jueves, 29 de abril de 2010

Yo estuve allí


Me pregunto, cada vez que visito un lugar, qué motivaciones habrán llevado a las demás personas con las que coincido. No es plan de ponerme a preguntar al primero con el me tope en una visita guiada "- y ¿qué te trajo aquí? ¿qué sientes en este momento?", porque no estamos acostumbrados a ese tipo de preguntas en el día a día, y apurando, ni siquiera con gente con la que tenemos más confianza.

La verdad es que cuando llegamos a un sitio, estamos cansados como aquel que dice de verlo en fotos y películas. Conocemos antes la imagen que la esencia. Y aún así nos ilusiona ir. Quedarse callado ante el escenario donde tuvo lugar la batalla de Little Big Horn, observar el sky line de la capital escocesa desde Arthur's seat, admirar la majestuosidad del Gran Cañón...; interés espiritual, diría yo, como tratando de conectar de alguna manera con eso que sucedió tantos años antes o con esa gente que vivió en el mismo sitio que podemos pisar ahora por obra y gracia del tiempo libre.

Solía usar con una persona la frase que tal vez resumía ese afán por conocer lo ya conocido. Así, riendo, siempre decíamos: "yo estuve allí".

Por mi profesión debo ser imparcial totalmente a la hora de recomendar tal o cual visita, pero los nerviosillos no podemos a veces disimular nuestro entusiasmo, y de igual manera que paso muy rápidamente el apartado de Iglesias -no por nada, sino porque casi todas tienen elementos comunes y cuando el viajero entra en una, ya sabe más o menos lo que se va a encontrar-, se me nota a un kilómetro cuánto me gusta recomendar la visita a las montañas.

Ir ascendiendo suavemente hasta alcanzar los 700 metros de altitud y, al tiempo que se advierte cómo se cambia por completo el paisaje de regadío por el de secano, imaginar cómo vivían los últimos reductos de moriscos, o cómo se podría acceder a esas inexpugnables ruinas hace cientos de años. Ahí, el guía o el informador, ya debe tratar de explicar con qué predisposición se debe adentrar uno en esos parajes e insinuar que lea un poco de la información que se le ha proporcionado con tal de situarse mentalmente ante unas tierras que, en principio, no tienen resquicio de que hubieran sido pisadas alguna vez.

Bueno, viajar, cambiar, conocer, reconocer, saborear, apreciar. Disfrutar, al fin y al cabo.

Ayer, por cuestiones de trabajo precisamente -afortunada yo-, pude ir 157 km hacia el sur a un lugar que me hacía especial ilusión conocer. Para llegar a los postres a veces uno necesita pasar por platos que no le entusiasman, pero siempre ese dulce vale la pena, y es más, el sabor es el que prevalece, ya que es el último.

Era una tarde la de ayer de primavera cálida y muy soleada, pero con el resol de finales de abril, ese que no llega a quemar -aunque sí arrosa la cara ;)-. Era una casa luminosa, acogedora. En el tramo de la cocina al patio, se apreciaba una brisa suavísima. Quizás fue sensación mía, pero creo que nadie hablaba, como en un silencio respetuoso,  y que todo el grupo lo estaba disfrutando igual. Se oyeron más clics que en el resto de sitios que visitamos, e incluso había como una especie de sentimiento de ternura flotando en el ambiente. No era para menos. Estábamos en la casa donde vivió Miguel Hernández.

Sonreír con la alegre tristeza del olivo.
Esperar. No cansarse de esperar la alegría.
Sonriamos. Doremos la luz de cada día
en esta alegre y triste vanidad del ser vivo

No hubo pocos comentarios diciendo qué luminosa era, qué bien se estaba, qué patio tan relajante. Con la montaña inmediatamente detrás y las cuadras y todo encalado como se ha hecho siempre por estas tierras. Si bien llevaba leyendo sobre su vida los días previos, no imaginaba su casa tan cercana al monte y al campo, sino más bien entre medianeras, y me pareció que incluso tenía un microclima especial y que, estando dentro, al sol de su patio y a la sombra de su higuera, el tiempo era perfecto, y aparte, discurría más despacio...

Una vez más, cuánto hace el entorno para que broten unas u otras palabras.


Como la higuera joven
de los barrancos eras.
Y cuando yo pasaba
sonabas en la sierra.

Como la higuera joven,
resplandeciente y ciega.

Como la higuera eres.
Como la higuera vieja.
Y paso, y me saludan
silencio y hojas secas.

