viernes, 30 de diciembre de 2011

Un texto enrollado en un tallo


Marché uno de estos días a la playa con frío... a mi playa con frío. Iba sola, y miraba abajo, hacia donde suelen mirar las personas que buscan cosas, o buscan algo, o se tratan de buscar a ellas mismas. Entre los miniplataneros había un diente de león, y a riesgo de considerarme planticida, o floricida, o como sea que se diga esa cida, lo arranqué. Resultó tener una raíz inmensamente larga, y con un mínimo movimiento de mi pulgar y mi índice cedió, desplegando un lienzo con dibujos y textos. Abrí la puerta de la casita, la puerta llena de arena pegada y suciedad de todos los meses transcurridos desde el último verano. La chimenea, que nunca funcionó bien -la maldición de mis chimeneas :)- me regaló un fuego constante y limpio de repente. Empecé a leer sobre el fondo verde del tronquito de mi nuevo y muertecito diente de león:

"Es cierto que el paisaje empezó a ser distinto, y de repente empezaron a  vivir a mi alrededor los colores y sensaciones que el cine me había proporcionado los años anteriores. Olvidé quién había sido hasta la treintena, y ya solo eran flashes de memorias difusas, anécdotas magnificadas por la percepción errónea quizás de mis recuerdos y poco más. Me levanté, llené el coche de lo necesario para no morir al menos de hambre y sed y marché en el que había estado acompañada hacía bien poco. Esa vez fue el color, la luz y el verano mismo. Nunca hasta entonces había visto una estación condensada en una visión como aquella tarde,  y ese sol del atardecer, y el calor, y por primera vez en tiempo puede compartir esa sensación. Ahora estaba sola, con mi alma, mi pensar y mi sentir como en conserva, cerrados al vacío. Si bien nadie es perfecto, no es de recibo que se te recuerde continuamente lo imperfecta que eres. La hierba estaba húmeda en aquel punto, seguro que algo de lluvia había caído. Encuentro preciosas las montañas, disfruto admirándolas. Necesitaba llorar. Más, porque esta vez solamente lo había hecho durante un día entero; no era posible que no me quedara más dolor dentro. O sí, si había ido saliendo a goteo los meses anteriores. Paré el coche, estaba sola, completamente sola, y al bajar y no poder comentar con nadie lo que sentía me vine abajo, llorando amargamente, enrollada en el suelo, sintiéndome morir..."

Lamento profundamente el daño que me he hecho a mí misma, y el daño que he hecho a la gente que me quiere mostrándoles tristeza casi a días alternos. Pero me alegro de haberles mostrado alegría también un día de cada dos. Me alegro de contar con Arcade Fire, Yo la tengo, Wilco, Band of Horses, Van Morrison y Neil Young... porque me han hecho sentir muy bien. Y de mi recientísimo encuentro con Melville y Bartleby, por supuesto un personaje mil veces más sombrío de lo que lo he sido yo estos meses. De lo que lo he sido...

Feliz Año Nuevo

miércoles, 21 de diciembre de 2011

La amabilidad del cosmos


Más allá de todo lo que no se ve, de bruces con una afirmación certera y preciosa. Ayer hizo quince años que Carl Sagan viajó a las estrellas -sus estrellas-. Fuera incertidumbres, deseos...; estamos hechos del mismo material del que están hechas ellas. Hay algo luminoso en mí... y en ti.

No es fácil escribir sobre algo que solamente los demás podéis ver... o no ver.
¿Qué imaginas tú? la mirada... tan importante. No sé si sabré hablar a través de ella, voy a intentarlo al menos. Pero no será fácil sin derribar antes algunos muros. Mis -minúsculos ya- traumas, la contradicción ante el espejo, la actitud, la pose... Borra de mis ojos esa tristeza bella, como la describiste en el momento en que nos miramos más segundos de los que son habituales entre desconocidos.

Si algo me han enseñado los desencantos es a saberme bien o mal mirada. No sé cómo será nuestro próximo cortocircuito, porque sucede siempre: se explosiona en positivo o en negativo, pero algo estalla, se rompe.. o empieza. No tengo ya ningún rechazo ni reparo ante mi cuerpo, espero que tú tampoco lo tengas, ni que te incomodes ni me hagas sentir incómoda a mí. Nunca más. Serás una vía para que yo me deslice, con suavidad, y puede realmente resultar algo placentero, bello y deseado.

Me di cuenta hace ya tres años de que se plasmaba solamente aquello que veía el que enfoca y dispara. De ahí las sorpresas -agradables sorpresas-, y las subidas de autoestima -sin pasarse-, y el sentirse bien, y el proyectar ese sentir, y y...

Podría sobrar el color, o jugar a magnificar los míos naturales. Pueden resultarte agradables, al menos son cálidos y armoniosos, sin contrastes.

Empezar las cosas al revés tiene su punto.Y hubo algo mágico en que nuestros duendecillos comunes nos acompañaran ese rato raro pero bonito.

Fue un bálsamo para mí el modo en que me miraste, pese a ser un despojo triste en esa madrugada de viernes a sábado improvisada, fría, húmeda y loca. Unas horas antes había implorado cariño y un abrazo de forma totalmente humillante... Me fue negado, y en cambio tú te ofreciste a mí sin conocerme...

¿Te animas a cavar conmigo? puede que nos encontremos...

sábado, 17 de diciembre de 2011

La teoría del caos y las nubes de viento

(foto: Santi Vallés)

Parece ser que ayer la gente pasó la tarde mirando el cielo porque estaba realmente impactante. Internet se fue llenando, mágicamente, de fotos llenas de nubes de viento. Y a mí, que me embobo mirándolas cuando son solo nubes normalitas, se me pasó, ni me enteré :(. Debería haberlo hecho, haber tomado muchas fotos. Si hubiese mirado hacia arriba ese rato, si hubiese estado en la calle, en el aire, en lugar de sentada frente al pc, hoy no estaría triste.

Podría decirse que trabajo todos los sábados del año. Hoy no, y ni me acordaba. Me lo dijo casualmente mi compi. Elegí hacía semanas este día por tener que librar uno, a voleo. Si hubiese trabajado... hoy no estaría triste.

He pasado la tarde en un sofá que no es el mío, tapada con una enorme colcha negra y gris y con un encanto de pareja mimándome. Triste. Hemos visto Match Point cuando estábamos casi a puntito de empezar Die Welle. Puro azar en el último segundo. Y yo, con mi típica tarrofagia pensando por qué tuvieron que darse esas dos circunstancias juntas, principalmente la de no trabajar este sábado. Cómo, aún sin cambiar un ápice la realidad, no hubiese tenido lugar una conversación tan fea, en absoluto necesaria porque estaba ya todo dicho, de manera muchísimo más suave y bonita. El no querer y la no crueldad pueden convivir en armonía.

Empieza la peli, que recordaba de manera difusa, y nos dicen:
Aquel que dijo "más vale tener suerte que talento", conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte. Asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control
El motivo de mi última gran tristeza, aunque latente, ya había dejado de mortificarme hacía semanas. Sin necesidad de "muletas" externas -liberada-, pensaba editar un libro (¡por fin!), dibujar, pasar otras tardes de sofá con mi gente y en nuevos proyectos de trabajo que me ilusionaban, me llenaban y me llegaban. No fue pues esa circunstancia la causante de mi tristeza ahora a las 21:21, sino el hecho desencadenado después y de nuevo la desilusión gigante de saber lo importante que es el tacto a la hora de decir las cosas a la gente que queremos y el poco uso que hacemos, como si tuviésemos un corazón de piedra vieja. 

He pasado muchas horas tratando de entender por qué matamos tantas veces por la boca, y no sé si ha sido por pensar tanto, por el tema del azar o por el viento traedordenubesraras, pero por el camino he tenido una especie de sueño en el que conducía a las seis de la mañana por una carretera desierta y mojada rumbo a un mundo nuevo :)

lunes, 12 de diciembre de 2011

If you see what I've seen with your eyes...


Ella sentada sobre una piedra. La mañana ha nacido brumosa, el paisaje está impresionante. Él la observa con ese fondo de impotencia de aquello que se desea de vez en cuando y está prohibido tocar. Se le tuerce el gesto al recordar ese pacto, y siente el pequeñísimo nudo que forma parte de su persona desde aquella conversación.

