viernes, 7 de febrero de 2014

Un trozo de vida


Conocí a un hombre grande que encerraba las palabras escritas en frascos metálicos. Olvidó este hombre que su cabeza corría un serio peligro. Leía una y otra vez lo que alguien -también él mismo- había escrito hacía diez, ocho, cinco, tres años... y donde ahora había frío y distancia absoluta él seguía leyendo calidez y empatía.
Anduvimos juntos un trozo de vida. Llegamos a ser muy buenos amigos. Acabando de borrar mi mundo anterior -de socarrel-, descubrí mis palabras también almacenadas. Las mías con las suyas.
Con el transcurso de los meses, que pasaron luego a ser años, ya solamente ellas existían. En sus frascos metálicos junto con las de otras personas. En mi almacén.

Hace tres días les contaba a unas amigas que en ocasiones detesto seguir aquí. Que al caminar por la calle, al entrar en las tiendas, al cenar en un bar, se sigue viendo a la misma X que fui hace veinte años. Sin evolución, sin cambios, sin mejoras. Como si crecer no hubiese servido de nada.
Hace cinco días tomé la decisión de que no iba a permanecer en el mismo sitio los próximos años. Carlos Fresneda y su "vida simple", me han acabado de abrir los ojos. Al menos ya hay un modo, una lógica a seguir. Administrar los años de ahora. Solamente vivir los años de después.

Por cierto... en un rastro vi sus frascos de metal. Ni siquiera los vendía él. Y no sabes bien cómo me alegré :). Llegué a mi almacén, le di la vuelta como si las paredes fuesen silicona y las palabras que yo misma había guardado se marcharon volando. Como suele suceder siempre.