Como la higuera eres
que el rayo envejeciera.


Alto soy de mirar a las palmeras,
rudo de convivir con las montañas...
Yo me vi bajo y blando en las aceras
de una ciudad espléndida de arañas.
Difíciles barrancos de escaleras,
calladas cataratas de ascensores,
¡qué impresión de vacío!,
ocupaban el puesto de mis flores,
los aires de mis aires y mi río

Porque soy como el árbol talado, que retoño: porque aún tengo la vida.

miércoles, 21 de abril de 2010

Un pueblo, una playa

 
Uno llega la gran mayoría de veces como virgen a los lugares de la noticia. Los problemas de otros siempre son eso, y nos pueden afectar el segundo o minuto en que prestamos atención a la noticia en la tele, el periódico. Pasado ese breve lapso, ya se pasa a otra cosa -¿de dónde si no la expresión "pasar página"?-.

Luego uno continúa amargado tres, cuatro minutos más si está solo, y quince a lo sumo si está con alguien y lo comentan: "qué asquito de vida, oye". Segundos, minutos, los que se necesiten para terminar el bocado, el sorbo o simplemente aparcar, y problema olvidado.

Otro día resulta que alguien que está allí, que lo vive en directo, que está cien millones de veces más implicado y afectado que tú, va y te lo cuenta. Sí, será su versión, totalmente parcial, pero documentándote un poquito y viendo por donde van los tiros de cierto tipo de gente -que apuntan y disparan siempre hacia la misma dirección-, lo ves de otra manera.

Entonces, un domingo en una ciudad enorme y casi desierta, con las calles mojadas y un silencio especial, te diriges hacia ese lugar. Una simple vía cambia del todo lo que significó siempre una ciudad para ti. Hace cinco minutos era esa urbe enorme y luminosa, y ahora estás en un pueblo de casas bajas, fachadas alicatadas, persianas y rejas de hierro pintadas de negro. Un pueblo con mar.

Llevas varios días pensando de qué modo se puede ayudar a esa gente, a esas  hormiguitas fácilmente pisables y que no pintan nada. Y recuerdas un texto que es una verdadera maravilla, por delicado, por dulce, por evocador, por mil y un adjetivos suaves y agradables al oído. Un texto que leíste hace ya unos meses y recortaste en papel; y que ahora, gracias al bendito Internet, puedes mostrar a todo el mundo: a los que quizás no lo leyeron, a los que lo leyeron y al segundo -o al minuto- lo olvidaron, y a los que probablemente nunca lo hubieran leído por tener otros más interesantes por delante. Ya se sabe que el que mucho abarca, poco aprieta.

Abridlo, por favor, dadle una oportunidad de varias líneas, de muchas líneas, de todas sus líneas (y más  después de habérsela dado a las mías...).

Y, lo más importante, apuntad el barrio del Cabanyal y la playa de la Malvarrosa en vuestra agenda de futuros viajes. Esto se tiene que saber y este lugar se tiene que conocer.


lunes, 12 de abril de 2010

Vigo


Era el verano de 1989. La portada era de Batman, la primera de todas, la de Tim Burton. Estaría por encima de alguna de las sillas de bova que hay en la casa de la playa. A los casi dieciséis años uno siente curiosidad, a veces de esa de cosquilleo, por todo lo que tiene que ver con el mundo que empieza a descubrir. Era la revista Primera Línea, que empezó a comprar uno de mis hermanos. La devoré por entero. Imagino ahora que para muchos chavales sería como comprar la versión light de cualquier revista de tías buenorras. A mí esas fotos ni fu ni fa, clarostá, pero en cambio sí me apetecían -y mucho-, las entrevistas a gente del cine, los reportajes de películas de estreno y, sobre todo entonces, los de música.

No sé bien si era ese mismo número, pero sí que fue en verano, por lo que sería uno de esos números de esa temporada. Se hablaba en esa ocasión de una época en decadencia, de una movida pasada ya un poco de rosca y de una ciudad que lo había sido todo -y lo había dejado de ser también- en cuanto a irreversión, vanguardia y reinventiva: Vigo.

A todos los que nos hemos criado musicalmente con las cintas de cassette y los Discoplay de hermanos mayores nos tiene que sonar por narices. A muchísimos incluso nos fascinó. Siniestro o Aerolíneas Federales para los nostálgicos (aunque demasiado jóvenes para etiquetarnos así) del punk; Golpes Bajos uf, para todos, para todos. 