- "No me dejes", había suplicado ella.
-"No, no lo haré, solo dime qué debo hacer para que no me dejes tú a mí", recuerda haber dicho él... contra todo pronóstico.

La mira, y en ese momento moriría por dibujarla entera solamente aproximando un centímetro las yemas de sus dedos; sin tocarla, sin dañarla. En ese momento... no en otro, ni en todos los momentos.

El corazón de ella ya no se cree nada. Está hibernando de nuevo.

lunes, 5 de diciembre de 2011

El mundo está parado


Esta mañana escuché por la radio a la ministra italiana tropezando bruscamente con un nudo de emociones (aquí). Luego, al primer ministro renunciando a más dinero público a su favor, que total, no le hubiese servido absolutamente para nada. Son absurdas algunas cifras llamadas sueldos. Vergonzantes.
La radio me hace compañía en mis domingos, y algunos ratos incluso me da alegrías. Noticias sobre récords en donaciones de órganos hace unos diez días (vaya, esa noticia no está en primeros resultados de google :O).

Cristina vino a visitarme hace poco. Es sencilla, vive austeramente, como todos; no trabaja, como la mayoría. Hablamos de unos días recientes sin tele en la casa de sus padres, y cómo se rieron todos; los imaginé a gusto, hablando y mirándose a los ojos, como antes. Muchos de nosotros, de niños agradecíamos a quien fuese que se fuera la luz. Era ese el momento en que sin distractores disfrutábamos de nuestros papis y hermanos. No nos veíamos -la luz solía irse en meses húmedos, cuando el día dura tan poquito-, pero pocas veces me sentí más unida a ellos. Y luego hay quien no cree en esos lazos invisibles que nos unen casualmente.
El mundo está quietecito ahora, echando mano de despensas -reales o figuradas-, hablando más en las plazas, tratando de alegrarnos más unos a otros. Somos más altruistas, más generosos, como si lo anterior hubiese simplemente desaparecido. Más buena gente.
Siento cosas buenas que me vienen en forma de pensamientos. De vez en cuando recibo emails o mensajes internos de feisbuc sorpresivos. A veces parece que no vengan de personas concretas, porque no los veo, no huelen, ni saben, no sé si son de textura suave, ni siquiera sé si tienen voz ni cómo se mueven. Sin entrar en temas religiosos, con los que no comulgo -nunca mejor dicho-, puede que sean ángeles.
Me quejo porque me parece poco, porque necesito más el contacto físico que otra gente y que otras veces. Hace mucho tiempo que dejé de tenerlo, y cuando tuve esa posibilidad... tampoco podía tocar, ni ser tocada.

El mundo está como parado. Visto desde arriba es un todo difuso. Visto desde abajo es como una capa gris, pero llena de muchísimos dientes de león volando. Son pensamientos, que van uniendo personas, aunque apenes lleguen a conocerse más allá de algunos ratos. No me encuentro bien, todo me da vueltas  y creo que soy yo la única que gira.

Pd: Totalmente improvisada. A ver si tú puedes ayudarme :)

lunes, 28 de noviembre de 2011

Como otro laberinto de espejos


Hablé una vez de dos álguienes fascinantes: fue en otro tiempo, con otras preocupaciones que ahora me suenan a leves. Fue aquí.

Existe en mi vida un especial simbolismo con el espejo. La primera Navidad sola en muchos años desempaqué cajas, cajas y más cajas como muñecas rusas... para ver que alguien me regalaba a mí misma enmarcada en un cuadrín de plata y concha de 5x5cm, con una nota que decía algo así como que lo que se me regalaba era mi presencia. Contradictorio, ¿no? pero lógico. No es que fuese transparente para los demás, es que lo era para mí misma; incapaz de verme, existiendo solamente a través de los comentarios y la simpatía de la gente que había ido conociendo. Triste, seguro. Puede que si quisiese escarbar en eso fuese solo el resultado de ir creciendo "ya mayor", como dijo mi madre, de "ir sola" por el mundo, de "no necesitar" que nadie me dijera nada ni me pusiese pautas, porque yo, ya de pequeñaja las seguía con mi sentido común adulto atrapado en un cuerpo de siete años.

Conservo todavía ese espejo, y nunca me reflejo en él, desobedeciendo las instrucciones que me dio el regalante. "Conócete a ti misma". Me vi aquel día a trozos pequeños: ahora un cuarto de frente, ahora un trozo de labio, luego un ojo...  y advertí que nunca me había mirado.

Esa persona que amé y me amó, a quien ayudé y a su vez me ayudó, que quiero y me quiere, tenía especial fijación por la metáfora del océano transformado en gran espejo. Le gustaba jugar y atravesarlo. Libre. Nuestra separación fue traumática y limpia como una mutilación, como debería siempre ser; sin mortificar despellejando. Ese modo de irnos el uno del otro, de separarnos física y emocionalmente, fue lo que no dio pie nunca al aborrecimiento, por ninguna de las dos partes. Y el respeto y admiración -lo más importante entre personas- sigue intacto, puro. Sin un solo reproche porque no hubo ni una sola mentira.

Algunos ratos disfruto desempolvando a Borges; me pregunto por qué y cómo alguien ciego es capaz de hablar una y otra vez de imágenes, de espejos. Asimilar nuestros proyectos frustrados, las ilusiones echadas a perder -"Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos"-. En esos momentos soy como el laberinto extremo, el límite de la desesperación. "La víctima siempre en el centro del horizonte y un número infinito de alternativas".

El laberinto atrayente, atrapante, pegajoso y adictivo que conduce siempre al mismo sitio. Ciclos... que al final concluyen en demasiada incertidumbre, desesperanza y angustia vital, porque esa no-salida carece de final feliz, y el paso del tiempo solamente la va afeando. "Estoy solo y no hay nadie en el espejo". ¿Puede haber más tristeza?

Pero buenas noticias :): el paso de estos años me ha hecho inclinarme más hacia Cortázar. Pese a lo vivido y lo oído. No murió del todo el ese romántico. Entonces subo hacia arriba desde el fondo del océano; respiro mal y por segundos pienso que me ahogo, pero termino saliendo del agua. Cojo aire y vuelvo a sentirme feliz. "Ven a dormir conmigo esta noche. No haremos el amor, él nos hará".

martes, 15 de noviembre de 2011

Universo en mi bañera


Llené la bañera y eché gel. Se formó mucha espuma, gordota, hinchada, blanca y llena de puntos brillantes como estrellitas que iban desapareciendo flop flop flop. Era como el silestone blanco, como los minerales que cogíamos de las cuevas y pasábamos rato observando maravillados, llenos de brillos que iban y venían. Fascinantes.

Creé un universo alternativo, ficticio y perfumado. Blanco y perfecto. Suave y fabricante de bienestar y risas. Un spa en mi cabeza. Yendo y viniendo, yendo y viniendo. Solo yendo.

Yo también "me entristezco cuando hablo de estos recuerdos (...); si trato de describir todo esto es para no olvidar. Es triste olvidar a la gente". Tener que olvidar así a la gente. Y ser olvidado. Como el que pierde sus recuerdos y paraísos. Morir demasiado pronto para alguien. Devastador, sin duda.

Empecé de nuevo ese libro tan bonito, que muchísimas personas todavía no han leído. Deberían, deberíais:

 "Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito. Tampoco tú tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo..."

 "Y cuando te hayas consolado (uno siempre termina por consolarse), te alegrarás de haberme conocido"

jueves, 3 de noviembre de 2011

Un baile de lunas

 Mun

Por una de esas casualidades que tanto asustan a veces, he conocido a un chico, y hoy he sabido que él y yo tomamos una foto de la Luna exactamente desde la misma distancia,  con el mismo encuadre y el mismo día... pero con tres años de diferencia.

Fue el día de San José y seguramente sea normal la coincidencia de factores fotiles y de plenilunios llegando la primavera; no llevo la cuenta de sus fases desde que me desmontaron la relación entre ella suspendida en su fondo negro negrísimo, tan lejana y tan divina... y nosotros los humanos -o humanoides-, tan lejitos y con nuestros pies arraigados por ese tremendo imán a un lugar tan enigmático -mucho más que cualquier otro, desde luego- llamado Tierra.

Bailó la luna esa noche, y yo me sentí tristísima, con ganas de amor, de un abrazo fuerte y sentido. Y la realidad me dejó sin nada. Me sentí vacía. 

