viernes, 31 de julio de 2009

Crecer, reír


Una de las personas que más me quieren trata de halagarme diciéndome que es una gran cualidad lo de poner tanto empeño en crecer.

No me halaga -porque yo soy así, desconfiada de lo bueno-, pero me quedo pensando...

Otra persona que también me quiere me repite por carta que le gusta esa capacidad que tengo... de intentar seguir creciendo.

Se me aleja gente por el camino, se me pierde -unos por indiferencia, otros por antipatía, hartazgo, lo que sea...- pero también ellos ayudan a crecer, dejándome al menos el recuerdo de sus réplicas, sus críticas, sus percepciones y sus impresiones generales.

Una se siente impotente. Son adioses dolorosos y algunos entre muchos se sienten como se siente un pinchazo en una rueda de bici, entorpeciendo el avance, haciendo duros y difíciles los siguientes metros.

Pero entonces me viene a la cabeza lo que lleva implícito el proceso de crecer como avance y no tengo más remedio que sorber los mocos y hacer caso a Manolo García:

"Reír, reír, de la risa saqué arrestos,
ánimos y un paso más.
Reír, reír, de la risa saqué fuerza,
que han sido muchos pasos si miro hacia atrás.

Reír, rudimentario cebo,
reír, para usar en los días inhóspitos,

reír, reírse de uno mismo,
cuando empezar el día es subir otro peldaño
de tu escalera hacia el cielo.

(...)

Ya pueden agitarse las ramas del árbol donde vivo

y susurrarme todo es nada.

(...)

Porque el futuro es un bello planeta a visitar en bicicleta"

viernes, 24 de julio de 2009

Un libro...

... me ha atrapado.

Con razón, los hindúes dijeron eso de "Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruído, un corazón que llora".

Si en cualquier época, encontrar uno bueno es de lo mejor que te puede pasar, si tienes esa suerte en una regularcilla, se convierte casi casi en medicina.

Casi siempre viene de forma casual, y sucede como con la gente que vas conociendo y te gusta, y le gustas, que vienen como saliendo a nuestro encuentro... y nosotros al suyo.

Parece que van a aparejados a nuestra cabeza, y así en tiempo próspero, en ese en que nos vemos en sintonía total con lo que sucede en el mundo, y notamos claramente que formamos parte de él, puede darnos por leer aquellos que están en boga, los que todo el mundo lee.

Otros momentos tenemos una sensación rara, como si la demás gente viviera y avanzara, y en cambio nosotros estuviéramos como empozados, tratando de luchar para salir, pero volviéndonos alguna vez abajo de nuevo, sin pretenderlo, pero sucediendo. Entonces, no sé si por asociar buenos recuerdos con títulos y nombres almacenados en carpetas archivadas en nuestra memoria, echamos mano de aquello que nos evoca esas épocas, en las que también sufríamos -es ley de vida eso-, pero con otro tipo de sufrimiento, más por la incerteza, o la ignorancia ante la vida misma, tan atrayente como peligrosamente desconocida, como de color azul marino.

Es un regalo tener buenos profesores en la niñez, y que ya te empiecen a hacer sentir, empezando con el brujo Mangas Anchas, como empezamos muchos, y más tarde, a los quince años, cuando uno ya empieza a apasionarse, que te hagan ellos apasionarte, que logren transmitirte lo que los grandes autores pretendieron con las únicas herramientas del lápiz y el papel -esto es para mí lo más alucinante y maravilloso de todo-.

Y sobre todo, alejarte de prejuicios que relacionan algunos nombres con pestiños, aburrimiento y cansinez, y presentarte primero al autor como ser humano pensante y sintiente ante todo, dejando aparte memorizaciones globales asociados a 98, o 27...

Una vez despojándonos de nuestra piel y circunstancias, hacer una especie de viaje hacia el mundo de cada escritor para sentir -o al menos, intentarlo-, lo que él sentía y por qué lo sentía.

Humanizar esas hojas, personalizar esas tipografías, olvidar clichés, desprendernos de esa capa de barniz simbólico que nos hace ver que un libro es un título, memorizado con un nombre de persona y dos líneas de reseña.

Así, es una gozada - como se goza comiendo, riendo, manchando, siendo lengüeteado- leer. Y hay joyas en las bibliotecas de nuestros padres o hermanos mayores, en ediciones del año de la picor, que nunca han llamado para nada nuestra atención.

Están esperando a que los cojamos y les demos su oportunidad ante nosotros, aunque solo sea para tratar de entender por qué conocemos sus nombres... los suyos y no otros, con tantísimos libros como existen.

Todo esto viene, como comenté al principio, porque el domingo en el Rastro hubiera podido cruzar los ojos con los de alguna otra persona, quizás fijarlos durante esos tres, cuatro segundos cruciales en que ves, sabes, notas, sientes, intuyes, que ese alguien es especial o puede llegar a serlo. Hubiera podido suceder eso, pero no fue precisamente así. Unos gitanos vendían sandías... y ¡libros!. Los regalaban mejor dicho, porque menuda ridiculez de precio, dicho sea de paso.