Hoy no dejo de emocionarme con los primeros acordes de "Soy una punk"; cada vez que lo escucho me dejo llevar por ese coro -aaaaahhh- de "Assumpta", y se me pone la carne de gallina directamente con la letra de "Escenas olvidadas", una de mis canciones preferidas de siempre, o la música e historia de "Cena recalentada"...

Ese verano se nombraba todo esto como quien nombra un reino perdido, como con mucha, muchísima nostalgia. Era el turno de los relevos, de los que empezaban. Y a veces uno empieza algo a sabiendas ya de que nunca será lo mismo, que podrá ser bueno, pero no aquello. Y esa época era de las que podían ser buenas, pero nunca como aquella otra. 

Y Vigo quedó "on my mind", como Georgia para Ray Charles. No la tenía en la cabeza como lo que tal vez fue realmente o es ahora. Yo sabía que tenía mar, mucha industria, cuestas -bastantes cuestas-, y que todo aquello había tenido que ver en esos grupos y en esas canciones. Uno tiene motivos suficientes para idealizar ciudades o lugares que forman parte de los recuerdos; existe una ley no escrita del derecho a recordar algo que no hemos conocido como queramos hacerlo, con nuestros adornos, nuestra percepción, las emociones que sintamos al pensar en ellas o en ellos. Me pasó con Edimburgo, me pasó con Londres... y me pasó con Vigo.

Es un privilegio enorme el que yo tuve de poder conocer un sitio al que tenía tantas ganas. Lo conocí del modo más perfecto, con la gente más perfecta para ello. Y ver desde allá arriba del puente de Rande las mejilloneras, y pasear por las calles de piedras oscurecidas, haciendo juego con el color del cielo de esos días. Y escuchar las gaviotas desde mi cama...

Uno no deja de preguntarse -yo por lo menos y no pocas veces- qué hubiera pasado de nacer en otros lugares y crecer con otra gente. Algunos dicen que el actor seguiría siendo el mismo y la película sería la misma. Yo no estoy tan segura de eso, como tampoco ellos pueden estarlo ya que quedará para siempre en el mundo de las hipótesis y el de los "y si".

Pero me gusta imaginarme allí entonces. Y, como en el cine, los programillas de retoque fotográfico son capaces también de hacer milagros y lograr que una foto de 2008 pueda parecer otra de cuando la de la foto tenía diez años, no se enteraba aún de nada, y allí sucedían aquellas cosas y nacían aquellas canciones...

Como remate, otra joya de otro grupo también vigués. No podía ser casualidad:


jueves, 8 de abril de 2010

Ver crecer la hierba


Hace unos días leíamos esto en el Blog de Amtispan. Quien me conoce sabe que es uno de los temas que más me toca la moral, por decirlo de algún modo como dejándolo caer - y por no decir directamente que es uno de los que más tarrofagias es capaz de causarme... uy, ya lo dije - :). Como creo que ya hay mucho dicho por mi parte, preferí no comentar nada allí. Tengo una etiqueta con letra mucho más grande que las demás llamada "Relacions", y ahi puede verse mi evolución/no-evolución/avance/retroceso/concluyendo... loop en este asunto. Y sí, como dice ella, los años y decepciones (sic) nos hacen aprender. Podría decirse que hacen bien su trabajo -aunque matizo que en ocasiones las segundas hacen mal el suyo, pagando luego justos por pecadores-.

Bueno, pero venía a otra cosa, aunque lo he hilado con su texto y luego veréis por qué.

Hace pocos días entrevistaron en la radio a Joaquín Leguina con motivo de la publicación de su último libro "La luz crepuscular". La mayoría de nombres de políticos me suenan, puedo asociarlos a su partido político e incluso a algún ministerio/s, pero quedan como eso, como nombres de señores de edad indefinida, pelo cano y gafas la mayoría de las veces. Sería como si el todo del típico político de renombre o ministro -el que usaríamos en una viñeta, caricatura o chiste-, fuese el que se me queda. Nombre, cara -más o menos-, y tendencia, pero el todo, no él como individuo.

Y entonces, como me pasa muchas veces con otros nombres tantas veces leídos o escuchados en las noticias, hasta que no le escucho hablar, de viva voz, como persona corriente, un simple nombre de político no me hace tener la curiosidad de acercarme a su biografía, su trayectoria, su literatura, y queda como en el cajón de "Política".