También baila estos días, y hace de las suyas. Marea al personal, y como una gomita elástica el mareo regresa a mí estampándose en mi pecho. Y duele mucho. Duele sobre todo notarlo tanto. Saber las cosas.

Creo que hasta ahora rechacé los abrazos por temor a romperme, como las cosas delicadas y simples. Carezco de adornos que puedan servirme de amortiguación, y tampoco tengo varias caras que puedan destrozarse en vez de la verdadera y me resguarden.

Un millón de buenas vibraciones, cariños infinitos que noto y agradezco. Pero ni un solo abrazo físico y nada de amor. Son días tristes.


sábado, 8 de octubre de 2011

Una muerte dulce


Es triste y no. Me llegaron mucho aquellas palabras de Buzz Lightyear: "yo quería arreglar el mundo... pero solo soy un juguete". Amor para mí es admiración, y todo lo demás que puede confundirme cuando alguien me gusta, me atrae o me produce curiosidad es otra cosa. Seguramente es esa certeza la que distingue lo que siento o no siento, mi varita de medir. Dejar de admirar es dejar de sentir amor, por muchos resquicios, ternura o recuerdos que queden. Hace un rato estaba cenando en una terraza; con las montañas azul marino ante mí -mis montañas de los viernes noche-. Dicen que cuando hablas mirando arriba y a la izquierda, buscas imágenes recordadas. A mi izquierda he visto luces de lejos, distinguia el cielo perfectamente, y quise justificar sentimientos por el mero recuerdo que me siguen produciendo, en un intento agonizante de rescatar momentos bonitos llenísimos de admiración. Admirando la sensibilidad, la delicadeza de carácter y la belleza plasmada tras otros ojos capaz de emocionarme una y otra vez.

Alguien me dijo hace un par de días que si eso había sido amor, era patético. Imaginé el amor materializado en objeto, en mueble carcomido, con agujeritos pequeños disimulados con barniz, y lleno de túneles huecos y siniestros fragilizando totalmente la madera. No me gustó verlo de ese modo, aún usando la balanza de los hechos. Me sentí mal y triste.

A mí me gusta contribuir a que todo sea más bonito. Inventé un lenguaje hace muchos años: un idioma con miles de diminutivos, otra forma de ver las mismas cosas que para muchos pasan desapercibidas.  Y me gusta cómo me he sentido con determinadas compañías. Ese amor sin condiciones que nos hace mejores solamente por el hecho de existir esa personita admirable -aunque solamente la admires tú-. Amar es aceptar defectos, terminar siempre sonriendo, no sentir enfado. Amar es que te motiven, que te animen a probar cosas nuevas, que alguien convierta un día normal en otro muy especial. Llenar.

Puede que solo haya sabido amar de manera patética últimamente, y que haya ido en cierto modo contracorriente, justificando unos actos poco bonitos con una manera de ser bonita. Siendo "indulgente hasta mi propio patetismo" ("indigna", han pensando algunos). Yo no me siento así. No se puede ser indigno por tener buenos sentimientos. Solo he visto las cosas -mis cosas- llenas de colores, quedándome con lo pequeño, corto y bueno, y tratando de no pensar ni recrearme demasiado en las zonas de niebla. Coloreando mis sensaciones. Todo va emborronándose, muriendo poco a poco; es lógico cuando no se alimenta... entonces,  ¿por qué no hacer que la muerte sea más dulce... ya que no tiene remedio?

sábado, 24 de septiembre de 2011

Como si tuviera delante de mí solamente el cielo


Hacía mil años que mis viernes contenían noches normales. Pese a no madrugar el sábado, me desacostumbré a pensar en esa noche, que fue la más especial para mí durante mucho mucho tiempo; un trozo de vida que nos robábamos y arrancábamos unos a otros y compartía siempre, sin demasiadas aglomeraciones. Barras tranquilas, conversación, tranquilidad para siquiera ver la noche pasar con amigos.

Empezó a lloviznar anoche, y un hada madrina venida para mí transfigurada en amiga me propició una cena improvisada en su porche, viendo llover y disfrutando de la brisilla de septiembre. Hablando de las personas, del mundo...

Se paró la conversación a tres bandas por unos segundos. Observamos el cielo, que bajo la farola de la calle dejaba ver los finitos hilos de lluvia caer. Y quedamos un rato en silencio, quiero creer que disfrutando.

Regresando ya bastante tarde para lo que yo acostumbro, la carretera estaba totalmente vacía. Solamente yo. Yo y los caminos, carreteras y montañas como sombras de monstruos a mi izquierda. Había enchufado el mp4 al azar totalmente, y con un poco de sueño ya, dejé salir las canciones, sin darme cuenta por momentos de qué estaba sonando, más dormida que despierta. Con completa inercia.

Empecé entonces a escuchar grillos y no estaba en el campo; la noche se me mostró pura y limpia, fluyendo por los altavoces del coche. Desconocía cómo habría entrado allí. Pero me encantaba. Sola yo y sola en el mundo. El encanto cambió un ratín a tristeza. Leí una vez que la música era el eco de un mundo invisible. Ese que habita dentro de nosotros, particular, complejo. Islas al fin y al cabo. Me percibí sola en el mundo, prácticamente apreciando solamente a ratos esos momentos regalados por otros. El Universo entero estuvo en pausa el rato que tardé en llegar a casa. Chispitas rápidas cayendo en el parabrisas, el frescor en el lado izquierdo de mi cuerpo. Una canción hipnótica. Totalmente hipnótica y evocadora, sin haberla escuchado más que dos, tres veces -que yo recordara-. ¿En qué pensó la persona que la sacó de su cabeza y la plasmó en sonidos?

Era esta:

lunes, 29 de agosto de 2011

Mi mundo feliz


En mi mundo feliz, hoy era un día bonito, esperado, con ganas de seguir riendo y sintiendo cosas. Sí me gustan las señales, y me gustan las personas que las hacen suyas, aunque no siempre acierten ;). Es fascinante ir tejiendo historias mediante pistillas, letras de canciones o deseos hechos públicos. Pese a que no siempre sean señales pero sí lo sean a veces. Y cuando alguien capta algo tan tan íntimo, retorcido y críptico, es que se ha producido una sincronía. Una de las palabras más armoniosas del diccionario. Y entonces sí, yo paso a ser Lucía encima del ciclomotor rodeada de mar azulísimo por todas partes, dándome el viento en el pelo y mostrando el botoncito de uno de mis pechos de manera delicada y casual. Y el suelo no nos sujeta, sino que nos zarandea, nos marea, nos hace bailar. Y nos gusta, nos encanta, nos relaja. Como nuestro sexo. Cada día más y más placentero. Yo me asomo también a la cueva, y encima de mí otro tono de azul. Te busco y trato de entender tu cerebro, como la oquedad misma. Rara, asalvajada. Hay poca gente. Septiembre se descubre ante nosotros como el segundo de los meses más bonitos del año -el primero es octubre, claro-. Y me viene mi mantrafrase, esa que solamente asocio a ti, que de tan dramática puede resultar hasta ridícula pero tanto me gusta: "yo... hubiera matado monstruos por ti".

miércoles, 24 de agosto de 2011

Divina vesperam y odiseas espaciales


En la tarde más bonita de aquel verano tocaste mi pelo. Nos pilló el agua finita cayendo del cielo estando en la playa, llenos de arena porque las ganas de sentarnos y hablar nos dieron de repente, y tú en tu coche no llevabas toallas, ni estora, ni nada de nada. También yo solía ser como tú, hasta que me volví constructora de momentos y sueños, llenando mi maletero de objetos porsi, como los llamábamos bromeando.

Te dije la frase que tanto me había gustado de la última maravilla que había visto de Kubrick: “bésame, muchacho, porque no volveremos a vernos”. Pusiste ojos raros, de asustado; todavía no conocías mi faceta peliculera. Te hizo gracia, pero no sé si llegaste a creerme del todo cuando te dije que solo eran frases bonitas de películas, pero que sentía como mías. Debiste pensar tal vez que era un recurso nomás, pero no, no, piensa que salían del mismo lugar que si las hubiera compuesto yo.

A muchos les asustó que tuviera esa juventud tan romántica, tan de color rosa, y mi forma de acariciar cuando amaba: apenas rozando la piel el mínimo posible, en silencio y cuando la persona parecía que dormía. Ahora me importaba bien poco, qué más dará, si uno adora lo que otro aborrece...

