viernes, 31 de diciembre de 2010

The best is yet to come


Solo cerrando algunos círculos vamos redondeando la vida. Tiene que ver, y qué cosas,  lo primero suena triste, y lo segundo, sumamente alegre. Una vez traté de explicarle a un amigo por qué el círculo simbolizaba la perfección. Él, como siempre :P, trató de que se lo demostrara con datos científicos, que yo, como siempre también, desconocía.

Solo sé que es así, no me preguntéis por qué. Me consta. Que un círculo a medio cerrar es vicioso, y sin embargo, cuando ha tenido un buen clic, pasa a ser virtuoso. Y se sienta uno ante una taza de té -verde o rojo-, y puede empezar a narrar su vida sin que en ninguna parte de la historia un molesto nudo impida seguir hablando y ahogue. Fluyen las palabras, las anécdotas, las experiencias, las risas y las emociones. Ciertos hechos no han hecho más que completar y adornar el conjunto de nuestra vida. Porque una vida llana y tranquila no se aprecia si no se ha probado la otra: la que duele quizás, la excitante. Lo bueno es contarlo.

Lo mejor está por venir :)

miércoles, 22 de diciembre de 2010

A un buscador de tesoros


Tenía que ser junto al mar, claro que sí, donde se hundían aquellas inmensas naves en otras épocas y donde se juntan los amigos desde siempre para pasar días de risa y playa. Sentados sobre rocas, con ropa aún demasiado fresca y fina como para obviar la dureza del improvisado asiento.  Fue allí donde entrecrucé mi mano con la de un buscador de tesoros. Una mano pequeña la suya, redondeada, cálida, acogedora; largos, fríos y finos mis dedos. Dos pieles blancas y dos personas a medio vaciar en esos momentos.

Entre cientos de canciones y palabras... la vista; observando nuestra tierra como nunca antes, desde lugares muy muy altos. Respirando mejor de lo previsible, haciendo trabajar mis pulmones oxidados y al tiempo volviendo a recuperar la alegría que solamente se siente cuando se encuentra un alma gemela. La que tan difícil es de describir, como cuando cuentas y no acabas sobre algo nuevo que has descubierto y te ha entusiasmado... y te das cuenta de que una tercera persona no puede nunca, solamente con datos, llegar a entenderte.

Entre cientos de conversaciones y fotografías: compartiendo, adquiriendo, enriqueciendo, motivándonos... ganando.

Kilómetros en coches blancos, desempolvando canciones y recuerdos, saliendo al mundo, coincidiendo... y lo mejor, riendo sin parar.

Que gracias por hacerme caminar, escalar montañas, pedalear... Por haber hecho que mi muerte solamente durara veintisiete días, por haberte comprado esa hucha, por haber querido acompañarme a América :) ... por estos casi cuatro meses tan bonitos, y porque nuestra despedida ha sido como nuestra historia, casi de ficción: tierna, risueña y dulce.

Incluso con nubes errantes a nuestra izquierda y una bandada de cuervos volando todos a la vez.



(The whole of the law, Yo la tengo)

sábado, 18 de diciembre de 2010

Como una isla


Me acerqué a Gloria Fuertes por Ant, claro. La recordaba -como imagino la mayoría de gente de mi generación-, por la gata chundarata y rimas parecidas (confieso que he tenido que buscar porque recordaba más la parodia de Martes y Trece que a ella misma :$). Luego, lo que tiene el tratar de quitar las capas de una persona o un autor: despojarse de la primera impresión, de los prejuicios, del desinterés, de la no-prioridad, de los nomeapetece, nomellamanadalaatención y demás razones o excusas, como quieran ser llamadas. Pero mira, qué bien escribía esa mujer. Y cómo fue capaz bastante joven de acotar al menos su estado de ánimo y reflejarlo tan bien con palabras.

Estos días nos repitieron por segunda vez en un mes que uno no es que no sea comprendido, sino que simplemente no se explica bien. Que no debemos decir: "¿me has entendido?", sino "¿me he explicado?" (al parecer es la primera lección que estudian los coach...), porque uno rumia y vomita palabras sabiendo qué siente al escribirlas, al decirlas, pero el resto... pues no tiene por qué saberlo. E incluso a veces releemos algo escrito años antes y ni nosotros mismos sintonizamos con ese texto, y es como si leyéramos a un desconocido del que no sabemos siquiera el nombre ni  el sexo ni la edad, incapaces de ubicarnos o sentir empatía, solamente porque no se le entiende nada :).

Dejo pues esta poesía, porque Gloria sí sabía cómo explicar cómo se sentía, y tomo prestado pues su sentir:
Soy como esa isla que ignorada,
late acunada por árboles jugosos,
en el centro de un mar
que no me entiende,
rodeada de nada,
—sola solo—.

Hay aves en mi isla relucientes,
y pintadas por ángeles pintores,
hay fieras que me miran dulcemente,
y venenosas flores.

Hay arroyos poetas
y voces interiores
de volcanes dormidos.

Quizá haya algún tesoro
muy dentro de mi entraña.
¡Quién sabe si yo tengo
diamante en mi montaña,
o tan sólo un pequeño
pedazo de carbón!

Los árboles del bosque de mi isla,
sois vosotros mis versos.
¡Qué bien sonáis a veces
si el gran músico viento
os toca cuando viene el mar que me rodea!

A esta isla que soy, si alguien llega,
que se encuentre con algo es mi deseo;
—manantiales de versos encendidos
y cascadas de paz es lo que tengo—.

Un nombre que me sube por el alma
y no quiere que llore mis secretos;
y soy tierra feliz —que tengo el arte
de ser dichosa y pobre al mismo tiempo—.

Para mí es un placer ser ignorada,
isla ignorada del océano eterno.

En el centro del mundo sin un libro
sé todo, porque vino un mensajero
y me dejó una cruz para la vida
—para la muerte me dejó un misterio.
(Isla Ignorada, 1950)

viernes, 3 de diciembre de 2010

Todos duermen

(Fotografía "cobertera sedimentaria despegada", por popsique)

"Todos, todos duermen. Todos están durmiendo en la colina"

Estos días recuerdo una frase. La leí por primera vez el 21 de octubre de 2009. Lo que tiene dejar las cosas por ahí flotando, que luego sabes exactamente cuándo leíste, qué pensaste y qué sentiste y el cerebro no necesita apenas esfuerzo para ubicar sentimientos, y se lee lo que se sentía en ese instante justo, al igual que sabemos qué hora era, qué día y qué modelo de cámara utilizamos un instante concreto. Antes puede que todo fuera más emocionante, usábamos la palabra "aproximadamente"... ;ahora nada es aproximado en la memoria, todo queda escrito, de manera explícita u oculta, y aunque huyéramos y quisiéramos borrar algo del mapa, incluso a nosotros mismos, siempre quedaría algún chispotazo minúsculo en cualquier lado, una huella, con un nick, con otro, en nuestra época oscura, en nuestra época clara, cuando éramos ecologistas radicales, cuando lo fuimos menos porque nos acoplamos al mundo, qué remedio, cuando fuimos totalmente transparentes, sin importarnos compartirnos totalmente a la vista de los demás, porque nos sentíamos felices, porque queríamos que el resto del mundo fuera más bonito y destilábamos amor por todos nuestros poros... y cuando nos arrastramos contra todo pronóstico.

Cuando leí esa frase, que yo recuerde, no había para tanto. Pero eso lo pienso ahora, claro. Si veo el momento justo en que la plasmé por ahí, con otro nick y en otro sitio, recuerdo que veía el mundo como una película. Me autodisculpo porque empecé a adorar el cine hace relativamente poco, y fue como cuando se descubre el mundo, que se va a trompicones, torpemente, con el pie redondo, dando tumbos. La realidad vista con ojos de recién enamorada del cine: todo un guión, todo una imagen, historias más o menos bonitas, conversaciones afectadas, dramatismo también, necesidad de que sucedieran cosas porque sí, porque al fin y al cabo era mi historia y tenía que resultar(me) perfecta.

Hoy recuerdo pues esa frase, sacada de Spoon River, pueblo de muertos, microhistorias y epitafios. Dejé de pensar en la vida dentro de un rectángulo luminoso en una sala a oscuras y me vino como una bofetada. La busqué pensando por qué ese 21de octubre me hizo llorar y seguro, fijo, que el año que viene vuelve a venirme y me preguntaré -otra vez- por qué volvió a principios de este diciembre dejándome de nuevo traspuesta.

Puede que sea solamente el frío.

"This life's sorrow:
(...);
(...)that our hearts are drawn to stars
Which want us not"
"Esto es lo triste de la vida:
que nuestros corazones se sienten atraídos por estrellas
que no nos quieren"

(Herbert Marshall, Antología de Spoon River, Edgar Lee Masters, 1915)

 Interesantísimo artículo sobre Spoon River aquí.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La oportunidad de un fantasma


Me gustan las historias de fantasmas.

Leí hace unos años una reseña de un libro que hacía referencia a algo que había sucedido muy cerca de mi casa. Llevaba tiempo sin sentirme tan aventurera como cuando subí yo sola las escaleras ruinosas que me llevaron a un mundo que lo fue en otro tiempo y del que apenas quedan más leyendas y relatos escuchados a pescadores que realidad.

Recuerdo la ilusión que sentí cuando la chica de la librería me confirmó que tenía ejemplares y guardaba uno a mi nombre. Esas cosquillas, ese gato en la panza -como describió un día Alicia ;)- ante los descubrimientos y el momento en que por fin nos encontramos. Conduje un domingo temprano para verlo, para tenerlo, para conocernos...