Y allí, en edición del Club Joven de Bruguera del año 1981, había un libro que conocía, como conocemos casi todos, pero de oídas, de cuentos, de adaptaciones. De un escritor al que conocía por anécdotas jotiles y poco más.

Era Platero y yo, y me he enamorado de él.

Ahora mismo lo estoy saboreando, y en cuanto lo acabe, si me da la vena, escribiré sobre él, sea aquí o sea allá.

sábado, 18 de julio de 2009

Lluvia




El día más lluvioso de su vida solo quería tener algo que hacer con sus manos y agachar su cabeza.
El tacto del pantalón vaquero, con sus decenas de estrías en diagonal, servía como distracción a sus dedos largos y torpes, que repasaban cada una de ellas, unas veces con las yemas y otras con sus uñas mordidas y escasas.

El verano puede ser una estación plena y feliz, o en cambio el conjunto de días seguidos más desolador de todo el año.

La existencia de un joven puede tener horizonte de playas llenas de velas de windsurf, extensiones de balas amarillas -se esté o no en Norteamérica-, o ríos anchos vistos desde pasarelas de madera. Pero sigue siendo verano. Y sigue estando todo muy idealizado, sobre todo si uno tiende a soñar cuando está despierto.

Ese día era verano y pensó que ójala lloviese, ójala pudiese estar en la buhardilla de la casa de sus padres sentado en un rincón y llorando si le daba la gana.

Pero no llovía.

El paisaje estaba horripilantemente quieto, con esa inflexión diaria que es el atardecer con sus naranjas, violetas y amarillos, y los sonidos del verano, adorados por unos y detestados por otros.

No estaba en esa buhardilla, estaba al final de la pasarela, y sentía que su vida era de color amarillo, como el color de los años cincuenta en las pelis americanas.

Ella no tenía rizos dorados, ni llevaba un vestido de niña azul. Más bien era de colores corrientes y neutros. Pero a él le encantaba. En cambio, parecía que a ella no le encantaba él, qué cosas. Y parecía que todas las veces que habían hablado, todos los libros que le había hecho llegar discretamente -con el único fin de que ella leyera lo mismo que él- desaparecían ahora como humo.

A veces el futuro cambia las cosas, a veces todo da un giro inesperado y las historias acaban bien; a veces los chicos sentados y pensativos consiguen lo que quieren.

Y esa lluvia se aleja.

viernes, 10 de julio de 2009

Cansancio

La Tierra

Niño indio, si estás cansado,
tú te acuestas sobre la Tierra,
y lo mismo si estás alegre,
hijo mío, juega con ella...

Se oyen cosas maravillosas
al tambor indio de la Tierra:
se oye el fuego que sube y baja
buscando el cielo, y no sosiega.

Rueda y rueda, se oyen los ríos
en cascadas que no se cuentan.
Se oyen mugir los animales;
se oye el hacha comer la selva.
Se oyen sonar telares indios.
Se oyen trillas, se oyen fiestas.

Donde el indio lo está llamando,
el tambor indio le contesta,
y tañe cerca y tañe lejos,
como el que huye y que regresa...

Todo lo toma, todo lo carga
el lomo santo de la Tierra:
lo que camina, lo que duerme,
lo que retoza y lo que pena;
y lleva vivos y lleva muertos
el tambor indio de la Tierra.

Cuando muera, no llores, hijo:
pecho a pecho ponte con ella,
y si sujetas los alientos
como que todo o nada fueras,
tú escucharás subir su brazo
que me tenía y que me entrega,
y la madre que estaba rota
tú la verás volver entera.

(Gabriela Mistral)

miércoles, 8 de julio de 2009

Abuelos

- Que no beba tanta gaseosa... que no haga tanta burrera a estas horas... dice mi madre al anochecer, cuando se sientan en la mesa de la terraza a hablar sobre la vida.

Y los escuchas reír sin parar, con ganas, con esa risa sanota que tanto me gusta.

Y cuando está enfurruñado con algo le digo siempre:

- Pau, que eres un suertudo, tío, que tienes cuatro abuelos, cuatro ¿sabes la suerte que es tenerlos?

Y parece que entra en razón, y no sé si es consciente, pero la cara que pone es de serlo.

Disfruto enormemente viéndolos juntos, escuchándolos.

Diez meses al año vamos a jugar a una plaza, y lo que son las cosas, justamente allí hay una residencia de ancianos. Las madres muchas veces lo comentamos, qué contraste, esas personas allí tan arrugadas, tan mayores, tan inmóviles, y esos niños correteando a su alrededor.

De vez en cuando se les acerca uno de ellos e interactúan. Me encanta quedarme mirando eso, y sin acercarme demasiado para no distraerlos trato de escuchar de qué hablan.

Cuando nací ya solo me quedaban dos abuelos, y antes de comulgar se me fue uno de ellos. Nunca había tenido demasiado trato no me preguntéis por qué. Cosas de mi madre, supongo, que no querría dar trabajo, molestar, qué sé yo...

