lunes, 2 de agosto de 2010

Instrucciones para un doce de junio

 
Todos podemos necesitarlas algún día, eso nunca se sabe. Si no se quiere decir en alto, se puede pensar en tono bajito, solo para nosotros. Creemos tenerlo todo controlado y haberlo alcanzado todo,  llegamos a pensar que nada ni nadie nos pueden hacer desmoronar, qué fuertes nos sentimos. Y entonces va, y algo o alguien hace que nos desmoronemos. Si no existieran esos pinchazos cuando el coche va encarrilado en línea recta, pues no sería la vida, y también sería mala cosa, pues si no es la vida ¿qué otra cosa puede ser?

Hay quien se santigua, quien tiene corazonadas y afirma no fallar nunca, quien usa amuletos, quien cree en ellos,  quien dice que son supersticiones, quienes hacen pequeñas apuestas con ellos mismos (si pasa esto... pasará esto otro; si... saldrá bien...), y los hay que no hacen nada -bueno, sí, burlarse de los que sí lo hacen, que también es hacer, digo yo-. Nadie en cualquier caso se queda de brazos cruzados ante los dilemas y encrucijadas de la vida. Nadie deja de tener incertidumbre ante una señal con cuatro direcciones distintas. Todos dudamos.

Estas dicen que las elaboró el subcomandante Marcos en la selva Lacandona, en Chiapas, México, entre 1984 y 1989, influenciado por Cortázar y dentro de lo que la guerrilla llama "literatura de montaña". (aquí) Hay de todo, para todos, sin necesidad de untarse con excrementos, vestirse de payaso o emborracharse en las tumbas de los antepasados, como aconseja el otro.

PD: Solo advertir que cuando la decisión tenga que ver con otra persona, antes nos pongamos de acuerdo con ella,  no sea que los dos sintamos lo mismo y simplemente lo llamemos de distinto modo... (:P)

Para cambiar el mundo: 
Constrúyase un cielo más bien cóncavo. Píntese de verde o de café, colores terrestres y hermosos. Salpíquese de nubes a discreción. Cuelgue con cuidado una luna llena en occidente, digamos a tres cuartas sobre el horizonte respectivo. Sobre oriente inicie, lentamente, el ascenso de un sol brillante y poderoso. Reúna hombres y mujeres, hábleles despacio y con cariño, ellos empezarán a andar por sí solos. Contemple con amor el mar. Descanse el séptimo día.
  Para olvidar un amor:
Sáquese despacio ese amor que le duele al respirar.
Sacúdalo un poco para que despierte. Lávelo con cuidado, que no quede ni una sola impureza.

Limpio y oloroso proceda a doblarlo tantas veces como sea necesario para tener el tamaño de la uña del dedo gordo del pie derecho. Espere el paso de una hormiga, ser noble y generoso, y pásele la pesada carga. Ella lo llevará a guardar en alguna profunda caverna. Hecho esto, vaya y rellene, por enésima vez, la pipa de tabaco frente al mar de oriente. El olvido llegará conforme se termine el tabaco y el mar se acerque a usted.
Para recuperarlo:
Basta escribir una larga carta hablando de viajes desconocidos, hidras, molinos de viento, oficinas y otros monstruos igualmente terribles. A vuelta de correo tendrá su amor tal y como lo envió, acaso con un poco de polvo y sueño en la cubierta…
Para medir el desamor:
Basta el rencor y, finalmente, no vale la pena.
Para seguir adelante:
Frente a un espejo cualquiera, dese cuenta de que uno no es lo mejor de sí mismo. Pero siempre se puede salvar algo: una uña por ejemplo…
Para nuestra muerte:
Los que ahora dicen -¡Qué malo es!-, dirán entonces -¡Qué bueno era!-. Y nos iremos sonriendo, burlándonos siempre de ellos, es decir, de nosotros.
Para medir el silencio:
Basta con los suspiros. Pero no los cuente, el resultado suele ser desalentador.
Para medir la vida:
Se toma cordel a discreción y se empieza a meter en el bolsillo derecho del pantalón hasta que ocurra una de dos cosas:
a) Que el bolsillo se llene de cordel.
b) Que se canse uno de estar metiendo el cordel en el bolsillo.
Cuando ha ocurrido una de las dos cosas arriba señaladas, o las dos, espere una tarde lluviosa.

Justo cuando la lluvia empiece a titubear en caer o no sobre la tierra, saque el cordel y arrójelo hacia arriba, lo más alto posible, con un elegante ademán de mago y, simultáneamente, murmure las siguientes palabras: “Veo, mido, existo, la vida”. Si se han seguido las instrucciones al pie de la letra, el cordel permanecerá en el aire, suspendido por unos instantes, antes de volver a tierra en un manojo de hilos. Ahí tiene usted la medida de un pedazo de vida. Si no obstante haber seguido las instrucciones, el cordel no responde como arriba indicamos, no se preocupe y pruebe con otro cordel. Sucede que hay cordeles que se niegan, con desconcertante obstinación, a medir la vida de nadie (bastantes problemas tienen con amarrar botas, zapatos y otras cosas absurdas, dicen).
Para despedirse:
No mire hacia atrás.
Suele bastar con eso…
Aquí

P D: esto fue escrito -sin cambiar ni una coma- como pone en el título un doce de junio, antes de conocer muchos resultados; algunos eran realmente importantes, unos quedaron solapados por otros, perdiendo importancia (ya comentaré esto a propósito de Schopenhauer y el libro que ando leyendo a ratos), y el resto, pues bueno, quizá haya estado bien conocerlos en hora.


Feliz verano.

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