Bastante más grueso de lo esperado, hecho que todavía me alegró más; escrito para poder ser devorado en pocos ratos. Cuando terminé esa historia fascinante, pensé en los pocos kilómetros que me separaban del lugar de los hechos. Si se da así en la vida, en la realidad, uno es sin duda un lector, una persona afortunada. Yo lo fui, claro.

La tarde no era gris, y el día estaba más parado que de costumbre – la meteorología no tiene por qué acompañar a la idea que uno se ha fundado-. Paseé el trecho que discurre entre la ciudad y esa zona a través de la Marineta Cassiana. El mar a mi izquierda, azul, tranquilo... A mi derecha y  ante mis ojos la casona. Tal y como uno la imagina cuando es pequeña y le cuentan esa historia. Bueno, yo ya tenía treinta y pico, pero la habría imaginado igual, para qué engañaros, si total el pensar es lo único que no envejece de nosotros. Miré hacia arriba y en cualquier momento temí ver a alguien tras las ventanas, aunque el sol pegaba de forma tal que me deslumbraba. Al lado, totalmente en ruinas, yacía el cementeri dels anglesos. Yacían sus fantasmas, sus historias.

Fantasmas... ¿todavía alguien piensa que no existen? Yo puedo verlos continuamente, aunque me deshice  ya de los míos. Fantasmas que no son más que recuerdos distorsionados, magnificados y embellecidos. Espíritus ausentes haciendo acto de presencia en los lugares menos esperados, envolviéndonos de un celofán frío, espeluznante, impidiéndonos sentir calor, impidiéndonos sentir sin más. Regresando transformados en mil formas, en quinientas palabras, en cien sonidos, en un puñado de canciones y varias fotos. Muertos con los que no se cerró el círculo. Seres que se fueron demasiado rápido, que no dejaron paso al aburrimiento y la rutina y quedaron anclados a esa edad, a ese aspecto, sin defectos apenas. Como de otro planeta. Como nadie es cuando sigue estando y sigue viviendo.

Y habrá quien no crea en los fantasmas...

Esos de los que apenas conservamos sensaciones extremadamente tamizadas a las que llamamos recuerdos.

Toqué esa verja, ese hierro, ese pasado. Fui capaz de tocarlo. Se trata solamente de imaginar, de visualizar,  de captar olores, brisas. De notar la sal en la cara.

Amantes de cementerios y sitios raros: si venís os llevo :)

Aquí el libro

martes, 16 de noviembre de 2010

De colisiones y cuevas


El que va de paso emprende el camino, normalmente ascendente, zigzagueante, sinuoso; a veces duro, a veces suave; siempre imprevisible.

Asciende, y a la vez que deja de escuchar sonidos que diez minutos antes eran claros y cotidianos, el silencio inmenso de la montaña va haciéndose espacio en sus oídos, acoplándose, retorciéndose, hasta terminar ocupando todo, y aislando a cada caminante en sí mismo. Pensando...
Siempre, desde lo más inmenso, desde esos lugares y esas vistas, el individuo, como dijo Nietzsche, deja de ser absorbido por la tribu, y cada nueva roca lo acerca más y más a la cima y es un tramo menos de apego. Y sube él solo. Puede haber otras voces... otra voz, pero sube a solas.

Y piensa, valga la redundancia, en qué pensarían hace tantísimos años aquellas personas con preocupaciones puede que no tan banales como las suyas, pero igual de inútiles, ya que al final las cosas son o no son siempre por ellas mismas, sea conseguir una pieza de caza, encontrar un trabajo o cimentar una amistad. Dejamos de ser parte implicada cuando en nuestro rumbo se cruzan y mezclan otros planetas, estrellas y asteroides que vienen de galaxias diferentes y a ellas vuelven. Solo son rozamientos, pequeñas colisiones casuales, inexplicablemente casuales, que por lógica no deberían haberse dado. De una colisión nunca se sale sin dejar pedazos esparcidos. Pero al final, la vida es ese ir dejando miguitas de goma de borrar, y en trozos tan tan pequeños que no nos damos cuenta, pero nos van moldeando –o quitando-, y no somos iguales que la semana pasada, ni nuestra mirada es la misma, y solamente ha pasado un espacio minúsculo de tiempo, pero ya no somos iguales.

Los ojos descansan, la mirada se relaja. Sorprende encontrarse a las mil una florecilla que contrasta con el monotono, y dan ganas de hacerle una foto, pero la cámara está cada vez más lejos…

A esos sitios hay que ir con los cinco sentidos, pero pese a la nariz bloqueada, uno imagina esos olores, y de paso recuerda que no está oyendo nada, que cada vez está más y más solo. Y piensa que, si pasara mucho tiempo allá arriba, terminaría volviéndose loco.

Al final siempre se llega a la meta, es inevitable. Y desde arriba observa el paisaje en semicírculos, los mismos que dibujábamos como montañas cuando éramos pequeños y pintábamos en tres tonos distintos de verde, pese a vivir en otras más bien grisáceas. De niño, los cuentos llevan siempre las montañas verdes, y uno tiene que llegar a mayor y girar su cabeza en el coche, para darse cuenta de que la realidad estaba fuera de la caverna, y que ese verde lo causaba una percepción distorsionada –con hoguera o sin hoguera-, y sobre todo, una cadena en el cuello, que era la infancia misma, que nos hacía pensar que el mundo era tal y como lo veíamos nosotros, que siempre todo sería feliz como entonces.

De espaldas a las formas semicirculares, está el abrigo, la cueva, el refugio. Mucho más grande de lo esperado e imaginado. Y se convierte en una especie de lugar mágico, donde la mentira sobra, donde claramente uno expone lo que piensa y escucha al otro pensar. Como una especie de catarsis. Pero muy necesaria.  Después se pregunta uno si la verdad que es en ese momento seguirá siéndolo un tiempo después, y, si no es así,  si será menos verdad que la que existe en ese presente y en esa cueva mágica. Y si se puede afirmar algo rotundamente cuando depende de un pensamiento, y este es, a su vez, quizás lo más variable que tiene el ser humano.
 
Alcanzado todo, se desciende, menos cargado de equipaje que al subir, pero también pensando y en silencio. Hay historias en las que ya se ha dicho todo; que más palabras no van ya a mejorar, ni empeorar, ni embellecer, ni afear. Que de algo ha servido subir hasta allá arriba... aparte de para conseguir un pisapapeles natural :).

viernes, 5 de noviembre de 2010

La sinceridad enmascarada en una pirueta

 
Leía ayer que ese gran laberinto sin solución aparente que es nuestro cerebro guarda nuestras habilidades entre recovecos, como los recuerdos, como las experiencias bonitas y no las feas. Que el cerebro -nosotros- es listo -nosotros también lo somos- y nunca nunca nos deja ser masocas ni fatalistas cuando se trata de mirar atrás (¿arma de doble filo?... puede).

Me decía esta mañana una persona que agradezca a cada ser que entró y salió en mi vida el bien que me hizo, que ese es el modo de decir adiós. Se giró hacia sus papeles y me dio un papelito rectangular: que lo guardara, que lo leyera una y mil veces y lo tuviera presente a diario. Lloré al escucharla leérmelo, como lloraré dentro de diez años y como hubieseis llorado vosotros. Porque es bonito que alguien haya pensado en ti y te haya escrito un papelito como ese, aunque te haya causado una emoción tremenda. Aunque esa emoción haya durado solamente los tres minutos que he tardado en volver a mis rutinas y mi día a día. Estuve ese rato pues en una nube, como en una nave del tiempo. Un momento especial, algo bonito.

Mucha gente me pregunta si sigo dibujando, y digo que no, que pasé de los colores y las formas redondeadas grandotas al azul marino y blanco y a las formas redondeadas pero más pequeñas que son las letras, las palabras. Que me dio por escribir, mira tú, y aquello otro que tantos buenos ratos me hizo pasar... que aquello otro lo fui dejando, y ya no servía, y ya no...

Elegí hace tres años un dibujo al azar. Mi tía hacía un curso de mandalas y yo elegí uno que simbolizaba la amistad. Entonces no lo sabía, ni fantaseaba en cómo iba a cambiar mi vida los siguientes años. Ni que unos años después iba a tener a una personita rubia con gafas colgando de mis pechos -alternando mis pechos- todas las horas del día. Que la amistad me causaría las mejores satisfacciones. Lo que no sabía era que podía quizás confundirse con otras cosas, o puede que el amor sea eso, amistad de la buena, ese estar a gusto -muy a gusto-, reír muchísimo y amar... a ratos. Que puede que si es eso acaso no haya nada mejor, y si no lo es... puede que sea lo mismo... y que la ternura supere a la fiereza, y aquello imperfecto sea lo que echemos de menos cuando hay ausencia... y que cuando hay presencia queramos morirnos en ese momento y que se pare el tiempo justo ahí.

Empezaré hoy, viernes tarde, lluvioso, gris y con paz ambiental...a dibujar de nuevo. Tengo las plantillas de mandalas, todos los colores del mundo y más necesidad que nunca de expresarme por otras vías. Y empezaré al azar, dejándome llevar, sin creer que estoy siendo iluminada ni soy alguien divino haciendo algo que todo el mundo puede hacer. Solamente disfrutando el momento y deslizando lápices de madera...

Y cuando vuelva a acostumbrarme a combinar colores de nuevo... saldrán las formas, las imágenes y todo lo que llevo dentro... ya que están latentes dentro de mi cabeza; que veinte años no es nada...  :).