Algunos sabéis - y si no lo sabíais lo sabréis ahora-, que tuve un brevísimo pasado con muchísima afición a la misma, que incluso me llegué a meter en listas, y que precisamente  fue esa experiencia  la  que me hizo alejarme de ella más que acercarme, siendo bastante escéptica y no casándome con nadie en la actualidad -aunque, eso sí, votando todas las veces (señal de que aún me queda una miajita de esperanza en la especie política)-. Conociendo esto, podréis entender por qué el cajón ese me produce bastante indiferencia en la actualidad.

Pues a este señor daba gloria escucharlo, con esas risas, esa ironía, esa retranca... y en una de esas, el locutor le pregunta sobre su éxito con las mujeres, distendiendo todavía más la charla. Y Joaquín responde (más o menos, que no recuerdo las palabras exactas):

- "Ah, pero no, no tenía éxito. Yo me sentaba a esperar, y al final, si ellas elegían bien se quedaban conmigo".

Y ahi es donde yo vi la clave de todo, como "el rovellet de l'ou", que decimos aquí. Se trataba de eso... (aquí cara así asombrada :O). Cámbiese éxito con las mujeres por, yo qué sé, relaciones sanas con los demás. Fuera mal rollismo, fuera caras largas porque alguien no nos quiere (ni como quisiéramos que nos quisiera, ni a su manera, ni de ninguna otra forma, sin adornos ni florituras: no nos quiere). Ellos eligen, nosotros elegimos. Si al final todo se reduce a eso, no hay que intentarlo porque sí. No hay que obligar a que estén, a que continúen, a que se queden, a que no se vayan. Ellos eligen. Nosotros somos como somos, y lo más contraproducente siempre siempre es forzar. Forzar encuentros porque sí, forzar feedback porque sí. Escribo una carta, escribo un mail, hago una llamada, mando un sms. Porque sí, eso tiene que ser porque sí. La elección de quien no responde: porque no ve necesaria una respuesta, porque no le apetece, porque no le apeteces, porque no le da la real gana -y mira que detesto esta expresión-, porque se la sudas... es la elección de otra persona,  legítima, impepinable. Y tú sigues siendo el mismo. Siendo tal y como somos, sin cambiar un ápice ni pretenderlo, para unos seremos una joyita y para otros mierdecilla pura, así de simple.

Siendo capaces de gustarnos en algunas ocasiones, en días radiantes; tal vez no soportándonos delante del espejo otros días, con esas greñas y esos granos y otras veces viéndonos incluso pasables, resultones. Escribes, hablas, de esto, de lo otro, unos días más inspirado, otros de manera penosa, y así te relacionas, como ellos contigo. A ti te prende alguien, tú no le prendes tanto, o apenas, o casi nada, o en absoluto. Y su elección, tu elección , cuando decide si sigue queriendo estar contigo, hablar contigo, o cuando decide desaparecer de tu vida o no aparecer más por mil motivos, por jartura, porque eligió, porque hay otras prioridades y tú has ido quedándote abajo, más abajo, abajo del todo. ¿Y qué? ¿Y cuando eres tú quien lo hace? ¿Qué más da? ¿Por qué comer arroz caldoso si prefieres mil veces tortilla de patata, si te cuesta exactamente el mismo esfuerzo hacer una cosa que la otra y tienes los ingredientes, está en tu mano, y haces lo que te sale, lo que te nace,  lo que te apetece?. Ni más ni menos.

Entonces, Lady, perdón, Amtispan,  te propongo que nos sentemos, tú en el Mediterráneo norte, yo en el Mediterráneo más hacia el sur pero no tanto, y veamos crecer la hierba. Sin cerrar puertas, como dices tú, pero también sin pensar tanto, sin preguntarnos tantas cosas, cuando tenemos también la respuesta y es aplicable a otras preguntas que se hagan sobre nosotras.

"No eres más porque te alaben, ni menos porque te critiquen; lo que eres delante de Dios, eso eres y nada más" (Thomas de Kempis)

lunes, 5 de abril de 2010

Carencias


El amor, algo tan complicado de definir y algo a lo que muchas veces se teme definir... porque ni sé sabe cómo hacerlo. Hace unos meses leí en una revista las claves -tan subjetivas como respetables- mediante las cuales se podía saber si era o no era, con tal de no confundirlo con "deseo sexual, interés o costumbre" (sic). Paso a pegar aquí los indicios que harían aclarar los sentimientos del lector  de esa revista en caso de dudar (sobra decir que los copié en word :P):

- La sola presencia de la persona amada te alegra y reconforta. Junto a ella, los problemas parecen menos graves y la tristeza desaparece como por arte de magia.