Esa tarde nos refugiamos en la primera casita que vimos con un cartel de "se vende/se alquila" colgando. Llegar a ese riurau fue como llegar al hogar, y allí pudimos sentarnos y dejar que parase el tormentón en que se habían convertido aquellas finas gotitas.

Luego, lo bonito se esfumó, como tantas otras veces, y quedamos en no vernos más. Te noté el nudo en la garganta por comprobar que la frase de Kubrick había tenido un algo de premonitoria, dejándonos con una sensación fea, pero a la vez era una despedida con paz, sin lloros, reproches ni excusas como las veces anteriores.

El largo puente en que se convirtieron mis días –nuestros días- hasta que llegó el otoño fue más bien un paseo dulce y reposado, como yendo por un laberinto inglés. Oliendo el camino, sin prisa por encontrar la salida, dejándonos llevar.

Algunas noches tocaba tu cuerpo ausente sin darme cuenta, en sueños. Pensé en la teletransportación de caricias y sensaciones, y en ese duermevela llegabas a estar conmigo allí tumbado, mientras mis dedos esbozaban el recuerdo que tenía de tus formas.

Y Bowie y su "Space Oddity" volvieron a mí. Ya contaré cómo fue...

sábado, 6 de agosto de 2011

Un corazón de oro

Sí, lo vi, lo conocí, y llegó a rozarme. Pero sucede que mi piel reacciona mal con según qué oros. Amarillea el blanco, que necesita rodiarse continuamente, con el consiguiente desgaste que ello supone... y estropea el amarillo... pues no sé, ennegreciéndolo, maleándolo. No sé pues si la culpable es la calidad de mi piel o la del oro, que nunca se sabe. Que la nobleza también tiene flaquezas, y por muy metal noble que sea un corazón, a veces no es compatible con otro... por vete tú a saber qué razones.

Casualidades que justo hace un año y pocos días me vi en la misma. Ayer mi amiga me comentó que tendíamos a repetir las historias, nuestras historias. No es demasiado normal que la persona que está a tu lado -del modo que sea- sea tan ajena y fría a tus alegrías, a tus tristezas, a tus fechas importantes, a visitas médicas que pueden marcar un antes y un después. Es esclarecedor notar en el otro de forma tan rotunda ese no querer, ese no sentir. Y una de las cosas más tristes y feas que te pueden pasar en la vida. Me pasó hace un año, me ha pasado este, y solo espero, como dijo Thoreau, que el amor no correspondido hacia mí no me impida seguir amando yo, ya que la vida me dio el don de ser capaz de hacerlo. Debería ser feliz solo por al menos haberlo intentado y haberlo sentido.

Este textín que viene lo escribí el 30 de diciembre de 2010. Han pasado muchos meses y el miedo que he mantenido hasta hoy mismo me impidió lanzarlo al aire, a la luz, a la nube. Pero los miedos nos mortifican, y hay que pasar por encima de ellos. Así nos liberamos al menos un poquito:

"Aún teniéndote a mi lado me desvelé, como tantas veces. Solo que esa vez el desvelo se vio dulcificado al notar tu presencia a mi lado. Tú dormías profundamente. No te diste cuenta de cómo te miraba. Sabía que esa duda tuya era un no respecto a mí, pero no te pude coger manía ni una sola vez. Me inspirabas ternura. Un corazón enorme en un cuerpo grandote. Un cerebro sensible e inteligente bajo mechones de pelo largo, liso y rubio. Parecías un niño. Achuchable, consolable. Alguien a quien cuidar.


- "Yo vine a este mundo para ayudarte"
- "Estás loca"


Lo supe a los poquísimos días de conocerte.


- "¿Y tú? ¿Qué has hecho durante todos estos años?
- "¿yo? te estaba esperando"

sábado, 23 de julio de 2011

Blue


Malibú resultó ser cortita desde las casas al mar, y muy muy luminosa. Casas que parecían flotar con largas y flacas patas de madera, como de pirata gigante. Las bases, de tanto oleaje, tanto golpe y tanto desgaste, estaban negruzcas, estropeadas, feas...

Había perros grandotes jugando, mucha espuma empuntillando las olas, gente pescando.

Me giré hacia arriba, mirando una de las casas y fantaseando en cómo sería la vida allí dentro, tan cerquita del mar -imaginando el mar en invierno-.  Y allí estaba, colgada de una pared. Tristona y azul.

Esa visión me hizo pensar que, "incluso en días luminosos y casas blancas, siempre hay un puto huequín para la tristeza".

PD: pero, pese a algunos días feíllos, poquito a poco voy notándome más ubicada y feliz :).

lunes, 27 de junio de 2011

I ventured in the slipstream


Pensaba sobre el ese de vivir, y las carreras serpenteantes y subibajas agitándonos las emociones. Seguramente las adrenalinas están bien precisamente porque pasan - porque sabemos que pasan-, y yo no quiero vivir siempre al límite, sino bajarme ya y poderme acurrucar, mirar a los ojos y reír, sobre todo reír mucho. Sentir duele a veces cuando no se siente bien. Por eso a ratos me he notado como perdida en una fiesta nocturna, y, aunque me ha gustado dejarme llevar por esas luces y esa química, ha resultado ser todo artificial y efímero. Puede que por ello a la mañana siguiente, el día después de haber experimentado la emoción vibrante, he ido en busca de la tranquilidad, como el prota de una peli infantil de aventuras que solamente quiere llegar a su casa y dormir en su cama después del jabón y las toallas suaves. Estabilidad, equilibrio mental... La armonía genera paz, otra forma de sensualidad; expresión de calma en la cara, suavidad en la piel, alboroto o enmarañamiento de pelo rojizo, kohl redibujando los ojos. Ternura. Al final será eso lo que mueve el mundo.

lunes, 23 de mayo de 2011

Y el mundo se balanceaba


De niñita engendré una utopía. Colinas de verde terciopelo, suaves, ondulantes y acogedoras. Y las veía de vez en cuando en la sobremesa, la hora del día que prefiero, cuando el día se parte en dos y el mundo queda quieto, estable, en paz.

Me sentaba en un sillón cuando el suelo quedaba ya limpio del estropicio de la hora de comer, y mi madre bajaba la persiana hasta la mitad, como dando la señal de que empezaba el rato del descanso. Y entonces el Oeste, los desiertos y las llanuras cobraban vida por la magia de la tele en la casa de la playa. Yo quería vivir allí, y cabalgar sin límites, y correr sin topes, lindes, paredes ni finales. Libre. Sintiendo la brisa en mi cara. Era un imaginar la felicidad -y un llegar a sentirla por proyección- en el que la única protagonista de mi estado era yo. El estado ideal que poquísimos alcanzan.

Otra vez sucedió. La música. Despertarme en mitad de un ciclo escuchando una canción concreta. Y abrir los ojos, mirar a mi lado izquierdo y al frente unos segundos después y ver que era justo esa música, ese ritmo repetitivo y suave, el que mejor se ajustaba a lo que vi en esos momentos: varias motos circulando plácidamente, dejándose llevar por aquel mundo ondulante y suave. Y yo en aquel extraño bus, sola, sin nadie a quien poder dirigirme en el idioma de mis pensamientos, ni el de mis sentires. Poderse comunicar no es hablar; poderse hacer entender no es poderse expresar. No se saca la esencia exacta ni se la puede ofrecer en bandeja de plata al otro. Es limitado. Y el ser humano, el cerebro y el corazón no tienen límites...

(Neighborhood #4 (Kettles), de Arcade Fire)

miércoles, 18 de mayo de 2011

Colores hechos de lágrimas


Sí, "qué bueno que vinihhhh-te", escribiste :). Pero qué bueno que me re-encontraras, pensé yo. Aunque fuera en un antro. Porque no era menos antro por tener tonos fucsia en lugar de rojos. En mi tarde y tu mañana; en tu madrugada y mi atardecer.