PD: la frase que da título a esto es de Claude Serre. Me ha encantado.

jueves, 28 de octubre de 2010

Un paseo por las estrellas


Oscurecía sobre las cuatro de la tarde. Las bayas, a esa hora y con ese matiz del anochecer tenían un rojo perfecto. Rojo, verde, negro... y la acidez... y la bruma, y el rumor del bosque. La humedad metiéndose por la nariz. El gorro de lana gris en la cabeza, las mejillas rosy pink, como solían decir los chicos del staff entre mugs y mugs de té con leche y largas conversaciones. Dentro, el olor inconfundible del lavavajillas industrial; a día de hoy soy incapaz de definirlo, y si lo volviera a oler -aunque fuera de pasada, sabría cuál es al instante, con la certeza que se tiene en determinados momentos: eligiendo una prenda de ropa a la primera, enamorándote de una canción con una única oída o poniendo el nombre justo a lo que sientes en un instante determinado. Algo que no se parece a nada que ya conoces; no mejor -eso solo es capaz de saberse a largo plazo-, sino diferente, fresco, virgen; y que te da la oportunidad de partir de cero, habiendo dejado equipajes que fueron valiosos en su día y que quieres con locura, pero que ya forman parte de otro lugar... y otro tiempo. 

Cariños, buenos sentimientos, antiguas risas y más o menos recientes vibraciones. Vibrar-movimiento- cambio... Puertas cerradas, pero suave, muy suavemente. Lágrimas, a veces inevitables, pero no siempre de tristeza. Dejar hacer, dejar ser, dejar sentir, saber que la vida es ir cubriendo etapas. Y que termina lo fuerte y queda el rescoldo de lo bueno, que si fue bueno de verdad siempre formará parte de nosotros. Pero dejar ir, dejarnos ir, dejar que se vayan, dejar que nos vayamos... para estar mejor, para que estén mejor, para no sufrir ni hacer sufrir, y para vivir otras vidas y que otras vidas sean vividas. Libre y suavemente alejarse, alejarse... pero con una sonrisa en los labios y una mirada serena.

Las tardes que librábamos subíamos a la segunda planta del Arcade a Kelly's Records. Todo el mundo compraba Cds... pero mi paga no me llegaba. Y compramos cassettes de segunda mano: Bauhaus, Joy Division, Pixies... y Smashing Pumpkins.

Destapado como la caja de Pandora llegó ese doble disco de nuevo a mi vida estas semanas. 

El cielo estrellado, y un ángel melancólico siendo parido por una estrella. Todos los melancólicos debemos tener un poco de eso, de ángeles, pese a no creer en ellos, como no creo que exista gran cosa más allá de lo que puedo ver, oír o tocar. Pero a veces llegamos en los momentos indicados, y en los momentos indicados vamos saliendo poco a poco de la vida de los demás. Y alguien te dice: "llegaste como un ángel", o "gracias", y, aunque al principio no sabes bien cómo encajar eso, si tomártelo como algo bueno, malo, regular, o ni bueno, ni malo ni regular, terminas aceptándolo. Y te alejas, esperando que llegue otra ocasión y que otra persona piense lo mismo, y otra y otra... hasta que alguien sea capaz de verte como lo que eres: alguien normal y corriente, no más especial ni más nada que los demás...  y te acepte y se quede contigo.

Pudiendo elegir, habiendo tantas, unas me gustan mucho más que esta, pero...

jueves, 14 de octubre de 2010

Ushuaia y los finales felices


Cuando embarcamos en el avión rumbo a Ushuaia noté en cierto modo que estábamos muriendo. Los dos. Ahorraste para ese vuelo durante dos largos años, y francamente pensé que no ibas a regresar jamás aquí. Yo no lo tenía tan claro, por eso supe que a medio o largo plazo, algo iba a morir: lo nuestro; tú... o yo.

Te miraba de reojo en el asiento, con esa mirada curiosa. Creo que tú a mí no me miraste ni una sola vez, emocionado ante la visión de tu nueva vida. Mi vida... bueno, no formaba parte de la tuya, lo supe desde el primer momento en que nos vimos. Al menos en esos momentos.

Allá nos esperaban días de lluvia, muchos más de los que a priori imaginábamos. Serían fáciles de soportar si estábamos juntos. Si nos separábamos nos invadiría irremediablemente esa melancolía que formaba parte de los dos, pero aún así arriesgamos todo, dejamos todo. Cuando vimos con qué rapidez cambiaba el tiempo supimos que aquella historia sería rara, distinta, especial. Porque nuestras cabezas eran así, cambiantes, volubles, como aquel cielo, como aquellas nubes.

Las risas entre varitas de incienso y copas nos hicieron ser los mejores amigos del mundo, los mejores amantes del mundo y los mejores enamorados del mundo. En ese orden. Y me mirabas; entonces sí me mirabas, y te quedabas quieto, y yo lo sabía porque mis ojos tenían -tienen- esa capacidad extraña de ver sin ser vistos. Y seguía a mi bola, sabiendo en todo momento que seguías cada uno de mis movimientos.

El invierno nos sorprendió en Ushuaia a los dos, que veníamos del sitio más opuesto a aquello. Envueltos en mil capas de lana y pellizas dejamos ambos crecer nuestros pelos, rejuveneciendo sin darnos cuenta. No sé si recuerdas la sensación de las tazas de té hirviendo en nuestras manos violáceas una tarde de cada dos. En el único bar, nuestro bar. Hablando en voz alta, y tú estremeciéndote cada vez que te rozaba la pierna bajo la mesa, como si lo estuviera viendo, notando... ahora en estos momentos.

Te gustaba llevarme a ver mar y espacios abiertos. No sabía exactamente lo que era aquello, unos días calidez, otros tal vez dependencia, otros ganas de mandarlo todo lejos y dejarte... Pero no podía. Cuando te veía llorar tenía que hacer mil trucos de magia para que te sosegaras, como se hace a los niños pequeños. Y te enjabonaba con mimo y ternura antes de secarte y abrazarte fuerte, muy fuerte. Solo tenía que dejar que el tiempo pasara, y me largaba al bar yo sola, cruzando aquella ventisca, notando al entrar cuánto me faltabas.

La primavera llegó con toda aquella gente de visita. Los primeros cinco minutos, cuando la viste a ella, ya empecé lentamente mi retirada. No tenía que alejarme con dramatismo, pero aquella historia, nuestra historia, no podía mantenerse, lo sabíamos los dos. Porque no hay nada que dure demasiado, y menos para siempre. Tenía que pasar porque sí, tenía que ser algún motivo, algún hombre, alguna mujer, pero algo. Y eso fue: pasó.

Lloraste cuando empecé a empacar mis cosas, pero estaba ya tan acostumbrada a verte hacerlo que ni siquiera me conmoviste. Otra vez esa horrible sensación de olvido de raíz que tan poco me gustaba sentir, notar... pero ahí estaba de nuevo, solapando mi fondo sensiblón que tanto te gustaba.

Hace ya mucho de todo esto, ya olvidé el frío de allá, y aunque los primeros años conservé algunas prendas de aquella vida y aquella temperatura, terminé tirándolo todo a la basura. Y quemé otro incienso con otros hombres, escuchando la música que tanto nos gustaba a nosotros, y decepcionándome cada vez que notaba cómo a otros no les conmovía ni lo más mínimo.

Sé que terminaste muriendo, como muere la gente, a diario. Me tuve que enterar por los seis grados de separación esos, y me dio pena ver que no había notado nada, y que seguí riendo y flirteando cuando tú justo te estabas marchando... Ese día pedí un té y apreté mis manos fuertemente, abrasándome yo sola. No me salió ni una sola lágrima, solo me sentía rara. Y culpable... por haberte abandonado allá, sabiendo que esa chica no significó gran cosa. Ni la siguiente, ni la otra.

Los escucho ahora...¿puedes oírlos?

Quiero creer que sí. Tú y yo jamás nos hubiéramos conocido si no llega a ser por ellos.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Paraísos


De cajón que uno se "hace" de cierto modo según haya ido alimentándose los primeros años. Si es que nacimos  ya "hechos", de cualquier modo nos vamos completando, y los alimentos que nos forman, que nos moldean, no son solamente los que entran por la boca. Sensaciones táctiles -el barro que manejábamos-, olfativas -el olorcillo de pinturas con que terminábamos nuestras "obras"-; visuales -el residuo en las uñas que nos dejaban los Manley-... o la música que sonaba desde otro cuarto en nuestra propia casa.

No fui solamente yo quien creció en cuarto "de chica" con decoración de colores suaves... y fondo musical tirando al punk; alguna amiga también tenía un hermano mayor con esa tendencia, y debíamos tener catorce años cuando pusimos en el cuarto donde solíamos pasar ratos largos hablando de chicos y complejos una cinta de los Clash.

Estaba grabada, cómo no -entonces solamente tenían cintas originales los pudientes,- y el hermano de mi amiga no lo era, como tampoco lo eran los míos.

La primera que sonó y se me quedó marcada fue una en la que estaban hartos de los Estados Unidos. Vaya, hasta ahí llegó mi oído, claro, si lo repetiría como cien veces en los escasos minutos que duraba... Grábamela, es interesante...

Un anuncio del Fiat Punto en una revista rezaba que "ciertas cosas en Londres habían dejado de ser innovadoras". De fondo, la bandera azul-roja-blanca; en primer plano, dos punks. La recorté cuidadosamente y con ella forré mi carpesano de COU. Bueno, acotar -ya hablaré de ello-, definirme, complicarme quizás..
Luego llegó València, y mis continuas visitas al parterre donde se ubicaban puestecillos hippies. Elegí aquella camiseta -que me acompañaría durante tantos años- por la impresión, para qué engañar. Había un tipo golpeando una guitarra contra el suelo. Más que un tipo, una silueta en negro. Y letras en rojo y verde alternando esa palabra que fue para mí un mantra esos años: London.