Redescubrí a mi abue ya más mayorcita. Con mi hermano Salva, tan payaso o más que yo, le imitábamos a Juan Pardo cantando la canción "Caballo de batalla" con un cojín a modo de cola. Mi abue se moría de la risa. Los domingos nos traía pasteles de merengue a hora de ver a Buster Keaton a las cuatro de la tarde. También nos moríamos de risa con Buster Keaton, vaciando la barca a tacitas, con esa cara de palo...

Era castellana, hablaba mezclando las dos lenguas, a todo el que la conocía le hacía gracia eso.

Murió en casa de mis padres al amanecer. Nunca había tocado a una persona muerta, y ese día lo hice. Seguía con su pijama, claro, esperábamos a los de la funeraria. Y pude estar un ratín con ella mientras.

Para nada nos entristecimos, para nada. Nos dejó sensación de paz. Eso era, paz.

Ah, se llamaba Amelia. Qué cosas (yo sé por qué lo digo).

lunes, 6 de julio de 2009

Seda

Las historias se hacen de días importantes, de hechos importantes, de días relevantes, de hechos relevantes.
En una vida de 30.000 días sólo un puñado de ellos merecen su recuerdo. En días de 24 horas y semanas de siete días, solo unos minutos valen la pena la gran mayoría de veces.

Cuando leo este tipo de novelas basadas en "toda una vida", mi frustración y ansiedad desaparecen mágicamente. Esperar, esperar, esa es la palabra, esa es la clave. Viviendo, escribiendo a mano despacio, hablando menos, caminando más lentamente de lo que es habitual en uno.

Ver la vida como algo más largo de lo que pensamos, aunque tengamos la sensación de estar tocando fondo, de ese "no tengo remedio", de ese "no tiene remedio".

Lo que sea para uno llegará si es que ha de llegar, sin forzar, sólamente esperando, respirando más profundamente, hablando menos, contando menos cosas tontas, la mayoría de veces intrascendentes e innecesarias.

Con paciencia.

Baldabiou siguió escuchando, en silencio, hasta el final, hasta el tren de Eberfeld.
No pensaba en nada.
Escuchaba.

Le hizo daño oír, al final, cómo Hervé Joncour decía en voz baja:

-Ni siquiera llegué a oír nunca su voz.
Y al cabo de un momento:

-Es un dolor extraño.

En voz baja

-Morir de nostalgia por algo que no vivirás nunca.

sábado, 4 de julio de 2009

Palabras borrosas

¿Qué imagen transmitimos a los demás? ¿Por qué actuamos torpemente ante algunas personas vez tras vez, quedándonos con la sensación de haber metido la pata y haber sido desafortunados con nuestros comentarios? ¿Por qué en cambio con otras personas siempre parece que damos la talla? ¿Es la opinión que creemos que tiene de nosotros nuestro interlocutor la que determina la sensación que nos produce la interacción con esa persona? ¿Por qué ante determinada gente estamos en nuestra salsa (no hablo de un face to face, sino de un grupo), y ante otros nos sentimos como adolescentes patosos que no saben qué decir? Y sobre la química... ¿no se supone que es algo entre dos? ¿y qué pasa cuando sólo hay en una sola dirección? ¿es menos química esa?

Si una imagen vale más que mil palabras... ¿puede esa imagen valer más que un trillón de letras entremezcladas? Se me hace difícil pensar eso, y sin embargo todavía me viene a la mente mi amiga "la ligona", con la boca siempre cerrada, y a ese noviete que tuvo un verano confesándome que no le molestaba mi presencia (ese verano hice de farol, sí :$), sino más bien al contrario, que prefería que estuviera yo para poder hablar (sic).

Sí, muy guay todo, pero en ese caso la imagen tuvo más valor que todas mis palabras (hay que joderse cómo se nos quedan algunas cosas grabadas). Mucha belleza interior, pero creo que esa solo se aprecia cuando maduras, no antes.

Y es mejor que ahora calle :D.

No hay espejo que mejor refleje la imagen del hombre que sus palabras
(Joan Lluís Vives)

jueves, 2 de julio de 2009

Una mirada tendiendo a infinito

Necesito sentarme en el suelo, en un lugar donde, mire hacia donde mire, haya al menos cincuenta metros sin nada.

Los agricultores son el colectivo con menos incidencia de miopía. Porque miran a lo lejos, porque sus miradas tienden a infinito, y de hecho, mirar a los pájaros es un buen ejercicio para la vista, si no para mejorarla (que puede que también), al menos para relajarla y no dejar que se vicie de mirar siempre de cerca.

Necesito también una velada que no sea alrededor de una mesa, ni en una terraza, ni en una cama...

Sentarme en el suelo, y, a falta de una armónica, escuchar al menos una guitarra.

No me importaría oír solamente otra voz aparte de la mía. Parece que, poco a poco, voy tomando conciencia de que eso de "cuantos más, mejor", no siempre es así, no tiene por qué serlo,y aunque para mí siempre fue mejor que hubieran diez a tres, ahora no me importaría...

... y pensándolo bien, tampoco importa demasiado si no hay guitarra.