- Su felicidad también es la tuya. Te alegras de sus éxitos y te entristeces con sus fracasos. Por esta razón, te empleas al máximo para ayudarle a que pueda conseguir sus objetivos.

- Cuando hay un problema, tienes un gran interés por solucionarlo de la mejor manera posible, sin dañar al otro ni perjudicarlo.

- La felicidad y estabilidad que te da su amor te hace sentir con mucha más fuerza y energía para mejorar como persona.

- Tenéis planes y deseos conjuntos. No concibes el futuro sin su presencia y tienes muy en cuenta su opinión a la hora de tomar una decisión importante.

- Su amor da sentido a tu existencia. A su lado, tienes la impresión de que la vida, a pesar de que no siempre es agradable, merece ser vivida.

Bien, tengo algo que decir ahora. Si alguien ha leído hasta aquí con algún tipo de interés me pregunto si es que acaso ha tenido o tiene ese tipo de dudas hacia su relación, pasada o presente. Si alguien lo ha hecho por curiosidad, puede haber pensado que sí, que más o menos se trata de "lo de siempre", o sea, la sensación de que alguien puede completar (aquí los más acérrimos defensores del individualismo de la persona hasta el infinito y más allá quizás piensen que "no, nunca, uno puede "ser" plenamente sin necesidad de otra persona"), complementar (bueeeeno, puede, pero "a ver si pensando esto pongo en entredicho que necesito complementarme para ser yo..., y no, no quiero admitirlo... ni siquiera insinuarlo"), o tal vez  enriquecer (mucho mucho mejor, eso sí, "estar contigo me hace ser mejor").

Vale -o fale, como dice mi profesor de alemán desde el día que le dijimos que los catalanoparlantes somos capaces de pronunciar clara y diferenciadamente la "b" y la "v" sin esfuerzo (desde entonces enfatiza esa "f"...)-. Estaba hablando de amor, del amor, de un amor. Pero entonces... ¿qué sucede dentro de la cabeza de quien está sintiendo exactamente eso por alguien, hacia alguien, con alguien o junto a alguien... y sin embargo puede sentirlo "casi" o "parecido" por otra persona?. Ya he tocado en este blog varias veces el tema de la atracción, del morbillo, del deseo... No hablo ahora de eso, y vuelvo a recordar que pienso que nuestro cuerpo -entendido como nuestra parte física, sexual- nace pidiendo poligamia a gritos... y la cultura, las costumbres y la repetición hacen que nos conformemos -aunque el verbo conformarse suene un poco mal, la verdad- con ser monógamos. No entraré ahora a aportar datos o referencias, ya que, habiéndolo dicho Punset, sé que tengo el aval suficiente para que al menos dudéis :P...

Yo hablaba del sentimiento más puro y platónico, nada de cuerpos ni olores ni químicas. Hay una película reciente que toca este tema y que vi hace un par de días; se trata de "Castillos de cartón". No desvelo apenas, es mejor verla, pero diré que donde normalmente hay un dúo encontramos un trío y que todo empieza por un casual... y algunas carencias.  Es de cajón pensar que cuando dudamos de nuestros sentimientos hacia alguien -en el estadio en que aparentemente "todo está bien" y somos correspondidos, solo hay una posible causa: hay algo que no nos termina de cuadrar, convencer, gustar. Ahí tenemos una carencia, un eslaboncito que hace que la cadena no gire del todo. Y con toda la lógica que se puede usar en estos asuntos, podrá ser bastante probable que, cuando conozcamos o intimemos más con un tercero, esa sea la cualidad que más nos atraiga. Atracción, interés, gusto... amor ¿por qué no?

¿Que el todo compensa las partes? sí, seguramente sea así, nadie es perfecto -ni siquiera yo, y esto es un guiño, por supuesto ;)-. Pero que la cualidad que tanto nos gusta en las personas y que oh, no tiene la persona que nos gusta no deja ni tiene por qué dejar de llamarnos la atención en otra gente.  Seguramente, para más inri -el cerebro y sus caprichos-, si resulta que no estamos en el momento que nombré antes de "todo está bien", puede que seamos capaces solamente de ver esa virtud y ser ciegos a los defectos (y eso sin estar aún en modo-enamoramiento-ceguera total).  Y ahora llega el punto en que no es necesario volver a enumerar el proceso por el que algo empieza. A mí me sigue haciendo gracia a estas alturas que digamos -incluida yo- "de este agua no beberé" en este y otros asuntos. Todo empieza un día. Todo.