Más tarde fue el pub de nombre oscilante, y las sobremesas domingosas en las que no asomaba ni una rata y podía pedir que pusieran otra vez, y otra, y otra... esa canción mientras la camarera -y amiga- y yo, pormenorizábamos sobre nuestras respectivas noches anteriores, preguntándonos por qué y cuándo...

No sabía de qué iba, solo que me atrapaba con esos acordes tristes, y se me hacía fascinante pensar que las mismas personas rabiosas contra el sistema podían ser capaces de confeccionar melodías con ese ritmo característico que conduce irremediablemente al movimiento de tronco. Era vinilo, y era un disco apartado por ella para mí solamente para los domingos después de comer. Llorábamos a veces escuchándola, nadie nos veía, pero vaya si lo hacíamos. Llorar, digo.

Adopté esa canción sin pedir permiso, y la hice mía, como poco después hice mía Where is my mind -ahí sigo, preguntándome eso...-, y con el tiempo conocí -he conocido- a más personas para las que también es especial.

Y no sé si es que vinimos todos a nacer bajo cierta influencia generacional de hermanos mayores, es un factor a tener en cuenta, pero en cierto modo, esas personas, nosotros, compartimos cosas. Puede que sea que somos "claros como el hielo de invierno...  y ese sea nuestro paraíso" :).



sábado, 18 de septiembre de 2010

Espirales



No sé cómo hace el resto de la gente, pero yo tengo en mi carpeta de recibidos (todavía no prioritarios porque no estoy -aún- lo suficientemente loca para responderme a mí misma ) varios mails de mí para mí , que soy un anónimo usuario, con trocitos de texto, frases sueltas... recordatorios al fin y al cabo.

Cuando Schopenhauer pensaba -y de qué manera-, no existían estos aparatos que a veces se nos van de las manos, aunque el proceso que seguiría para recopilar su  Eudemonología  (también aquí) sería el mismo que sigue mucha gente en txt... o yo misma con mails estilo boomerang (¿se ha entendido algo? :S)

El tratado, que pasó inadvertido en su tiempo por no ser un todo en sí, sino formar parte de anotaciones en carpetas y papeles varios, se resume en una máxima, que deja entrever el conocido pesimismo que caracteriza al filósofo:

"La definición de una existencia feliz sería: una que, vista de manera puramente objetiva sería decididamente preferible a la no existencia.
La felicidad relativa consistiría en la ausencia del dolor"

Según esto, y explicado en la primera de las cincuenta reglas:

"Lo mejor que se puede encontrar en el mundo es un presente indoloro, tranquilo y soportable: si lo alcanzamos, sabemos apreciarlo y nos guardamos mucho de estropearlo con un anhelo incesante de alegrías imaginarias o con angustiadas preocupaciones cara a un futuro siempre incierto que, por mucho que luchemos, no deja de estar en manos del destino"

No deja de ser un tanto deprimente que, con tal de mantener estados digamos "cómodos", uno deje de avanzar y se estanque en  relaciones, trabajos o rutinas que, lejos de satisfacerle, le van quizás amargando, recogiendo, aislando de una plenitud potencial (todos somos recuperables y aprovechables ;)). Espirales de fuera hacia dentro, laberintos de difícil resolución, asfixia (vaya, cada vez que escribo tres cosas seguidas me parezco más a Iker...).

Contrastando con tanto malrollismo, un pequeño brote verde (este sí es real): la que más me llamó la atención y mencioné hace poco, la regla número 5, totalmente esperanzadora:

"La naturaleza determina definitivamente la medida del dolor que es característica para él, una medida que no se podría dejar vacía ni tampoco colmar demasiado, por mucho que cambie la forma del sufrimiento.(...) Grandes sufrimientos hacen totalmente imperceptibles a los pequeños y, a la inversa, en ausencia de grandes sufrimientos incluso las más pequeñas molestias nos atormentan y ponen de mal humor (...) además, la experiencia nos enseña que una gran desgracia, que nos hace estremecernos solo de pensarla, cuando realmente ocurre, tan pronto como hemos superado el primer dolor, en conjunto no altera mucho nuestro estado de ánimo"

Estás ante el espejo como si tuvieras trece años ante un imprevisto grano, concentrando toooda tu atención en ese miserable; llaman por teléfono y ha surgido un cambio en el horario de trabajo; el grano desaparece de tu pensamiento y empiezas a pensar en voz alta como Mortadelo (;&%@#?·**;) abres el correo y alguien te ha dejado un regalito: desaparecen los problemas, el del grano y el del curro; llamas por teléfono, no son buenas noticias y desaparece entonces el breve momento-inmediatamente anterior cuando la vida te sonreía;  lloras un poquet, bueno, quizás bastante; pero te pasa; un día abres una ventana y entra frescura; te acuestas como flotando en una nube de color rosa-espumadechuche; pasan las horas: el grano sigue estando, pero su importancia es de un tamaño menor al de una polvimota. Y entras en una espiral; piensas en frío que dentro de un rato con toda probabilidad ni importe el grano, ni esas horas inciertas, ni la llamada que tanto te amargó, ni mucho menos los problemillas laborales. Respiras hondo varias veces, escuchas a Yann Tiersen y.. ¿llega la paz? sí, pero no porque venga de fuera, sino porque eres consciente de que está ya dentro y solo dependía de tu cabeza el alcanzarla.

Aquí no dejo de recordar a la siempre optimista Roci y la nota con la que acompaña a su nombre en el msn: "este hoy es aquel mañana que ayer te pareció tan inquietante"


Todos hemos nacido en Arcadia... (Verzicht, Friedrich Schiller)

domingo, 29 de agosto de 2010

El zorro en la nieve


Son esas veces que escuchar una canción significa también sentir una cierta temperatura que contrasta con la que realmente hace, y entonces te abstraes, tanto al tiempo en que la escuchaste por primera vez como al tiempo que ella llega a inspirarte, por su melodía, su letra, la voz que la canta. De Escocia, aparte, salen pocas cosas malas, y no tenía que ser menos una canción atemporal, difícilmente clasificable, sensible y dulce como esta.

El zorro en la nieve, curioso que sea otra vez ese animal, que ni siquiera forma parte de nuestro palacio de memoria, como aquel otro zorro veloz de mis amados El Último de la Fila. Nunca he visto uno, y no sé si se me ocurriría escribir una canción pensando en él. Tiene una vida corta, relativamente corta. No es que dos, tres años pasen rápido, sino que en el conjunto que vivimos son apenas nada. Relatividad, claro.

A menudo escuchar nombrarlos nos trae sin querer reminiscencias peyorativas,  y  por ejemplo en la Furry Fandom, no encontramos demasiados zorros que sean precisamente ejemplos a seguir.

Sin embargo, de tantas y tantas canciones que me encantan y no puedo dejar de escuchar, esta es una de las que mejor me hacen sentir -aunque hable de un zorro-. Y de eso se trata, ¿no?, de compartir :):


jueves, 19 de agosto de 2010

La ciudad olía a sol


La ciudad olía a sol. Dos de nosotros, casi desconocidos hasta hacía unas horas. Pero ya sabéis eso que dicen de que la risa es la distancia más corta entre personas. También puede, por contraste, serlo la emoción, ese nudo en la garganta que llegado un punto tiene que estallar, y de qué mejor manera que compartiendo, aunque sea la anécdota de otro, la frase de otro, la vida de otro, la historia de otro.

No sabía que tenía la cabeza tan gordota, ni que era tan corpulento. A su lado, yo más bien aparecí como un junco, de esos que tanto tengo por aquí cerca y que me cruzo y vuelvo a cruzar dos, tres, a veces cuatro veces cada día.

Como la de Hernández, la casa donde habitó don Antonio “Manchado” tenía naturaleza entre piedras, debe de ser que los grandes necesitan verde, necesitan flores. Debe ser que la inspiración viene más cargada y más rica cuando uno asoma mientras escribe y se encuentra hojas, nidos, moscas. Vida.

Dos temblábamos, otro también, aunque lo aparente menos. Y la cuarta, la que a punto estuvo de venir, estuvo  a través de su voz dos minutos justos antes de empezar ese viaje al pasado, a lo bello, a la melancolía que nos pasó volando. Una de las horas más cortas de mi vida.

La guía, embaucándonos, relatando a su vez, sintiéndolo. Y nosotros, como niños pequeñazos, dejándonos llevar.

Y sentir que esa fue la cama, que ese el comedor, esas las ventanas –cuánto pasa ante nuestros ojos tras cada una de las ventanas que hemos conocido, que hemos vivido-. Uno piensa mucho cuando mira a través de esos cristales. Puede estar esperando, o impaciente, o simplemente con la mirada perdida, o feliz, y se inspira, o desespera, o simplemente no siente nada y está.

Y de las primeras cosas que uno hace cuando regresa de un lugar como ese es rebuscar, donde sea, encontrar esas palabras que otros nos dejaron. Como cuando uno conoce a alguien fascinante, y se pierde durante horas queriendo ponerse al día de esa que ha sido su vida hasta antes de conocerlo.

"Tiene el manzano el olor
de su poma,
el eucalipto el aroma
de sus hojas, de su flor
el naranjo la fragancia;
y es del huerto
la elegancia
el ciprés obscuro y yerto"


"Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles como pompas de jabón
"

jueves, 12 de agosto de 2010

Lo básico

 
Este está siendo el verano de la vuelta a lo básico, como la canción de Manolo García que os he puesto más abajo. Negro, blanco, amarillo vainilla, azul marino…

También el de las nuevas oportunidades. Es una sensación sumamente gratificante la de escarbar bajo los plásticos de desvanes, cocheras o sótanos y rescatar viejos muebles, viejas lámparas. Y limpiarlas meticulosamente; no es necesario un producto especial, lavavajillas normal y agua caliente son más que suficientes. Y una manguera, aclarando con fuerza y llevándose cuesta abajo años de ostracismo. Luego, un antiguo bote de vidrio con un ramo de lavanda. Suficiente. La siesta entre paredes encaladas, mimbre, brisa del mar y muebles de toda la vida sabe muchísimo mejor :).

