películas uno queda ensimismado, queriendo estar dentro de esa historia y no en la que está, pero con un chasquido imaginario de dedos se regresa rápidamente a la realidad, y nuestra mente más sensata nos dice: "Si total, todo pasa..."

Estoy convencida de que, efectivamente, todo pasa, así como estoy convencida de que ese todo unas veces es infinitamente más atrayente, excitante y maravilloso que otros todos más conformistas, desaboridos, establecidos y cómodos.

Algunas personas sienten zozobra, aunque sea muy muy adentro, al sentir ese ligazón invisible pero socialmente obligado que impide de alguna manera que alguien que se compromete una vez pueda experimentar otras historias con otras personas, y no hablo de historias camiles, no (que también), sino de historias con conversaciones en cafés en tardes de lluvia, historias en las que en ese momento hay dos protagonistas, y uno de ellos no es la pareja que hemos elegido para toda la vida. Porque pienso que uno puede enamorarse durante un rato ¿por qué no? y continuar enamorado lo que dura, dure lo que dure ese encuentro. Y tener la sensación en ese rato de no querer estar con nadie más, aunque quien tengas enfrente no sea tu amor oficial, conocido, establecido.

La realidad no dejará nunca de ser complicada mientras todo siga siendo así tal y como lo hemos mamado, y quizás, siendo uno de los precios que tenemos que pagar por vivir en una sociedad "normal", si nos paramos a mirarlo atentamente, sea un precio vital. Nos sorprendemos pensando en personas en las que no deberíamos pensar porque pactamos algo con otra una vez. Es absurdo eso. Nuestra cabeza vuela libre, y si bien lo que al final casi todos terminamos haciendo es fantasear, llegados a un punto nos queda la realidad -gustándonos más o menos-, y la fantasía, idealizada y magnificada, que peligrosamente puede convertirse en obsesión.

Los que nos hablan y enseñan qué es la vida sin ser maestros, pero siéndolo tal vez por haber vivido el triple que nosotros, dicen que quien no vive una pasión -aún siendo complicada- no sabe lo que se pierde.

Ahora se puede usar (casi) el mismo razonamiento sensato que utilicé antes: "Si total, son cuatro días..."

viernes, 18 de septiembre de 2009

Reflexión de la penúltima semana de septiembre


(Ilustración de Jo Parry)

Aunque lo normal en mí es que me enrolle como una persiana y me ponga a divagar, a veces (solo a veeeeces) me vienen reflexiones que no necesitan mucho desbarre.

La que me ha venido estos días es la de que en ocasiones uno tarda en darse cuenta de que lo que más le gusta hacer no es necesariamente lo que mejor se le da (hacer).

En un primer momento se siente como una bofetada de realidad, a la que sigue -después de unas horas de reposo, reflexión y aceptación-  una sensación  como de tristeza; luego simplemente puede interpretarse como una señal para parar a tiempo, mirar un poco desde fuera (todavía más) con perspectiva, y después ya replantearse las cosas.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Como el título de una canción

Recibí hace unos meses un mail bastante desconcertante. En tres líneas nada más, venía a decir que "si A le cuenta a B algo de C, lo más razonable sería que A, antes de darse por enterado, o posicionarse, o lo que fuera, debería escuchar la versión del hecho según C".

No he puesto yo letras aposta, el propio mail las llevaba tal y como lo he contado. Por supuesto, conocía al remitente y pude intuir de qué trataba o dejaba de tratar el tema. Lo que más me llamó la atención fue que me lo mandara a mí, pero claro, tampoco nos conocemos tanto, así que no me extrañó su temor a que yo -entre otros destinatarios- nos dejáramos "influenciar" por la versión de A. Evidentemente, C era el propio remitente.

A diario escuchamos noticias que hablan de gente en tercera persona, algunas ciertas, otras calumnias, ¿cómo lo podemos saber? ¿hay alguna otra manera aparte de preguntando directamente? ¿es fácil eso?. Creo que no, y que, o bien porque no deja de ser una noticia oída más al día, o porque no tenemos contacto directo con C, o la suficiente confianza, dejamos de escuchar su versión, y subliminalmente se nos queda la versión de A, porque "hace más ruido", o por qué no, porque nos cae más simpático.

Y precisamente hilando esto último que he escrito... ¿hasta qué punto podemos ser imparciales estando entre dos tierras, dos aguas, dos fuegos o dos personas que no se caen bien, que no se llevan bien o que no se soportan directamente?

¿No llegará un punto en el que la persona que está en el medio tenga que tomar una decisión? ¿hasta qué día podemos decir que no nos afecta directamente esa incómoda situación? ¿y si llega una situación puntual en que no nos queda otra que elegir?

¿Es lo más sensato en estos casos que una de las partes haga una discreta retirada?

lunes, 14 de septiembre de 2009

Aquello

Aquello.

No eso.

Ni
—mucho menos— esto.

Aquello.

Lo que está en el umbral
de mi fortuna.