Amamos de tantos y tantos modos, mente maravillosa...; Amor. Tantas definiciones, tantas confusiones. Malentendidos, endiosamientos, platonismos, caprichos. Carne es carne; deseo es deseo. Si va juntito a lo otro qué bien, ¿no? pero si va sueltecito... umm. Pero tampoco está mal, nada mal, aunque sea para rellenar vacíos y ocupar huecos -más lógico al revés, pero... ¿por qué no del modo en que he preferido ordenarlo? Estuvo bien acordarme de ti como sucedió y te escribí. Ese grupo, esa canción llamada Yellow y esa otra en la que alguien quería arreglar al otro :). Por esa promesa que no fue... o espera, sí fue. Porque de cualquier modo tú fuiste una de mis ausencias, una de mis nostalgias. Por minutos, por melodías y visiones de laberintos y laberintos de piedras rojas enmarcadas en gris plomo y motitas pequeñísimas de aguanieve.

Casi lloré, pero no te preocupes, quedó en un sobrecogimiento y un pensar bonito, y no fue de tristeza ni pena ni nada de eso. Fue por saberte ahí, a 10000 km menos 1200 y asegurarme de que estabas bien, que convervabas tu mente preclara, tu sentido del humor, y percibir que, aunque en lugar de escribir un texto taaan largo (:P) hubieses puesto un simple icono... yo lo hubiera entendido.

No me marcan las pasiones. Me marcan las pasiones. No, no me equivoqué, lo escribí así porque quise. Más allá de una serie de movimientos pélvicos, engrosamientos, embestidas y explosiones. No se le encoge a uno el corazón al recordar esos momentos; pero sí al memorar ciertas frases, miradas, guiños o el simple roce de dos palmas. O verte rodeado de luz azulada, amarilla, en lugar de luz oscura y cálida.

Hay personas que llenan y otras que vacían. Literalmente. Hablando ahora de otras emociones, de esas más carnales, de las más físicas; dejando aparte las más platónicas y espirituales. Las que llenan en un aspecto y no vacían por el otro no logran nunca cuajar. Las que vacían consiguen llenar de ese modo primario. Y es así, y siempre ha sido así, hace mil años o hace diez minutos. Luego ese vacío físico que tanto llena por otra parte, da lugar a otro tipo de vacío, y pasado el primer entusiasmo, hay un día en el que falta algo. Algo es una palabra muy socorrida. El algo que se le busca luego a lo que tantos impactos físicos nos causa, pero que a la vez, si se las restamos sobre un papel o en nuestra cabeza, nos deja con sensación también de sí pero no. Somos caprichosos. Curiosamente, el cerebro recuerda más los vínculos cuando se ha dado el segundo caso. Parece que esas sensaciones son las que quedan ahí marcaditas... y el resto, humo o chimichurri, nada relevante. Triste.

Pasé más de un día completo suspendida en el aire; rodeada de gente pero sola, como suelo sentirme. Sonó dentro de mi cerebro esa canción hipnótica, banda sonora de algún encuentro sexual reciente. Coligada a un reservado de bar oscuro, a pelos largos y mucha calentura. Estremecimiento, delicadeza echada de menos. Tres orgasmos seguidos. Cierta pena y pocos recuerdos vívidos. Muchos emborronados. La pura contradicción enfundada en vaqueros ajustados, como me describiste en papel físico.

Me alegré de no olvidar del todo.



"I could sleep for a thousand years.
A thousand dreams that would awake me.
Different colors made of tears"

martes, 19 de abril de 2011

Por un camino de piedras amarillas

 
A los que nos gusta escribir, pintar, dibujar, componer... cualquier estímulo nos conduce a una reacción en principio desmesurada si reparamos en la ley de causa-efecto y a que, en principio, una visión, un escalofrío, un aroma o un estremecimiento es un embarullamiento de todas esas cosas juntas y otras más, invisibles pero del todo trascendentales: el dolor, bonito a veces también -se me dijo hace poco que venían bien los períodos feos porque inspiraban, hacían crear, sentir más-; la alegría, que se nos sube por la panza, zarandeando a esos bichejos que viven dentro de nosotros y a los que imaginamos como circulitos con patas, o como patitas unidas a esferas pequeñas...; el calor, que reblandece la piel, nos aplatana, relaja, ralentiza... e incita deseos de tumbarse y nada más, mirando hacia arriba, estirándonos, respirando suave, sosegadamente, haciéndonos un poco más esponjas, un poco menos rígidos; la plenitud, muchas veces de vida corta pero intensa -si se estira en el tiempo acaba desapercibiéndose y formando parte del día... y deja casi de ser plenitud para ser rutina, rutina y nada más (guiño a Poe ;))-; el vacío, esa especie de bola enorme dentro de nosotros, encajada en una zona un poquito más alta que el estómago, y algo más escondida también que el esternón. La bola que causa que el cuerpo quiera enrollarse y algo intente salir por la boca sin conseguirlo, quedándose siempre a medio gas, casi pero no, tratando después de salir por los ojos y, no siéndole suficiente, acaba pariendo por las yemas de los dedos en forma de borradores, de texto plano. Juntando letras, formando palabras, creando frases, redondeando libros.

Es un segundo conduciendo. Alineándose un paisaje agradable, la temperatura perfecta, las perspectivas ante una de las más grandes aventuras en la vida de alguien que ha vivido quizás bien pocas, la ilusión ante lo que va a venir, todo nuevo, gracias en parte a lo que se ha ido, todo viejo. Y una canción, siempre una canción, que pueden ser muchas porque la música es de lo mejor del mundo. Y todo eso mezcladito y bien, me conducen a pensar en un camino de piedras amarillas. No se me ocurre un cuento para ese título, y solo dejo pues que mis manos liberen sentimientos y cosas. :)


lunes, 11 de abril de 2011

Sueño hecho realidad


Cantaba con esa voz gangosa y tristona que la había conocido en un 7-11. Y nosotras revolviendo vinilos arropados en cartones viejunos y descuidados en aquella habitación de tres camas y media, llena de pilas de ropa sucia de hermano mayor.

La ventana daba a una montaña. Decía que, cuando estaba triste -que era casi siempre-, solamente asomaba, la veía y todo lo feo se le iba como mágicamente. Fue lo primero que me vino a la cabeza cuando recibí aquella carta en papel en la prehistoria de lo que somos ahora y leí que a sus padres les embargaban la casa. Se le iba todo:  la habitación de tres camas, la suya, aquella ventana y su montaña.

Nuestros recuerdos olían a perfume de mujer mayor queriendo ser sensual, y nuestros colores eran el negro en su versión más profunda, más azulmente matizada -como los reflejos en el pelo de los dibujos animados- y el rojo más vivo en detalles pequeños: labios, zapatos, pins. Los sábados tarde se olía a amoníaco, a pelo quemado y a cera recalentada.

No sé si balanceando lloramos más que reímos o casi casi igual. Me apenaba saberla y sentirla tan desgraciada y sentirme yo impotente, incapaz de conseguir con todos mis poderes mentales y mi cabezonería que dejaran de hacerle daño de una puta vez. A veces los dichos son ciertos, pero muchas más son mentira absoluta y totalmente, y ella no merecía ser usada como una muñeca de látex ni acabar llorando encerrada en su cuarto cada domingo después de cada uno de aquellos sábados... y más siendo tan joven.

Nosotras... el resto... yo, fantaseando con besos de asiento de atrás. Ella... tratando de terminar de hacer el amor y que la persona recostada a su lado no se levantara con premura o le dijera de marcharse directamente, dejándola como un trozo de algo inútil, prácticamente igual que un trasto al que machacamos sin un mínimo de delicadeza hasta estallar -él o nosotros- porque sabemos que si se rompe... pues casi que mejor.

No más tristezas en esta historia. Ella ahora empieza a estar bien. Se la quiere -como merece- por fin. Está radiante y luminosa.

Y todo esto por haberla visto hace dos días... y por una canción de los Ramones.

PD: nuestros recuerdos no hubieran sido los mismos si no hubiéramos conocido el  Pleasant Dreams ;)


domingo, 3 de abril de 2011

Heart of Gold

 
(30-12/2010) Mil elementos o más directos a la papelera de reciclaje. Ni tiempo me doy para recapacitar y tenerlos en ese limbo unos días porsiaca. Suprimidos definitivamente. Un año extraño, ansioso, triste, esperanzador, emotivo, Frustrante también, al ver que mis momentos dentro del pozo no dependen de quién me acompañe, sino de mí. De admitirlo por fin y ver que le puedo dar la vuelta a eso y pensar al revés, y notar que mi ánimo risueño nunca nunca dejará de serlo, sean cuales sean las circunstancias. 