La decoración me apasiona, y como conté hace un tiempo (aquí), una de las cosas que más me hacen disfrutar cada semana es visitar el rastro. Pueden ser objetos nuevos que uno descubre domingo tras domingo, o pueden ser objetos que ya se tenían, en la casa de los padres, en la de la playa. Y se lleva uno sorpresas. No se sabe a veces lo que hay bajo varias capas de polvo o mugre, bajo modernas fundas de cojín cuadrado, y esa caja, esa cesta encima de una alfombra sobre el suelo nada se parece a lo que se ve después, tratado con mimo en un hogar.

Pues ni más ni menos que como nosotros mismos.



"(...) Aprender el nombre de las cosas. Pan, casa, destino, camino. Arreglar la huerta. Hablar con los perros. Pasear por las orillas del otoño. Prescindir de lo inútil. Disfrutar el tiempo lento. Gris, cielo, hoguera, camino. Robarle el tiempo al minutero. Sumar lo lógico y lo incierto. Poner la mesa. Soportar solo lo soportable. Rechazar el tedio. Limpiar de malas hierbas el prado. Arrancar las rejas y cercados. Hacer montones: perros con gatos. Hacer montones: soles y estrellas. Borrar las señales de vuelo. Y quedaba mucho por hacer".

Luego, en días de esos circulares que tanto me gustan, llenos de encuentros, reencuentros y casualidades (¿casuales?), leo esta entrada de un magnífico blog.

lunes, 2 de agosto de 2010

Instrucciones para un doce de junio

 
Todos podemos necesitarlas algún día, eso nunca se sabe. Si no se quiere decir en alto, se puede pensar en tono bajito, solo para nosotros. Creemos tenerlo todo controlado y haberlo alcanzado todo,  llegamos a pensar que nada ni nadie nos pueden hacer desmoronar, qué fuertes nos sentimos. Y entonces va, y algo o alguien hace que nos desmoronemos. Si no existieran esos pinchazos cuando el coche va encarrilado en línea recta, pues no sería la vida, y también sería mala cosa, pues si no es la vida ¿qué otra cosa puede ser?

Hay quien se santigua, quien tiene corazonadas y afirma no fallar nunca, quien usa amuletos, quien cree en ellos,  quien dice que son supersticiones, quienes hacen pequeñas apuestas con ellos mismos (si pasa esto... pasará esto otro; si... saldrá bien...), y los hay que no hacen nada -bueno, sí, burlarse de los que sí lo hacen, que también es hacer, digo yo-. Nadie en cualquier caso se queda de brazos cruzados ante los dilemas y encrucijadas de la vida. Nadie deja de tener incertidumbre ante una señal con cuatro direcciones distintas. Todos dudamos.

Estas dicen que las elaboró el subcomandante Marcos en la selva Lacandona, en Chiapas, México, entre 1984 y 1989, influenciado por Cortázar y dentro de lo que la guerrilla llama "literatura de montaña". (aquí) Hay de todo, para todos, sin necesidad de untarse con excrementos, vestirse de payaso o emborracharse en las tumbas de los antepasados, como aconseja el otro.

PD: Solo advertir que cuando la decisión tenga que ver con otra persona, antes nos pongamos de acuerdo con ella,  no sea que los dos sintamos lo mismo y simplemente lo llamemos de distinto modo... (:P)

Para cambiar el mundo: 
Constrúyase un cielo más bien cóncavo. Píntese de verde o de café, colores terrestres y hermosos. Salpíquese de nubes a discreción. Cuelgue con cuidado una luna llena en occidente, digamos a tres cuartas sobre el horizonte respectivo. Sobre oriente inicie, lentamente, el ascenso de un sol brillante y poderoso. Reúna hombres y mujeres, hábleles despacio y con cariño, ellos empezarán a andar por sí solos. Contemple con amor el mar. Descanse el séptimo día.
  Para olvidar un amor:
Sáquese despacio ese amor que le duele al respirar.
Sacúdalo un poco para que despierte. Lávelo con cuidado, que no quede ni una sola impureza.

Limpio y oloroso proceda a doblarlo tantas veces como sea necesario para tener el tamaño de la uña del dedo gordo del pie derecho. Espere el paso de una hormiga, ser noble y generoso, y pásele la pesada carga. Ella lo llevará a guardar en alguna profunda caverna. Hecho esto, vaya y rellene, por enésima vez, la pipa de tabaco frente al mar de oriente. El olvido llegará conforme se termine el tabaco y el mar se acerque a usted.
Para recuperarlo:
Basta escribir una larga carta hablando de viajes desconocidos, hidras, molinos de viento, oficinas y otros monstruos igualmente terribles. A vuelta de correo tendrá su amor tal y como lo envió, acaso con un poco de polvo y sueño en la cubierta…
Para medir el desamor:
Basta el rencor y, finalmente, no vale la pena.
Para seguir adelante:
Frente a un espejo cualquiera, dese cuenta de que uno no es lo mejor de sí mismo. Pero siempre se puede salvar algo: una uña por ejemplo…
Para nuestra muerte:
Los que ahora dicen -¡Qué malo es!-, dirán entonces -¡Qué bueno era!-. Y nos iremos sonriendo, burlándonos siempre de ellos, es decir, de nosotros.
Para medir el silencio:
Basta con los suspiros. Pero no los cuente, el resultado suele ser desalentador.
Para medir la vida:
Se toma cordel a discreción y se empieza a meter en el bolsillo derecho del pantalón hasta que ocurra una de dos cosas:
a) Que el bolsillo se llene de cordel.
b) Que se canse uno de estar metiendo el cordel en el bolsillo.
Cuando ha ocurrido una de las dos cosas arriba señaladas, o las dos, espere una tarde lluviosa.

Justo cuando la lluvia empiece a titubear en caer o no sobre la tierra, saque el cordel y arrójelo hacia arriba, lo más alto posible, con un elegante ademán de mago y, simultáneamente, murmure las siguientes palabras: “Veo, mido, existo, la vida”. Si se han seguido las instrucciones al pie de la letra, el cordel permanecerá en el aire, suspendido por unos instantes, antes de volver a tierra en un manojo de hilos. Ahí tiene usted la medida de un pedazo de vida. Si no obstante haber seguido las instrucciones, el cordel no responde como arriba indicamos, no se preocupe y pruebe con otro cordel. Sucede que hay cordeles que se niegan, con desconcertante obstinación, a medir la vida de nadie (bastantes problemas tienen con amarrar botas, zapatos y otras cosas absurdas, dicen).
Para despedirse:
No mire hacia atrás.
Suele bastar con eso…
Aquí

P D: esto fue escrito -sin cambiar ni una coma- como pone en el título un doce de junio, antes de conocer muchos resultados; algunos eran realmente importantes, unos quedaron solapados por otros, perdiendo importancia (ya comentaré esto a propósito de Schopenhauer y el libro que ando leyendo a ratos), y el resto, pues bueno, quizá haya estado bien conocerlos en hora.


Feliz verano.

viernes, 23 de julio de 2010

Como Sheherezade


Esa noche volví a despertar de madrugada. No era insomnio, era solo que ya había dormido suficiente. Como hago muchas veces en esos casos, me coloqué la radio en los oídos -bueno, los auriculares, no vaya a ser que...-, y aunque la primera en mi dial es Radio 5- , esta vez di un repasito por varios canales, parándome ante una conversación fluida y atrayente en la SER.

Se llamaba Julia y hablaban de un libro suyo. Al principio dudé si Julia Otero habría escrito algún libro últimamente, pero no, lo descarté al escuchar -para mi alivio- una voz mucho menos nasal que la suya. Una voz suave contando cosas con pasión, subiendo y bajando el tono de manera tal que hubiera pasado horas escuchándola -no como los plomos que hablan siempre en monotono y se hacen insufribles, que dijo un sábado de abril María Teresa Campos :P-.

Julia Navarro, vaya. No la he leído, y confieso que descarté regalar un libro suyo a mi madre por temer que fuera otra más de las siguieron la estela del Código da Vinci -que tampoco he leído, por cierto-. Pero cómo cambia cuando "conoces" a la persona, ¿no? Ya comenté algo parecido de Joaquín Leguina. Hay gente interesante detrás de nombres comunes, hay voces interesantes detrás de gente de la que oímos hablar alguna vez en la vida y de la que nos formamos una idea a base de prejuicios, injustamente.

Cuando acabó la entrevista pensé en el valor que tiene para mí una buena conversación. Procuro no dejar pasar ninguna y, cuando encuentro a una persona capaz de proporcionármela y de notar que disfruta de la que yo soy capaz de darle, trato de no dejarla escapar, de mantener el vínculo sea como sea, como Sheherezade hilaba sus mil y un cuentos para no perder la cabeza.

Una asignatura en las escuelas que vendría bien para la vida sería la oratoria, como hacían los griegos, porque ¿de qué sirve tener muchos conocimientos si luego el habla es aburrida y gris? sí, se tendrá un buen trabajo, se llegará en ciertos aspectos "a lo más alto" -profesionalmente hablando-, pero nadie busca esa compañía para compartir su vida -por completo o a pizquitos y ratos-.

Habla poquísimo de ti, poco de los otros, mucho de las cosas
(Paolo Mantegazza)

viernes, 9 de julio de 2010

Una maravilla

 
Ya ni recordaba el tiempo que hacía que no me había enganchado a algo. Bueno, lo del solitario spider es algo provisional... :P-.

