miércoles, 3 de abril de 2013

El mundo era el mismo para todos



Con lo que me costó llegar al estadio presente... como para recular ahora. Ví al menos a dos personas conocidas los últimos cinco-seis años que habían vuelto a sus puntos de origen. Primero, ganas tremendas de bronquearlas, a una más que a la otra porque a la segunda persona nunca la había conocido de la misma manera. De todos modos dejé pasar algunos meses hasta que esa pseudorrabia mía en absoluto justificada  se secó como una costra de herida y terminó cayendo a trocines. Es cosa injusta juzgar, cuando uno mismo ha estado también metido en casi el mismo pozo (casi). La primera persona se me presentó al cabo de esos meses, y, sin yo decir nada, se me derrumbó mediante un wasap de mil caracteres que me salpicó antes de leerlo de puro largo, y me entristeció, aliviándome a la vez... una vez leído. Tampoco es buen asunto aconsejar, cuando uno ha ido dando bandazos el segundo y primer trimestre de dos años consecutivos, sin atender a realidades, y siendo prácticamente incapaz de razonar y aceptar la pura verdad. A la segunda persona la hubiera abrazado sin dudarlo y le hubiese dicho lo mucho que vale, de no ser porque seguramente solo iba a creerlo oyéndolo de la boca de un individuo que siempre la devaluó. Taytantos ya bastante largos que cada vez van pesando menos, para poder ver que incluso la compañía de la persona más intrigante del mundo puede llegar a cansar, y que la de la persona más transparente puede simplemente atrapar.
El mundo resultó al final ser exactamente el mismo para todos.