miércoles, 22 de diciembre de 2010

A un buscador de tesoros


Tenía que ser junto al mar, claro que sí, donde se hundían aquellas inmensas naves en otras épocas y donde se juntan los amigos desde siempre para pasar días de risa y playa. Sentados sobre rocas, con ropa aún demasiado fresca y fina como para obviar la dureza del improvisado asiento.  Fue allí donde entrecrucé mi mano con la de un buscador de tesoros. Una mano pequeña la suya, redondeada, cálida, acogedora; largos, fríos y finos mis dedos. Dos pieles blancas y dos personas a medio vaciar en esos momentos.

Entre cientos de canciones y palabras... la vista; observando nuestra tierra como nunca antes, desde lugares muy muy altos. Respirando mejor de lo previsible, haciendo trabajar mis pulmones oxidados y al tiempo volviendo a recuperar la alegría que solamente se siente cuando se encuentra un alma gemela. La que tan difícil es de describir, como cuando cuentas y no acabas sobre algo nuevo que has descubierto y te ha entusiasmado... y te das cuenta de que una tercera persona no puede nunca, solamente con datos, llegar a entenderte.

Entre cientos de conversaciones y fotografías: compartiendo, adquiriendo, enriqueciendo, motivándonos... ganando.

Kilómetros en coches blancos, desempolvando canciones y recuerdos, saliendo al mundo, coincidiendo... y lo mejor, riendo sin parar.

Que gracias por hacerme caminar, escalar montañas, pedalear... Por haber hecho que mi muerte solamente durara veintisiete días, por haberte comprado esa hucha, por haber querido acompañarme a América :) ... por estos casi cuatro meses tan bonitos, y porque nuestra despedida ha sido como nuestra historia, casi de ficción: tierna, risueña y dulce.

Incluso con nubes errantes a nuestra izquierda y una bandada de cuervos volando todos a la vez.



(The whole of the law, Yo la tengo)

1 comentario:

  1. muchas lágrimas tendrán aún que caer de mis ojos para apaciguar todo lo que compartimos.

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