Demasiadas horas quizás para hacer memoria y entender por qué coño se queja uno cuando no tiene nada especialmente importante de qué quejarse. Al parecer ya nacemos complicados -algunos-, y nos gusta regodearnos en nuestro estado anímico de neurona negra (:)). Malo no es; se termina cogiendo el gusto a sentir, a cerrar los ojos, ponerse música y evadirse. También a llorar. Hay cierto peligro, sutil, suave y adictivo, en el disfrute de ese estado. Como un masoquismo muy fino, similar al  dolor que nosotros mismos nos causábamos moviéndonos constantemente los dientes de leche cuando empezaban a obligarnos a crecer y nos alejaban de ser niños, y se iban de nosotros para siempre.

Y cuando ves que ninguna muleta cura, que las noches horrorosas sin dormir no remiten con pastillas de hierbas que prometen darte paz, sino solo con una buena conversación íntima en ambiente oscuro con luz indirecta, o junto al fuego -aunque sean dos fuegos distintos-, y resulta que tampoco tienes esa conversación,  recurres a un remedio que nunca defrauda, y al  contrario, solo puede hacerte sentir mejor sacando cosas de tu interior, o, en el peor de los casos, conseguirá provocarte otras sensaciones y anhelar viajes ya de por sí anhelados, esperados; viajes que más que viajes parecen metas y puntos de inflexión; que tienen toda la pinta de cambiar tu vida, y que hay que aprovechar.

(3-4-2011) Entonces es cuando empieza a sonar la música, ese medidor exacto de nostalgia, la única prueba capaz de asegurar que una herida está ya completamente cicatrizada cuando el Yo consciente no lo tiene demasiado claro.

"Tienes un don"
, me dijo la persona que está ayudando a que me entienda y conozca a mí misma: "tienes la capacidad de olvidar por completo". Pero ojo, "es un don con su contrapartida emocional: eres incapaz de guardar rencor ni emociones negativas ante un recuerdo... pero tampoco recuerdas las cosas bonitas y las emociones que no deberían olvidarse". "¿Eso es bueno o es malo?". Para tu ser, para ti como persona es bueno, porque tus emociones siempre son completamente puras, como una niña, como el que parte de cero".

Bueno, yo solo sé que el verano pasado crucé el país llorando, sin atreverme a quitarme las gafas de sol. Había quedado en visitar a un amigo, y fuesen cuales fuesen las cosas que sucedieron los días previos, ese amigo nada tenía que ver con mis asuntos, y merecía mi visita, merecía que yo cumpliera esa promesa. Aunque llegase hecha un palillo -más aún- y con las emociones a flor de piel.

(24-3-2011)"Asegúrate de llevar flores en el pelo", dice una de las canciones que más me remueven por dentro per se. No, no va asociada a momentos tristes ni festivos, ni sexuales, ni melancólicos. Una canción bonita sin más.

Y asegúrate también de mirar siempre siempre hacia arriba y hacia adelante. Y pisar el acelerador solamente en las rectas anchas y seguras. Y proteger tus ojos del sol, y cubrir tu piel aunque sea con una fina capa de cebolla imaginaria para no dañarte, para no rasgarte, para no sangrar.

Ya se irán yendo las penas. Con solo dos días de sol -diciendo adiós por fin a la horrorosa humedad-, el personal se notará felizmente relajado. No será -cuando quiera que sea- solo mi sensación, mi sentir y mi estado, sino que se notará a mi alrededor. Una euforia mínima pero constante e increíblemente positiva.

Ya se ve a la gente pedir color, pedir sensaciones, preguntar por árboles, por las flores de esos árboles, por las frutas de esos árboles. Y hay ganas de salir para tomar fotos, y de coger coches, trenes y aviones.

(3-4-2011) Dentro de tres semanas y un par de días cruzaré por fin el océano. Me da vértigo pensar en todas las horas que voy a pasar solamente yendo. Y seguro que también lloraré. Las lágrimas salen solas, no se equiparan las emociones ni se deberían comparar, porque cada lloro es distinto. Y puede que una vez llorara de pena y otra de decepción. Que una vez esperara algo que era imposible que viniera porque ya se había ido, muerto completamente, y que esta vez llore por algo que nunca llegó a arrancar y por un viaje planeado  durante muchos meses entre dos y al que solo irá una persona. Parece como si la vida jugara un poco conmigo, y me da rabia a veces. Me proporciona compañía para empujarme... y luego me la quita para que marche sola...

Cruzaré el desierto de Arizona; dibujaré con mi dedo el skyline desde las colinas de la ciudad de clima suave, pararé en gasolineras solamente para tomar la fotografía soñada bajo un cartel con dos seises; observaré el cielo de noche desde aquel sitio tan mágico y para mí tan especial que inspiró mi último texto; veré luces y colores en esa ciudad imposible en mitad de la nada; fotografiaré carreteras anchas e inteminables; escucharé rugidos de vehículos de dos y cuatro ruedas transportando a soñadores. Tendré presente a toda la gente que me ha acompañado en tantas y tantas noches de insomnio con su música y sus letras -la mayoría de América del Norte-, y seguramente no sentiré nada aparte del placer de escucharles, pero a quién voy a engañar, no va a ser lo mismo.

lunes, 7 de marzo de 2011

Dibujos en el cielo de noche


(Foto de Brenda Tharp)

Un grupo de gente rodea una hoguera. Pese a estar prácticamente en mitad de un desierto... no hay frío; solo una brisilla templada muy muy agradable. Con cualquier tipo de prenda, incluso sin nada, es una temperatura perfecta, de esas que se advierten -para bien- y provocan que las personas dejen de hacer lo que traen entre manos solamente para tener ese sentir placentero de la calidez golpeando levemente sus caras, sus brazos, sus piernas y sus manos. Puede que sea mayo, pero también es probable que sea junio. Importa poco eso. Solo ese bienestar en esa noche.

La hoguera no quema, qué contradictorio, si el fuego quema siempre si uno se acerca demasiado... pero pueden estar perfectamente a tres metros de ella -un círculo pues de tres metros y toda la gente que quepa a su alrededor- sin necesidad de apartarse. Primero cuentan historias; luego alguien pide silencio. Y callan todos, sintiendo plenamente ese momento, a la vez que la brisa sigue dando pequeños toquecillos agradables, apenas despeinando pelos, como bailando y serpenteando entre ellos.

Durante el silencio se escucha la soledad;  no es fácil eso. La mayoría empieza a dejar caer los párpados. y, cuando los ojos se cierran, parece como si todo se moviera, y la primera vista con ellos cerrados es un color naranja muy apagado que da paso a un blanco con manchas negras. Desasosiego. La misma sensación de  otras veces, como de vivir a medias. Y al poco se escucha a alguien llorar. Y ya no hay nada.

En sus cabezas se montan historias. Fuera de cada cerebro hay otro completamente distinto: distintas conexiones con distintas neuronas; distintos problemas y distintos propósitos para resolverlos. Empatía... la justa. En este mundo cada uno va a su historia, y el problema que atormenta a la mente de la izquierda se queda ahí encerradito, sin afectar lo más mínimo a la mente de la derecha. Es una empatía a ratos, el rato que se da cuando se cuentan las cosas, se escuchan y dos se abrazan. Terminado el abrazo, el oyente ha olvidado prácticamente el tema del hablante, y así es todo.

Entonces alguien coge una astilla finita y larga y la moja en el fuego. Girándose, ante el lienzo negro que es  ese enorme cielo de noche, empieza a dibujar espirales que duran apenas segundos, pero el resto lo observa maravillado.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Manos despeinando tristezas

(Florencia Torisi)

Me dijo "dame un abrazo". Ante mi reticencia, que se notó en una milésima, añadió "aunque sea falso... aunque este sea falso"; "Es que no sé, es que soy fría". "No, no. Tienes calidez, la tienes, solo que algo te sucede que te impide abrazar".

Me quedé mejor que antes de saberlo. Los "soy", los "no sé", los "no puedo". Los que sé que no existen, pero mira, ahí están en la práctica de mi habla, del habla de mucha gente.