Nunca llamado, nunca
esperado siquiera;

sólo presencia que no ocupa espacio,
sombra o luz fiel al borde de mí mismo
que ni el viento arrebata, ni la lluvia disuelve,
ni el sol marchita, ni la noche apaga.

Tenue cabo de brisa
que me ataba a la vida dulcemente.

Aquello
que quizá hubiese sido
posible,
que sería posible todavía
hoy o mañana si no fuese
un sueño.

(Deixis en fantasma, Ángel González)


Ves cosas y dices ¿por qué?. Pero yo sueño cosas que nunca fueron y digo ¿por qué no?

(George Bernard Shaw)


miércoles, 9 de septiembre de 2009

Sumas y restas


A veces lo he usado, sobre todo cuando he tenido grandes dosis de confianza con alguien:
- "Vaya, ya he perdido diez puntos..."


- "No te preocupes, solo has perdido cinco puntitos de nada..."

Para nada significa esto que uno vaya contabilizando los agravios en una hoja de Excel, qué va...

Era solo la manera más gráfica que se me ha ocurrido siempre para ver el balance actual en una relación, como eso de las "balanzas mentales", o la metáfora de "regar" las relaciones para que no se sequen, que son igualmente ejemplos simplones y fáciles de entender.

Pero mira tú por dónde, que al verlo por escrito en el semanal de El País, me sentí algo menos rarita, y por supuesto, algo menos "calculadora".
Paso a copiar casi íntegramente el artículo, que pienso que vale mucho la pena. Lo escribió en la sección de Psicología Ferran Ramón-Cortés, y él lo tituló: "Aprenda a ser afectivo":

"Estamos acostumbrados a decir a los demás todo lo que no nos parece bien de ellos. Pero raras veces les decimos lo que sí nos gusta. Comunicamos lo que nos separa, pero casi nunca lo que nos une. Esta carencia de halagos y exceso de reproches nos acaba afectando. Daña nuestra autoestima (uno se lo acaba creyendo) y daña también inevitablemente nuestras relaciones.

Stephen Covey nos sugiere la metáfora de la cuenta corriente emocional para entender cómo se construye (o se destruye) la confianza entre dos personas. Nos explica que funciona como una cuenta bancaria: si hago ingresos (soy amable, honesto, me comunico positivamente y mantengo mis compromisos), voy llenando la cuenta. Pero si hago reintegros (soy irrespetuoso, traiciono la confianza, critico, juzgo, lanzo reproches y falto a mis compromisos), la cuenta se vacía. Cuando los reintegros superan los ingresos, la cuenta está en números rojos, y se pierde la confianza.

Además, es importante saber que en esta particular cuenta corriente, la relación entre ingresos y reintegros no es paritaria, porque somos mucho más sensibles a los reintegros que a los ingresos. Hay reintegros que afectan a la confianza, que necesitarán de muchos ingresos para compensarse. James Hunter nos revela el dato: por cada reintegro hacen falta cuatro ingresos para equilibrar la cuenta.

Siguiendo esta metáfora, podríamos inferir que cada vez que comunicamos al otro algo que nos une, estamos haciendo un ingreso en nuestra cuenta de confianza, mientras que cada vez que le hacemos un reproche, estamos haciendo un reintegro. Si los reproches predominan, aparecen de nuevo los números rojos.

Desde que leí esta metáfora de Covey, quiser fijarme en lo que ocurría a mi alrededor, tanto en el trabajo como fuera de él. ¿Cuál era la proporción entre alabanzas y reproches?¿se acercaba a la mínima relación de cuatro halagos por reproche que -según Hunter- equilibraría la balanza? (...) No encontré ni uno solo en que se llegase a la proporción de cuatro a uno (...) Incluso en un caso extremo, la proporción que pude observar fue de uno a cinco, pero a favor de los reproches. El 100% de las cuentas corrientes en números rojos. Relaciones en las que la confianza se había necesariamente esfumado.

Puede que no sea así en todos los casos, pero lo que es seguro es que estamos muy lejos de un balance sano. Un balance que nos permita mantener un saldo suficiente como para compensar reintegros esporádicos (reproches que creemos necesario hacer en determinadas ocasiones) o reintegros accidentales (reproches que hacemos a diario sin ni siquiera darnos cuenta).

¿Y por qué actuamos así? No creo que el comunicar más reproches que alabanzas sea una actitud consciente. Porque no creo que ninguno de nosotros tenga como objetivo debilitar sus relaciones o "minar la moral" al prójimo. Creo que, así como no dejamos de fijarnos y comunicar a los demás sus fallos, con la loable intención de que rectifiquen, lo que nos une, simplemente, lo damos por supuesto. Esto hace que nunca dejemos de decir a los demás lo que no nos gusta, pero raramente compartamos con ellos lo que nos gusta.

No somos conscientes, pero nos olvidamos. Pensamos que lo que nos gusta de los demás los otros "ya lo captan", o ya lo saben, y la realidad es que no siempre es así.
Deberíamos hacer más ingresos en la cuenta, no dejar ningún halago por comunicar. Y ahorrarnos reproches. Como nos recuerda John Powell: "Debemos ser cuidadosos y no asumir la vocación de hacer ver a los demás sus errores".