Fue de las primeras descargas que hice cuando me puse el ADSL en casa. Sus contemporáneas fueron las "Historias para no dormir", del gran Chicho, pero eso ya irá en otra entrada cuando le llegue el turno. No hay prisa.

La tele de esa época, pues bueno, ya se sabe. Una había y buena que era. En este caso, mejor quizás que en otros, la calidad vale toda la cantidad que se nos pueda poner a nuestro alcance.

Yo ese año -1982- estaba con la primera comunión, el Mundial del Naranjito y las ganas locas de que pasara el mes de mayo y mi madre me diera tijeretazo a la melena criada para un solo día, cómo somos las personas. Sacamos la tele al patio –antiguo corral que empisamos cuando desaparecieron las últimas gallinas-, y allí estaba yo, con una toalla sobre los hombros, viendo caer a ramalazos mechones largos y abundantes de pelo castaño rojizo. Ya entonces le cogí manía al pelo largo y es una de esas manías que aún me duran, fíjate.

De esa serie, que me entero ahora que fue la más demandada por los espectadores para que la revisaran, digitalizaran y no sé qué más “aran”, recordaba cosas difusas: el tono grisáceo, que la daban tarde y lo atrayente que me parecía Cayetano ese tiempo (glup). Lo que hace, hay que ver, el ver –valga la redundancia- las cosas desde una perspectiva distinta, de los ocho a los treinta y seis años, y sobre todo, entendiendo esa historia. Y eso que a veces, sea a los ocho, sea a los dieciséis, uno se ve con total capacidad crítica, y no exagero (aunque hablo por mí, que soy una exagerada).

Estos días me vi, como otros años, con tiempo libre, con muchas horas de luz, y  con alguna que otra preocupación en la cabeza que tenía que disipar del modo que fuera.  Este viaje los libros no me han servido para dejar de pensar en lo que no quería ni quiero pensar, y la gran adquisición que hice accidentalmente de un netbook me ha servido más tal vez de lo que pude imaginar.

La serie es, si no se ha adivinado ya, “Los gozos y las sombras”. Y qué serie, madre mía, qué cosa más bien hecha. Galicia lloviendo, Galicia siendo, con sus sonidos, con su ambiente, sus olores –se nota mi debilidad, creo-. Galicia detrás o encima de una gran historia en la que pasa de todo. Momento histórico, gran momento histórico de un gobierno que agonizaba o, mejor dicho, que estaba condenado a muerte, y no una muerte fortuita, sino cruenta y, según quien lo diga, según quien lo lea, injusta totalmente.

Piensa uno que el gris de los años previos al '36 era triste, como se ve en la serie (¿ya la he recomendado?), pero los siguientes años, los siguientes grises, esos sí fueron oscuros, siniestros, funestos. Como en todo, habrá quien piense que quitar Ilustración para meter lo que se metió estuvo bien. Allá ellos. Pero no vine aquí a hablar de política.

El elenco de actores, ¿acaso son buenos ahora que ya sabemos su trayectoria de los últimos treinta años? Yo diría que no, que ya eran inmejorables entonces, así como los decoradores, los guionistas, o quienes adaptaron ese guión, los encargados del vestuario. Todos.

A quien guste del costumbrismo del que tanto gusto yo, solo ver la preparación de los alimentos desde que se compran en el mercado hasta que se llevan al plato, con los instrumentos que se usaban entonces para cocinar… solo eso ya les llegará para decir: “qué bien mostrado”. A los que conozcan la novela –no ha sido mi caso-, poner cara a personajes tan bien armados como Carlos, Cayetano, Mariana, Juanito, Clara, Rosario…les llegará igual. Y a los románticos, deciros que esta historia supera con creces para mi gusto cualquier historia que haya conocido hasta ahora –haré la excepción de Fermina y Florentino, claro-.

Como diría aquella, con esa gracia que tenía: no perdérsela.

PD: el único pero, si es que tiene alguno, es esa sensación de vacío que siento ahora cuando pienso: “ y qué veo yo ahora después de esto?”

domingo, 13 de junio de 2010

Cinco en un vagón


Aunque dicen que las mejores cosas llegan sin buscarlas, hay cosas buenas que requieren un esfuerzo, mínimo o máximo. Y vale la pena :).

Siempre me gustaron los anuncios, en la tele y en las revistas -llegué a recortar los que más me llamaban la atención, como sigo haciendo con otros temas-. Viviendo unos años años en los que todo está en Internet, y a mí me sigue gustando archivar recortes de papel en carpesanos. Manías.

Cuando llegaba Navidad podéis imaginar cómo me ilusionaba, esperando esas microhistorias enlazadas con esa música y el efecto que me causaban. Dentro de los grandes anunciantes, la publicidad de Coca-Cola nunca me ha dejado indiferente, y cuando la veo -igual que la de BMW, por ejemplo-, me entran ganas de ser creativa, de haber estudiado -o aprendido- cómo se hace eso, de ser artista, de poder transmitir en pocos minutos tanto tanto...

Bueno, la cuestión es que llevaba años -literal- buscando un anuncio. Ver esta historia por primera vez me marcó, y de qué manera. Resumía un sentimiento que me era tremendamente familiar, y a la vez un poco lejano -aunque más tarde lo recuperé en cierto modo, no todos los fines de semana, sí cada X tiempo- : el de las mejores risas y las mayores anécdotas. Con la mejor gente. Gente con la que uno se cruza y se llega a sentir tanta química que consigue sacar lo mejor de nosotros, regalándonos recuerdos, buenísimos recuerdos. Siempre pensé que la juventud está para ser joven en ella, nada más simple; para aprovechar ese apetito por la vida que solo se tiene -a ese nivel- esos años.  Ójala  que el entusiasmo nos dure, que dure mucho..., que nos continuemos emocionando hasta el último día; que conservemos la cabeza lúcida -no hay cosa peor que morir mientras se está vivo-, que no olvidemos quiénes somos, ni quiénes son; que no perdamos esta memoria que somos nosotros, y con cuya ausencia seríamos solamente un cuerpo.

Eso es lo que a mí me transmitió el chaval que narra esta historia durante esos segundos que concentran tanto: la de ser consciente de estar viviendo algo importante en el preciso momento en que está sucediendo (¿otro Dejà-vu? :P).

Acabo de encontrarlo hace media hora escasa. Seguro que lo recordáis, y si no es así, me gustaría que os encantara tanto como me encantó a mí:


martes, 8 de junio de 2010

Calma


Cinco de la tarde en el invierno mediterráneo. El grupo riendo distendidamente, y todos mirando hacia arriba; unos con gafas de sol, otros desde el resol, sin nada en los ojos.

Y mi amiga me dice: ¿ves esta calma? pues aquí siempre es así...
-Qué gozada, digo yo.

Paseo a lo largo del río, otra vez la misma calma, el mismo cielo, completamente despejado. Los juncos agitándose. Las tarimas de madera de los pescadores, con sus accesos imposibles...

- No te tomes dos cervezas antes de pasar, un día de estos te vas a caer al río...

Patos surcando el agua y picoteando en los trozos de pan duro que mi amigo va tirando aposta, mientras imita su graznido y yo voy grabando con mi cámara.

Siete de la tarde en una primavera ya muy avanzada. Leyendo mis apuntes mientras el grupo de niños juega al fútbol y notando cómo quema el banco de piedra de la plaza. Y esa sensación, esa sensación tan chula de que con toda la confianza del mundo puedes hacer sonar el teléfono de alguien y preguntar cualquier chorradilla informática, dejar líneas perdidas de Msn sin temor a que piensen que hablas sola :P, o enviar un sms vacilando a alguien a quien has visto en persona una sola vez,  pese a no verse, pese a no escribirse, pese a no estar ya en el mismo sitio donde solíamos estar, pese a saber quizás -aunque amarga un poquito reconocerlo-, que seguramente no habrá otro encuentro real. Esa maravilla que es pensar -y lo habré repetido mil veces-, que cuando llegue el verano pueda escaparme un fin de semana largo y haya alguien a quien me ilusione ver y que, al tiempo, se ilusione también por verme. Y ver que puede que haya perdido un año entero de clase por malas entendederas puntuales (para matarme), pero pensar que tampoco acabó el mundo, que ahí queda también toda esa gente, todos esos móviles, esos correos. Y que vendrá otro curso en octubre, y si no puede ser con los mismos, será con otros que también serán gente, móviles y correos.

Y lo más: ese pararse en mitad de una conversación y decir -u oír que te dicen-, "qué bien estamos, ¿verdad?" .

Y mejor que estaremos... Tenemos todo un país por descubrir, a pequeños sorbos, y de verano en verano :)

jueves, 3 de junio de 2010

Todos los océanos de este mundo




Cuando se viene a filmar a sitios poco conocidos en el cine, pequeños o menos pequeños, se arma un revuelo inmenso. El primero que hubo aquí -que yo recuerde-  fue "El árbol de las cerezas". El último, "Amanecer de un sueño". Y entre medias, "Son de mar".

Pude ir un domingo al set de filmación porque, casualidades de la vida, mi padre se encargaba del mantenimiento del enorme jardín del chalet que aparece en la película. Por supuesto, esa tarde no había nadie allí. Fuera, en los laberintos de calles que suben al Montgó, los domingos por la tarde no es raro ver curiosos que se acercan a ver cómo viven los ricos. Riqueza como la que se nos enseña en la peli: ostentosa, exagerada,  incluso insultante.