Hay casi siempre una segunda ocasión. "¿Y si probamos con el dorso de la mano?" Así es más suave, y la electricidad se genera de manera muy sutil pero con bastante eficacia, desembocando en una combustión cálida y constante. "¿Y si cierro los ojos y me olvido de la expresión de mi cara... aunque sepa que me estás mirando?". "Hazlo así, hazlo como tú prefieras, yo solamente te repasaré... pero con el dorso de mi mano". Apenas me entero de ese dorso que apenas me roza. Pero tiemblo... y no me aparto. "Va, déjate llevar. Yo cuido de ti, no me marcho". No es fin de semana, la gente debe estar trabajando -lo que se suele hacer entre semana-. No solamente son bonitos los días de fiesta. Hay lunes, martes, miércoles y jueves sumamente agradables. "¿Cómo puede ser todo tan tan perfecto y hacer este día?. ¿Va a ser que será verdad toda esa parafernalia mágica de los eclipses y las lunas raras?". "¿Acaso la viste?". "¿Si vi... qué?". "La luna, qué va a ser?". "No, qué va... yo no creo en esas cosas... pero ¿por qué no paras de hablar  ... para variar?"."Qué susto". "¿Por qué te asustas?"... "Pensé que hablabas en serio... porque no lo hacías... ¿no?". "Bueno, mírame, estoy sonriendo... a ti qué te parece?". "Me parece que... me olvidé de tus manos, por completo. Olvidé de dónde surgía esta corriente". "¿Te molesta?". "No, para nada; mira, estoy temblando, pero no te preocupes, no es miedo ni frío ni nervio... es... no sé explicarlo... algo". "¿Puede existir algo así?". "Algo... ¿cómo?". "No sé, algo tan suave en su resultado, que recuerda a cosas suaves también; al talco, a las fresas de chuche rellenas de esa especie de esponja blanca que sabe tan bien, al olorcito a lavanda.. : "O al sol cuando no pica demasiado". "¡Justo!". "Siento paz, mucha paz, ¿sabes?". "Y... ¿es por mí?". No sé, debes ser tú, a no ser que tus manos por sí solas puedan funcionar sin ser parte tuya... no sé si me explico". "¿Imaginas? Mis manos sin nada más mío, pero... ¿y después de ellas?, ¿es que no hay nada más?". "Sí, bobo. Sin  ese algo más solamente serían... manos"

martes, 22 de febrero de 2011

La ceremonia del té en la casita de los domingos

(Foto de Rafael Bracho)

No había demasiada parsimonia, solo que hay gente que gusta de poner nombres complicados a las cosas y actos que no lo son en absoluto. Gente normal, vamos.
 
Tampoco era nada del otro mundo. Solo un tiempo bonito en una casa pequeña, estrecha toda ella, pero a la que uno no tardaba en acostumbrarse. Pintada de un blanco muy muy blanco y con las cortinas, rejas, marcos de ventana y todo eso de un azul muy muy eléctrico. Médem seguía estando presente en sus vidas, aunque la vivienda permaneciese fijada al suelo y los únicos que se movieran fueran ellos.

Nada de japonesas de rostro blanco ni genuflexiones empalagosas y servilistas. Nada de sumisos, que a esos "no se les ama... simplemente se les quiere", como cantaron Golpes Bajos. La luz, eso sí, siempre era tenue, dibujando rallitas en el suelo de madera de haya, o de material parecido a la madera con un color parecido a la haya, vete tú a saber.

Y poco más, solo se echaban, y  pasaban las horas escuchando música, contándose cosas -que no hablando-, bebiendo... y usando todos los gerundios del mundo.

Ninguna otra época era tan feliz como la de cuando el día empezaba a estirarse. El optimismo daba codazos a los malos rollos y ella estaba pletórica, luminosa. Solía sentarse dejando a su izquierda la puerta de la terraza de la cortina azul, y escribía cosas durante horas.

La otra persona... solo observaba. Y le gustaba lo que veía. Nada duraba siempre, ni siquiera la sensación y el recuerdo de esos momentos. Pero esa sensación y esos momentos siempre terminaban volviendo. Y, a su modo, eran felices.

PD: esto se pudo "materializar" cuando encontré la casa, que vino tras el texto, y no después. La idea lleva al hecho, pero nunca el hecho lleva a la idea, sobre todo si sabemos cuál es esa idea.

viernes, 18 de febrero de 2011

Anoche se me paró el corazón


Sí. Fue una sensación física tremenda, un fuerte pop bajo mi pecho izquierdo. Y duró más de tres o cuatro segundos. Mi corazón dejó de latir, creo yo que se declaró en huelga microtemporal, después de demasiados meses de funcionar a máximo rendimiento. Me indicó basta, pensó que estaba cansado de muchas cosas, de llegar siempre por los neurotransmisores o loquesea a mis ojos, y emocionarme demasiado ante una imagen, una música, una película o una historia leída. Que me quería, que por eso vive en mí desde hace treinta y siete años, tres meses y veintiún días,  que estaba dispuesto a seguir a mi lado -qué remedio-, pero que ya era casi suficiente. Y dejó de funcionar ese ratín.

Yo andaba escuchando música, pese a las altas horas que eran. Enamorada hasta las trancas, fascinada diría, que es casi mejor, por los Arcade Fire, me puse el Funeral, el que menos he escuchado hasta ahora. Y sonaba Rebellion. No sé qué dice la letra; lo miraré en cuanto acabe de perpetrar esto por si es una bromeja de la vida y mi órgano-compañerodefatigas quería que me fijara en esa canción y no en todas las demás por algo concreto (mis señales y yo... dos)

Durante esos segundos yo ya no formaba parte de nada; si duraban algo más en todo caso formaría parte de los recuerdos de algunas personas más cercanas y de una lápida imagino que gris jaspeada en el cementerio de mi pueblo. Bueno, y de esta nube, esparcida por muchos sitios -más de los que pensábais, ¿cierto?-, pero remontó, puede que fuera por el poder sideral de la batería del Mp4 ¬¬.

Todo aquello que solemos usar a degüello llega un día en que se para y nos llama la atención. Funciona y vale, apenas nos percatamos de que es así. Es y au, sin pensar demasiado. Anoche no vi pasar mi vida en un segundo, ni un túnel, ni una luz blanca intensa y cegadora, pero pensé en él como un algo valioso y me volvieron las ganas de muchas cosas que estaban como atrofiadas desde hacía un tiempo. Comunicar, por ejemplo. Más todavía. Y expresar. Y pulir mis historias dejadas en borradores desde hace demasiados meses. Sin miedo, con mensajes encriptados que solamente yo entiendo. Bueno, eso: de ser yo.

sábado, 29 de enero de 2011

Cuando me empeñé en encontrarte


Fue una época extraña de mi vida. La época que me marqué para encontrarte. Ya no te buscaba; te tenía en mi cabeza, puede que desde que había nacido, porque debe ser así, y algo tiene que suceder en el Universo años antes o años después para que por fin dos choquen y se unan.

Conducía de manera un tanto temeraria, advirtiendo por instantes que lo hacía por inercia pura, siguiendo de noche los rastros de luces y poco más, y de día los coches donde podía verte a ti conduciendo. Oteaba cada uno con el que me cruzaba, y llegaba a distraerme de tal forma, que en demasiadas ocasiones era el sonido del claxon de algún amargado el que me despertaba de ese especial ensoñamiento, con la radio de fondo y dejando que fuera mi coche el que me llevara, y no al revés.

Me sorprendí observando los ojos de todos con los que me cruzaba, intimidándolos puede, manteniendo dos segundos al menos ese primer contacto visual. Pensaba que sería así quizás como iba a conocerte, y que me pararías por la calle, me cogerías una de mis manos y dirías: "te estuve buscando todo este tiempo... ¿dónde te habías metido?"

Luego fue en la Escuela, cuando iba a cogerme el chocolate habitual. Esperaba un ratín después de tenerlo para ver si eras tú el que venías a por tu café o lo que fuera. Mis compañeras me miraban raro, y yo parecía vivir dos segundos más lenta que el resto del mundo, como a la expectativa.

Más tarde, en mi época más oscura, donde digamos que toqué fondo, solía vestir de negro ajustado, y me echaba el pelo hacia atrás con gomina, cargando los ojos de khol y perfumando hasta el último rincón de mis curvas para ver si me olías, me captabas, me mirabas... Salía por las noches resultando patética, acabando casi al amanecer más sola que la una, con toda la cara emborronada e inmensas ganas de llorar, y casi parecía que algunas de las mejores canciones de perdedoras habían sido escritas para mí. Y me hundí.

