jueves, 19 de agosto de 2010

La ciudad olía a sol


La ciudad olía a sol. Dos de nosotros, casi desconocidos hasta hacía unas horas. Pero ya sabéis eso que dicen de que la risa es la distancia más corta entre personas. También puede, por contraste, serlo la emoción, ese nudo en la garganta que llegado un punto tiene que estallar, y de qué mejor manera que compartiendo, aunque sea la anécdota de otro, la frase de otro, la vida de otro, la historia de otro.

No sabía que tenía la cabeza tan gordota, ni que era tan corpulento. A su lado, yo más bien aparecí como un junco, de esos que tanto tengo por aquí cerca y que me cruzo y vuelvo a cruzar dos, tres, a veces cuatro veces cada día.

Como la de Hernández, la casa donde habitó don Antonio “Manchado” tenía naturaleza entre piedras, debe de ser que los grandes necesitan verde, necesitan flores. Debe ser que la inspiración viene más cargada y más rica cuando uno asoma mientras escribe y se encuentra hojas, nidos, moscas. Vida.

Dos temblábamos, otro también, aunque lo aparente menos. Y la cuarta, la que a punto estuvo de venir, estuvo  a través de su voz dos minutos justos antes de empezar ese viaje al pasado, a lo bello, a la melancolía que nos pasó volando. Una de las horas más cortas de mi vida.

La guía, embaucándonos, relatando a su vez, sintiéndolo. Y nosotros, como niños pequeñazos, dejándonos llevar.

Y sentir que esa fue la cama, que ese el comedor, esas las ventanas –cuánto pasa ante nuestros ojos tras cada una de las ventanas que hemos conocido, que hemos vivido-. Uno piensa mucho cuando mira a través de esos cristales. Puede estar esperando, o impaciente, o simplemente con la mirada perdida, o feliz, y se inspira, o desespera, o simplemente no siente nada y está.

Y de las primeras cosas que uno hace cuando regresa de un lugar como ese es rebuscar, donde sea, encontrar esas palabras que otros nos dejaron. Como cuando uno conoce a alguien fascinante, y se pierde durante horas queriendo ponerse al día de esa que ha sido su vida hasta antes de conocerlo.

"Tiene el manzano el olor
de su poma,
el eucalipto el aroma
de sus hojas, de su flor
el naranjo la fragancia;
y es del huerto
la elegancia
el ciprés obscuro y yerto"


"Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles como pompas de jabón
"

4 comentarios:

  1. No sabía que tenía la cabeza tan gordota, ni que era tan corpulento Espero que te refieras a Machado... En fins, no digo nada por pura envidia cochina (snif, snif).

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  2. Contigo volví a recordar nuestra visita de hace unos años. Y fue como vivirla otra vez. O mejor. A Machado, sea en Segovia o donde sea, y con cualquier pretexto, hay que volver siempre. Cuando ya nos íbamos, en la librería que hay en la entrada encontré un manual de proyección de cine de los años 40, mira tú.
    Un beso

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  3. Lady, ya vendrán más ocasiones, seguro!

    Daniel, en esa librería no apta para claustrofóbicos nos metimos, y encontramos de casualidad en los estantes de fuera (los de la hucha) "Una princesa en Berlín" que, precisamente habíamos estado comentando la tarde anterior. Uno de mis acompañantes lo compró, claro que sí.

    Y serán casualidades, pero a veces todo parece tener sentido cuando suceden cosas así, ¿verdad?

    Por otra parte, después de la visita al Writers' Museum de Edimburgo (no será necesario decirte a qué escritores se refiere...), a la de Miguel Hernández y a esta, uno de mis objetivos es ir visitando casas-museo de ese estilo. Son los que más me hacen sentir cosas.

    Besetes a los dos

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