He dicho ya un puñado de veces lo poco que me cuesta a veces -y lo mucho que lo necesito de vez en cuando- deshacerme de cosas. Nada de momentos chof, que en esos no sacarías ni la bolsa de basura al contenedor... Mi momento lo estamos tirando, lo estamos regalando/estoy que lo tiro tiene que ser en días a poder ser sin humedad ambiental, con algo de sol -lo que dure el sol dependiendo de la latitud-, y con mucho mucho ánimo y ganas de reempezar, de volver a partir de cero (lo del ambiente meteorológico no tiene misterio, es simplemente que esos días la gente suele estar más animada y envalentonada). Días de limpieza de primavera, que se dijo siempre.
Hace un tiempo perdí algo irreparable. Uno va conociendo gente de esta manera que nos estamos conociendo vosotros y yo, y al carecer de esa mesa con papas, olivas y clarita, se aferra a otro tipo de recuerdos. Me abrí otra cuenta de correo y allí fui almacenando mails, fotos y textos. Hubiera podido guardarlo todo en una carpeta del PC, pero no sé, yo pensaba que las cosas no se perdían así como así. Como habréis deducido por mi tono dramático del principio del párrafo, al tener la cuenta guardada y apenas abrirla en mucho tiempo, llegó el día en que desempolvé esa caja de detrás del zócalo, y, reglas de correo mediante, todo había desaparecido.
Traté de no pensar demasiado en ello, de no recrearme en lo que allí había. No habíamos muerto, seguíamos en contacto, y sobre todo, estaba en paz, ya que tenía la certeza de que, si bien las cosas habían cambiado, podía almacenar ya otro tipo de recuerdos más "normales". Otras fotos, otras experiencias...
Mira que es difícil hacer clic y no pensar en algo ya nunca más. Recuerdo ahora a Isabel Sartorius, aquella chica que tan bien me cayó siempre, sí, un antiguo amor del príncipe. Se le quemó la casa, fue algo tremendo. Y ella diciendo que había perdido no sé cuántos años de su vida, ya que ardieron todas sus fotos, todas. Lamentaba lo de los muebles, la ropa... pero ay esas fotos, fotos de gente con la que no iba a poder estar ya, que, por causas parquenses o simplemente de cambios, formaban parte de su pasado, su vida, sus recuerdos.
Me sentí contenta de tener esa certeza. No lamenté más de lo necesario esa pérdida, y así, en otras épocas de tremendo positivismo, seguí eliminando, también aquello que me causaba malestar, pese a que lo había conservado precisamente para no olvidarlo y aprender de ello. Bah, fuera, eliminar, eliminar, vaciar papelera de reciclaje. Esas personas están ahi, siguen estando. No grabamos de forma material conversaciones de teléfono inolvidables, ni viajes, ni cenas, ni risas. Solamente las recordamos. Alguna foto de esas que te hace digamos sentir bien, algún correo ocurrente... o no, ni eso. No hemos muerto, seguimos aquí. Hoy es hoy, fuera, eliminar, vaciar papelera de reciclaje...
Y qué cosas, que resultó que Gaspar, aparte de la lámpara de selenita que observo en estos momentos, también me trajo un poco de desasosiego. Se tambaleó esa certeza de la que hablé antes, y me vi una de esas noches tratando de atrapar esos recuerdos, no desde mi cabeza, sino desde este medio. Debí guardar aquello... ¡ostis! ¿también lo borré?... ¿por qué eliminé eso si los historiales se guardan de forma automática? ahhh, claro, para hacer espacio, para limpiar... y ¿para qué tanto espacio? no se trata de solapar, de sustituir, ¿podrían haber convivido, no? y ¿por qué sentí que podía eliminarlo, borrarlo, hacerlo desaparecer...? ¿acaso no me instalé el disco duro viejuno en el nuevo Pc? ¿para qué tanto espacio, repito? ¿para qué tanta necesidad de tabula rasa cíclicamente? Podía haber guardado todo en una carpeta y meterla en otra subcarpeta, y ponerle un nombre raro, o esconderlo si es que no quería tenerlo delante, si creí que ya no me apetecería volver a ello otra vez, o que no necesitaría volver a ello otra vez... ¿acaso no cobran más valor las canciones, las películas, cuando el autor ha desaparecido? No eran malas canciones, ni malas películas, nada de eso, era todo suave, agradable, ¿quién me dijo que fuera a ser así siempre...? La vida es una evaluación continua.
Bueno, bueno, llego a un punto en que debo pararme... y respirar -por la nariz- hondo, varias veces, profundas. No nos hemos muerto, seguimos. Sea como sea.