Fue esa época, la de la casa en la playa en invierno, cuando dejé de quererte encontrar -que no buscar-, y en cambio la vida me trajo a mí misma. Renové toda mi sangre por entero dejando de beber, blanqueé mis pulmones y dejé crecer mi pelo. Fueron esos días de madrugar mucho mucho y ver cómo amanecía a pocos metros del mar. Nunca reprimí mis lágrimas esos meses, nunca más me teñí el pelo y asesiné y enterré mi ansiedad corriendo por la orilla hasta que ya no recordaba esos tiempos en que dejé, en que me dejaron, en que fui rechazada...

Pero sucedió que empecé a temer la vida, y no, para nada era inmune al dolor, sino más bien había logrado alejarlo tanto tanto que regresó el miedo, pero no ese miedo que me había hecho dormir mal durante un año y medio, sacándome arrugas y envejeciendo mi expresión más que cinco años de abandono, sino el miedo mismo a salir ahí fuera, a estar expuesta a un algo, a un alguien, a ti.

martes, 18 de enero de 2011

Astral week


Se me sobrecogió todo la primera vez que lo escuché. Fue este pasado diciembre; se avecinaba una lluvia de estrellas -gemínidas-, y había pasado una tarde de domingo especial junto a la chimenea, escuchando música en compañía, e inventando una vida nueva para un personaje imaginario del que solamente conocíamos el nombre, el color de su pelo y poco más. Una más de esas cosas que empezamos las personas sabiendo que seguramente no vamos a acabar, pero que son buenas por el mero hecho del durante, del presente que es en ratos sueltos, y no del final del trayecto. Como los viajes, como la vida, vamos.

El ambiente que imaginé tenía un puerto en una época que no sabía ubicar, atemporal totalmente, mucho paño azul marino, gorras marineras, gris y humedad en el ambiente, y verde musgo donde no alcanzaba la vista. Necesitaba música para ubicarme, y eché mano de los siempre estimulantes Waterboys y ese disco que marcó en cierto modo mi manera de ver la amistad que fue el Fisherman's Blues -asociación de ideas, de mis ideas :)-. A los quince empezaba todo, y a ratos pensé que terminaba también. Justo como me siento ahora. A los quince ya lloré a ratos por decepciones sin saber bien qué me estaba perdiendo -que seguramente era nada-. Y ese disco, esa canción principal, que predispone a la alegría y al brindis por los viejos amigos y los buenos tiempos, me hizo llorar en aquel bar. Una de las primeras veces que lloraba de emoción por algo bueno que había dicho alguien de mí. Alguien que me quería y lo sigue haciendo, veintidós años después. Y alzamos nuestros vasos de Burret con cola, y brindamos, como en una especie de pacto sin palabras, solamente con miradas, mientras la voz de Mike Scott nos contaba aquello de "... ser un pescador revolcándome en el mar, lejos de la tierra firme y de sus amargos recuerdos. Echando fuera el sedal, con abandono y amor. Sin límites debajo de mí, excepto el cielo estrellado arriba iluminando... y tú en mis brazos".

Entonces, el disco se paró en una canción que recordaba vagamente. Me atrapó en nada, y tuve que escucharla varias veces seguidas, porque causó en mí una especie de adicción placentera y a la vez beneficiosa -pocas adicciones son así a un cien por cien-. Tuve que parar de escucharla compulsivamente, poner otras por el medio para no caer demasiado rendida a sus pies; comprobar si , tal vez al compararla con otras, perdía algo de su valor, de ese valor que acababa de atribuirle, capaz de dejarme completamente hipnotizada, como viviendo en el pueblo atemporal del cuento que estaba escribiendo. Pero no pude, no pude.

Y sucedió ese algo mágico, ese instante en que encontré una joya mientras indagaba en ese baúl de tesoros. Como algo valioso dentro de algo que ya era muy valioso. Y, leyendo información de esa canción, quise viajar en el tiempo y meterme de lleno en el origen de esos acordes que tanto me motivaban y tanto me sacaban de dentro. Leí versión, leí Van Morrison -hacía poco me había también medio-enamorado de su Here comes the night, conocía a su chica de ojos marrones tantas veces escuchada, y poco más-.

Lo siguiente, lo más previsible: adentrarme de lleno en su Astral Weeks -absolutamente perfecto en su totalidad-, justo en esos días de lluvias estelares y un futuro incierto pero esperanzador, bonito, tierno. Sabiendo que ese fenómeno tiene justamente eso de atrayente: su belleza... y su fugacidad. Fue todo muy... redondo :).


lunes, 10 de enero de 2011

Tres rosas y un recuerdo


Me entristecí hace poco al pensar por qué te había olvidado tan pronto. Fue cuando recibí tu postal, la que ironías -o no- de la vida, tenía un ángel dibujado. He tratado de recuperarte en mi memoria con imágenes y no he tenido más remedio que recurrir a las -antiguas ya- fotografías. No puedo ser tan fría, no me lo explico, y tampoco la vida tiene por qué ser tan injusta con ciertos recuerdos. ¿No quedamos en que olvidábamos lo malo? entonces, ¿qué me pasó a mí contigo? ¿por qué me vienen estos años a la memoria y solo recuerdo muchas horas de reclusión en casa esperando llamar, esperando que me llamaras?. Las personas con las que nos mezclamos vinieron a nosotros por algo, y era frustrante que hasta las risas se fueran diluyendo de manera tan tan precipitada. No le encontraba el sentido a tu paso por mi vida.

Pero ayer, casualidades de la vida, volví a recordarte. Serían las cinco y pico de la tarde. Y fue por una rosa. Puede parecer contradictorio que te dedique un texto, pero ahora verás -veréis- por qué. Y lo reconfortada que me he sentido esta mañana pensando en el bien que me hiciste, que me servirá a partir de ahora para no caer en mi tendencia a subestimarme, tú que conseguiste que una "piltrafilla" pasara a ser la mismísima princesa Buttercup.

Lo que vino después confío en superarlo en un futuro próximo, e incluso sonreír al recordarlo... ; lo que vino antes fueron todas las explicaciones que me hiciste cuando hablábamos de literatura norteamericana y Whitman nos incitaba a coger las rosas mientras pudiéramos, a que aprovecháramos el momento ya que puede que después fuese demasiado tarde y estuvieran ya muertas; o la rosa de Shakespeare, a la que daba igual el nombre que pusiéramos, porque ¿dejaba acaso de oler bien por ello?. Me hiciste apreciar así el valor de las personas visto con otros ojos, y me sentí incluso bonita en las pocas ocasiones en las que me miraste, pero que fueron todas ellas. Luego, cómo no -y por eso me acordé de ti-, vino la rosa del Principito, la que tenías en tu firma y que valía tanto por el tiempo que le habíamos dedicado, tratándola siempre con delicadeza.

En ese segundo en que el amigo Pere me señaló las figuritas del aviador que adornaban su tele, me vino a la cabeza ese libro en edición bilingüe que compré por duplicado y te regalé en Morrazo, y de ahí a ser consciente de tu función en mi vida no necesité ni un pestañeo: el valor que me habías dado como persona para incluso yo verme con otros ojos y no dejar nunca que lo que pensaran los demás consiguiera hundirme. Tú veías sonrisa y ojos bonitos donde yo solamente veía acné y delgadez. Y aceptaste la estrechez de mis hombros y la longitud de mis piernas como si fueran lo más valioso. Tú, que podías tener a la chica que quisieras, me elegiste a mí, viste más allá de una barrera de carne y huesos, lo que nadie hasta la fecha había logrado ver. Y me sentía en paz en mis bajones cuando me reconfortabas con tus palabras a más de mil kilómetros de distancia. Puede que acabara de llorar, pero entonces me miraba al espejo y te daba la razón porque qué menos podía hacer por mí misma y en deferencia a tu paciencia.

Hay pocos como tú, que, como escribió en forma de frase-mantra Sáint-Exupéry, consigan  ver con los ojos del corazón, porque lo esencial es invisible a los ojos.  Hay pocos, pero me quedo con que sí existen, como exististe tú, por ahí esparcidos, y esperando que nos encontremos. Una vez más, vuelvo a devolverte las gracias. Así todo tiene ya sentido.