No sé por qué tardé tanto en verla, pero ahora que acabo de hacerlo, pienso que ha sucedido en el momento adecuado. No sé si nueve, siete o cinco años antes hubiera podido entender tan bien la fascinación que puede causar una personalidad como la de Ulises -este y aquel-, y en cualquier caso, me encanta que una parte de mí quede tan bien fotografiada para que los que no la conocéis podáis sentir desde vuestras casas el murmullo de la lonja, la brisilla, otras gaviotas, el olor salado y el ambiente de los pueblos con mar que, para muchos de nosotros, son un ideal al que regresar aún no habiendo estado nunca antes: una Ítaca.

La reseña de la novela, escrita por Manuel Vicent, dice así:

Según el manual de la resurrección, el primer requisito que se exige para resucitar es estar vivo, aunque la vida te sumerja cada día en la profundidad de los mares (...); siempre habrá algún amante que te llame desde cualquier orilla y tú tendrás la necesidad de volver a ella.

Y podemos enlazar varios de estos océanos románticos, igual que ellos mismos se unen y enroscan entre sí formando una masa continuada de agua sobre el mundo, como los océanos de tiempo que cruzó Drácula para reencontrarse con Mina, como el mismo mar que se cruzó en La Odisea, bello, atrayente, peligroso:

Entretanto la sólida nave en su curso ligero se enfrentó a las Sirenas: un soplo feliz la impelía mas de pronto cesó aquella brisa, una calma profunda se sintió alrededor: algún dios alisaba las olas. Levantáronse entonces mis hombres, plegaron la vela, la dejaron caer al fondo del barco y, sentándose al remo, blanqueaban de espumas el mar con las palas pulidas.

PD: Quise ver Océanos antes de publicar esto, pese a llevar escrito muchos días. El azar -descargas fallidas- impidió que pudiera hacerlo, pese a hacerme muchísima ilusión por la apasionada recomendación de alguien que me apasiona a su vez. Dicen que cuando el sabio señala la luna, el tonto mira el dedo. Debo ser tonta. Hace relativamente poco,  ese alguien me explicó -mientras con su dedo silueteaba la figura de una ballena jorobada-, cómo eran, cómo vivían, por qué eran distintas y por qué le fascinaban tanto. Yo no podía dejar de mirar el dedo :$.

Marchamos en un mar de incertidumbres a través de archipiélagos de certezas
(Edgar Morin)

martes, 25 de mayo de 2010

La muerte según Tolstoi

(León Tolstoi descansando en el bosque, 1891,  Ylia Yefimovich Repin)

Pese a las recomendaciones de dos de mis mejores amigos, y por una serie de circunstancias -las más importantes, el pasadísimo-por-agua otoño y el crudo invierno-, solamente leí las primeras páginas de "El maestro y Margarita". Esto, unido a las reticencias que tengo a la hora de enfrentarme a tochos como Ana Karenina o Guerra y Paz, han hecho que la literatura rusa y yo no nos conozcamos todavía. 

Pero siempre hay un día en que una reseña logra darte el empujoncillo que te hace meterte en jardines desconocidos, y las ganas de retomar un club de lectura en el que hace mucho que no participo, unidas a la brevedad del libro, hicieron que el domingo por la tarde disfrutara, en mi recién "reestrenada" hamaca, de una sobremesa de primavera como toca: siestecilla en el sofá y lectura de libro en el patio. Bueno, lo del patio es una gozada, lo he dicho siempre que he hablado de mi casa, pero es que es algo a lo que tenía tantas ganas que aún no me creo que tenga uno, con sus macetitas -que no cuido hasta allá :$-, su sol, su resol, y la música de los pajarillos -lo más-...

En fin, que al mínimo quec me pierdo en divagaciones...; vine a hablar de un libro, que por la gracia de Internet podéis leer aquí si os apetece: La muerte de Ivan Ilich (León Tolstoi).

Y ya no sé si es casualidad o qué que precisamente esta semana pasada me hablaron de la muerte, y, como sucede a veces, fue uno de esos momentos en los que piensas: mare meua, yo también he pensado bastante en ella estos días; no sé si por ir hace nada a un tanatorio, o por ver tanto cine español -que también :P-.

Aquí se nos muestra de manera angustiosísima lo que en sí es la muerte para un vivo: un absurdo final inevitable, una excusa para reflexionar sobre qué fue la vida y, también por qué fue, y, sobre todo, algo que normalmente sucede a otros. Y es en este aspecto donde el libro se aleja de lo que conocí hasta ahora.

Lo habitual es que se nos cuente la vida y obra de cualquier personaje  y se nos narre la muerte como broche final, sin más. Siempre la cuentan los demás, los que la lloran, los que añoran al que se fue, los que creyeron conocerlo. O leerla en cualquier entrada de enciclopedia en forma de fecha que se añade al principio de una biografía, acompañando a la otra fecha en que se nació.

En el caso de Ivan Ilich, se nos narra el desespero de alguien que sabe en todo momento que se está muriendo, y se le hace completamente insoportable el detalle de que para los demás, para los que lo rodean, es otro el que muere. Ser tan consciente de ello le hace rebelarse emocionalmente. Y sufrir demasiado.

Busco una imagen para esta entrada y encuentro, aparte, un texto muy interesante. No tiene desperdicio por tener que ver, otra vez, con la muerte:

 El amanecer del 28 de octubre de 1910, en pleno invierno ruso, León Tolstoi decidió alejarse definitivamente de su hogar, sin que nadie lo viera… antes le escribió una carta a su esposa Sofía:
“No puedo seguir viviendo en el lujo, y hago lo que los viejos de mi edad hacen generalmente, abandonar el mundo para vivir sus últimos momentos en la soledad y el silencio. Te agradezco los 48 años de vida honesta que has pasado conmigo, y te ruego me perdones todo el mal que te he hecho, como yo te perdono el que me has hecho tú”.
Con la intención de establecerse en el soleado Cáucaso y reencontrarse con los compañeros libres de su juventud, tomó el tren con dirección a las estepas… pero en el camino se enfermó de neumonía en el tren que lo llevaba, por lo que tuvo que quedarse en la pequeña estación de Astapovo. La fiebre lo consumía, su corazón latía irregularmente, ya no soportaba los fuertes dolores de cabeza y la ardiente sed que lo debilitaba… en esa agonía estuvo una semana.

Y así es como murió León Tolstoi, un 7 de noviembre de 1910, a los 82 años. Sus restos están enterrados en Iasnaia Poliana, en un claro, en aquel lugar donde su hermano Nicolás escondió durante su juventud el pequeño palo verde, talismán del amor, la armonía y la felicidad eternas.

No sé si todo el mundo piensa tanto en ella, si la ve como algo tan presente. Tampoco sé si a todos asusta, o si es más el desasosiego por dejar "desamparados" -aunque el cementerio esté lleno de gente que era imprescindible- a nuestros hijos, a nuestras parejas, familia... o el miedo por no ser ya nunca más, por nosotros mismos y nuestra desaparición tajante. Hay quien teme al dolor físico, otros temen que no se les recuerde.

Casi todos los escritores han escrito sobre ella; de pocos temas se ha escrito más sin conocerlo de primera mano, y pondría la mano en el fuego a que ninguno de nosotros vive ajeno a ella (nótese la ironía).

miércoles, 19 de mayo de 2010

Un país extraño


L.P. Hartley empezó una de sus novelas con una frase por la que quizás llegó a ser más conocido que por toda su obra. Fue tan simple en principio como:

"The past is a foreign country: they do things differently there"

(el pasado es un país extranjero: allí se hacen las cosas de otro modo)

Viendo que el hombre fue bastante prolífico y se le conoce por una única frase, me planteo si es bueno que te recuerden por un pequeño acierto entre varios, o resulta más bien frustrante. De cualquier modo, es mejor que sea así a que sea por un pequeño fallo entre varios aciertos, porque cuando sucede eso, que aquel nos pille confesados.

Hablaba hace poco el maestro Daniel Domínguez sobre la melancolía. Y habló tan bien y consiguió redondear tan bien ese texto que desde luego lo tendré mucho tiempo presente. ¿Mi idea de entrada perfecta? esa lo fue -hasta en el grabado-.  En ella se nos viene a recordar que es un estado elegido, que los melancólicos se (nos) recrean en ese punto muerto que hace que, cinco minutos después, ya echemos de menos lo que pasó hace seis.

Pero vengo a añadir yo algo a propósito de varias cosas que sucedieron hoy y que están todas bien relacionadas:

Primero, doy un vistazo como cada mañana laboral a El País digital, y corroboro que el pasado a veces vuelve sin avisar, sin ser buscado, como bromeando con nosotros -melancólicos e ilusionados por igual. Y nos desafía, como diciendo: "sí, miremos hacia adelante, mirad hacia adelante, no os recreéis, pero siempre hay rescoldos flotando, inéditos, y el día menos pensado llegarán a vosotros, casualmente.. o no". 

La noticia a la que me refiero es el hallazgo -cuarenta y siete años después-, de casi cuarenta fotografías nunca vistas de los Beatles (aquí). Puede que alguien preferiría no ver esos rostros adolescentes después de tanto tiempo y habiendo fallecido la mitad de ellos. Al resto les hará ilusión. Los contrarios, las reacciones antagónicas, como siempre. Pero, una vez más, el pasado es presente, al menos estos días que se ha conocido la noticia.

Esta tarde voy hacia clase y escucho en la radio del coche un tema que hace mucho que no elijo en mi MP3. Es de Alanis Morissette, que me encanta. Y recuerdo que reescribió su historia en cierta manera al volver a grabar su primer álbum de la forma en que veía la vida, la música y esas canciones el año en que se cumplían diez años de su publicación. En su día leí cómo explicaba que ella no era la misma y las canciones no podían ser las mismas. El disco, que os recomiendo íntegro, es Jagged Little Pill Acoustic. Otros grupos, como The Cure, también regrabaron sus mejores canciones con un enfoque más suave, tranquilo, maduro (aquí) varios años después. Imagino que si me pusiera a buscar habría cien ejemplos.