Para tomar la senda de comunicar lo que nos une, puede ayudarnos el recordar que las cualidades humanas siempre tienen dos caras: la cara positiva y la cruz. Así, una persona que es sensible, será también con toda probabilidad una persona susceptible. No hay sensibilidad sin una cierta susceptibilidad, como no se puede ser susceptible si uno no es sensible.

Conociendo esta dualidad de las cualidades, ante una persona susceptible podemos hacer dos cosas: criticar permanentemente su susceptibilidad, y hacer continuos reintegros en nuestra cuenta de confianza, o descubrir la cara positiva de su susceptibilidad, que será su sensibilidad. Si la valoramos y se lo comunicamos, podemos hacer un importante ingreso en la cuenta.

Además del refuerzo que supone para nuestra relación, esta segunda opción tiene un efecto sobre la persona: cuanto más valoramos la cara de una cualidad, menos importancia tiene la cruz. La acabamos aceptando como parte integrante de la personalidad única e irrepetible del otro, como reverso de la moneda de esta virtud a la que no renunciaríamos por nada del mundo, con lo cual, cada día se hace menos visible. La cruz de una cualidad se desvanece ensalzando la cara. Reforzar las virtudes es la mejor manera de vencer los defectos.

A menudo nos cuesta decir a los demás lo que nos gusta de ellos. Lo que están haciendo bien. Lo que más valoramos. Y lo cierto es que hacerlo es una gran fuente de motivación. Todos necesitamos pequeñas "palmaditas en la espalda" que nos den energía y confianza. El que alguien reconozca nuestras habilidades y nos lo diga es signo de que nos valora y nos presta atención.

Algo tan importante para nuestra motivación no podemos dejarlo implícito. No es suficiente con que se sobreentienda. Debemos ser explícitos con los halagos. Tan explícitos, al menos, como somos con los reproches. Y en mucha mayor proporción si queremos que sirvan de motivación. Pensar que "el otro ya lo sabe" es una mala excusa. Muchas veces no lo hacemos porque nos incomoda. Pero ahorrarnos los halagos es en cualquier caso una mala estrategia.

Ser explícito con los halagos no siempre significa transmitirlos verbalmente. Hay muchas maneras de hacer llegar al otro un halago. Hay muchos detalles, muchos gestos que no pasarán desapercibidos. Y que a veces son más claros y más explícitos que las palabras. Los halagos no siempre hace falta decirlos, pero sí comunicarlos.

Comunicar lo que nos une no debe confundirse con adular. Todo lo bueno que tienen los halagos, lo tiene de malo la adulación. Cuando adulamos se nota. Y lejos de nutrir nuestra cuenta corriente emocional, estaremos haciendo, de nuevo, grandes reintegros. ¿Cómo podemos halagar sin adular? Siendo sinceros, haciéndolo con naturalidad, y halagando situaciones concretas, logros concretos. Los halagos genéricos, sin motivo aparente, se convierten fácilmente en adulación.

A veces nos incomoda que nos halaguen o que nos comuniquen cosas positivas. Lo cierto es que la forma en que aceptamos los halagos dice mucho de nuestra seguridad y de nuestra autoestima. Es bueno saber recibir los halagos y saborearlos debidamente. Si son cosas que ya sabemos de nosotros mismos, nos dan energía y vemos confirmadas nuestras virtudes. Si nos descubren habilidades nuevas, nos ayudan a crecer y a conocernos mejor.

Hemos de aprender a recibir halagos, y una buena manera de hacerlo es empezar por recibir nuestros propios halagos. Si nos incomoda lo que nosotros mismos nos digamos, seguro que nos costará mucho más aceptar los halagos que vengan de fuera."

¿Qué os ha parecido?

Pienso que no puede estar mejor expresado. Se dice mucho y claro, ¿eh? ;)
"El éxito o el fracaso en las relaciones humanas viene principalmente determinado por el éxito o fracaso en la comunicación"
(John Powell)

jueves, 3 de septiembre de 2009

Una canción


Hay canciones con las que podría decirse que nacemos, que de tan oídas pasan a ser como "algo innato" en nosotros. De la verde Irlanda, con un origen antibelicista (aquí), "vio" cómo se le daba un giro a su sentido primitivo al ser adoptada y adaptada por los estadounidenses, pasando a ser, si no pro, al menos "compañera de fatigas" de los Confederados.

La hemos escuchado de mil maneras: en pelis (La conquista del Oeste, Antz, Teléfono Rojo volamos hacia Moscú, Un taxi para Tobruk...), en anuncios de la Tele (Los animales de dos en dos du wap, du wap...).

Yo -de momento-, me quedo con la versión que hicieron de ella Luar Na Lubre:



(Os Animais, versión de la original Johnny I hardly Knew ye, conocida también como When Johnny comes marching home y The animals went in two by two)