Termina la clase y conduzco de vuelta. Hay una recta de unos siete kilómetros digna de ser fotografiada y merecedora de varias entradas. Tiene árboles, muchos árboles, a ambos lados, y a medida que te vas acercando al pueblo forma un dibujo en perspectiva perfecto, con el campanario al final y las montañas rodeándolo todo. A esas horas a las que regreso, aparte, esos árboles tiene un verde indescriptible  mezclado con amarillo -siempre echo de menos la cámara de fotos en ese tramo-, y el sol está en una posición que deja ver los mosquitejos que ya flotan en el ambiente. Campo, al fin y al cabo.

Bajo la ventanilla cuatro dedos por primera vez esta temporada. Entonces se me cuela  una abeja o avispa, - no las distingo de normal, menos aún conduciendo-. Escucho primero su ruidito inconfundible. La música bastante alta. De pronto la veo, y me doy cuenta de eso,  de que no es una mosca ni un moscardón, porque lleva un vistoso traje a rayas negras y amarillas (blanca y en botella...).

Me viene al presente otro pasado. Esta vez el dramático día en que fallecieron tres mujeres jóvenes hace unos quince años. Con hijos adolescentes las tres, algunas incluso con niños pequeños. En un coche pequeño. Por culpa de una abeja que se les coló cuando volvían de la ciudad. De nuevo, el pasado estaba allí, sin buscarlo, sin pretenderlo. He bajado la ventanilla del todo para que se largara cuanto antes -la abeja y ese pasado que no busqué recordar-.


sábado, 15 de mayo de 2010

Desarrolla tu legítima rareza


Hace un par de años, en una repesca de concursantes "emblemáticos" del concurso Saber y Ganar, nos llamó a varios la atención la camiseta de Alberto Gálvez, un chaval con pinta de tener la mente muy sana en todos los aspectos. Era negra, y en letras de colores ponía: "Nadie es normal".

No tengo claro del todo con qué fin me habré definido yo misma medio en broma-medio en serio como "rarita", y con qué fin lo hacen los demás quizás no de manera directa afirmando: "es que soy raro", pero sí con sus actitudes (y más de lo que pueden pensar).

Xarito trabajó conmigo hace muchos años en un almacén de cítricos. Es dos años mayor que yo, rondando los veinte en esa época. El grupo con el que almorzábamos tanto ella como yo sentadas en los cajones de plástico era muy variopinto, de edades parecidas pero distintas y de gustos dispares pero con uno en común: salir.

Una tarde estuvimos empaquetando juntas, hablando de la vida que nos esperaba al salir de ese horario infernal, de los novietes, los ligues, los pubs. Y ella me dijo: "no hay nada que me guste más que ver el Un, dos, tres los viernes con mis padres y hermanos". Esa afirmación, tan sencilla, se me escapó en ese momento. Tal vez fue síntoma de mi grado de intolerancia -que toooodos tenemos en mayor o menor medida-, pero lo primero que me pasó por la cabeza fue que qué hacía una chica de veintipocos años un viernes noche en casa viendo la tele en vez de estar por ahí de marcha.

Me he acordado mucho estos años de ese momento, casi más que de la camiseta de Alberto Gálvez. Como me acordaré en un futuro del día en que le compré una colcha a mi hijo hace poco llena de dibujos de animales -lo que más le gusta del mundo- y dijo: "si viene un amiguito a casa y la ve se reirá, dirá que soy un bebé". No sabéis cómo me entristeció escuchar eso de alguien con seis años y pocos meses. Fui a devolverla porque no pude hacerle ver que lo que pensaran los demás era algo incontrolable, fuera esa colcha o fuera un determinado gusto.

Y lo he tenido presente estos días por cosas que he leído por la red. Esa tendencia -y necesidad - de dejar claro que se es "distinto". Pero no como una descripción de uno mismo igual que el color del pelo o los ojos, sino yendo más allá, marcando incluso distancias y más que queriendo decir "soy distinto", en el fondo adivinándose un "no soy como vosotros". ¿Más intelectual? ¿Más interesante? ¿más seguro de ti mismo? ¿mejor acaso? ¡Bah! Algunas afirmaciones parecen más bien sacadas de manuales estilo "triunfe en la vida" que de una convicción auténtica.

Es muy difícil -siendo humanos como somos y no personajes de nuestra propia ficción- engañar a todos todo el tiempo, como dice la famosa frase, y todos perdemos aire por algún lado. Hasta los coches de las mejores marcas tienen talones de Aquiles y les salen remesas que deben revisar al completo, y, como dijo  más o menos un psicólogo en un curso al que asistí, se podría pensar que juntando a los mejores jugadores ganarían todos los partidos, pero no, porque en ese conjunto se adivinaría un fallo, una falta de coordinación, de equipo, que harían que lo que no fallaba en cada uno individualmente fuera un punto débil en ese equipo ideal.

¿Es mal asunto contar las debilidades o lo que creemos que lo son? no lo sé, depende de a quién tememos defraudar. Ir por la vida en plan "estoy de vuelta de todo" mola, pero de forma coherente, que sea así, que no sea una imagen de fortaleza cuando la realidad es que se es tan débil e inseguro como el que más y se está bastante pendiente de no mancillar esa imagen que se cree proyectar.

¿Acaso soy "más" porque me guste la filosofía? y... ¿soy "menos" si digo que también leo el Pronto y la Cuore de vez en cuando?. Me apasiona un determinado estilo de música "de culto", pero al tiempo me emociono escuchando "Suspiros de España" en la voz de Conchita Piquer o "El emigrante" de Juanito Valderrama. Me reí con Torrente y no me dijo gran cosa El Sur. Sé que la belleza está en el interior, pero en no pocas ocasiones hubiera pactado con el diablo para tener el físico de Monica Bellucci. Y soy la misma persona siempre. Lo "sospechoso" que veo yo en este asunto no es el tener facetas variables, distintas y en ocasiones muy dispares entre sí, sino tratar de hacer creer que se sigue siempre una estela uniforme. La vida, los estados de ánimo, no son una planicie, sino más bien montañas rusas más o menos suaves.

Nadie es mejor que nadie, ya lo cantaron El Último de la Fila.

martes, 11 de mayo de 2010

Suave terciopelo


Puede que lo haya contado demasiadas veces, pero pienso que a veces uno define un gusto que lo va a acompañar durante toda su vida en un solo segundo o en unos pocos minutos. Así pasé de ser fan absoluta a los once, doce años de los Hombres G -como todas esos años-, a verme una noche de junio bajo las estrellas y el cielo violáceo siendo besada por primera vez mientras escuchábamos Heroin. La canción no fue esa por casualidad; era importante para el chico, y escucharlo con tanta pasión hablarme de ella -aunque lo que quería era llevarme al huerto, y nunca mejor dicho-, me permitió al menos acercarme a ese señor impreso en una portada con aspecto fantasmagórico que, resguardado por una caja de plástico mate de tanto ir y venir, formaba parte del paisaje del cuarto de mis hermanos.



Investigué sobre esa canción, Heroin, sabiendo ya esos días que a partir de esa noche de primeros de verano formaría parte para siempre jamás de mi vida y mis recuerdos, que siempre estaría en mi banda sonora. Y a medida que me fui adentrando en ese universo de blue notes, vanguardia y Nueva York, saboreando a Reed en compañía o en solitario, fui pasando por todas las etapas lógicas, empezando con la archiconocida Walk on the wild side, deteniéndome más tarde en las guitarras de Vicious, Sweet Jane o Rock and Roll, para recrearme finalmente con Satellite of love, Perfect Day, etc.

Pero la pasión por un estilo, por un grupo o por un cantante no termina nunca, si es verdadera pasión. Hubo incluso una etapa en la que -y ahora me pongo en plan abuelo cebolleta- me deshice de toda clase de corte y vergüenza y me arrimaba al micro invitada por el cantante de un grupo de música local precisamente cada vez que tocaban en los pubs de la zona cualquier canción de la Velvet -y, tengo que decirlo, Branquias bajo el agua, de Derribos Arias, mi himno esos años-.

A esta siguió la del descubrimiento de que a las buenas bandas les sucede como a los buenos pintores, los buenos directores o los buenos creadores, se cree lo que se cree: tienen un porcentaje de calidad altísimo en el total de lo que sea que hayan pintado, dirigido, creado o compuesto. Nunca se limitan a un solo éxito, nunca... Y no dejo de descubrir, día tras día, canciones que dicen cosas -y qué cosas-. Todo es ir buscando y buscando...

Imagino que el día que llegue a una ciudad a la que adoro sin conocer -aún-, lo haré en solitario, como viene siendo habitual estos años. Llegar sin más compañía que yo misma no es lo mismo que estar allí sola. Es ir a un sitio disfrutando de la soledad del trayecto y, al mismo tiempo, de la emoción del reencuentro. Esa ciudad es París. Para qué nombrar nada concreto, si su sola mención lo dice todo.

En la historia de cada uno de nosotros hay momentos simplemente perfectos, los hayamos vivido o los hayamos disfrutado porque alguien nos los ha contado: en junio de 1990, un junio después del de mi primer beso, Lou Reed se reunió de nuevo -años después-, con John Cale. Lo hicieron por un amigo común -de nuevo la amistad...- Y tocaron en un parque en París, al aire libre, dejando fluir su obra y dejando flipada -imagino- a la gente:



Just a perfect day;
problems all left alone.
weekenders on our own
it's such fun

(Un día perfecto;
olvidándonos de los problemas.
Domingueros de nosotros mismos
es tan divertido)