Anoche me volvió a dar un vuelco algo dentro. Estaba hablando -como todas las noches- con mi amigo, y llegó un punto en que la conversación se amargó un poco. No es que me dijera algo que desconociera, es sólo que siempre era yo la que hablaba de ello, y esta vez fue él.
Hablábamos de distancias, de emociones, de todo junto. Y de que, inevitablemente, todo llega un día en que termina, y aunque lo tengamos asumido, se me hace muy cuesta arriba pensarlo.
Hablo ahora de esos puntitos de inflexión en que ves que ha llegado la hora de partir. Que ya está todo el pescado vendido, como aquel que dice, y que la goma no puede alargarse más aún sin romperse. Y ves que ya los caminos van divergiendo, cada día unos milímetros más, uno más hacia el norte y otro hacia el sur... o el este.
¿Y qué hacemos entonces? puedes hablar con alguien a diario, sea por la vía que sea, y notar cómo cada nuevo acercamiento termina alejando un poquito más. ¿Debería ser al contrario? puede que sí, pero algunas veces es que no. ¿Y qué podemos hacer? Nada.
No sé qué piensa el resto de la gente de esto. No ubico si fue en una entrada, en un comentario o dónde, pero leí a A través del Espejo explicar que al finalizar cada encuentro con una persona, algo cambia, tanto en la visión que tenemos uno del otro como en la esencia de la relación. No por más frecuencia en la comunicación se llega a profundizar más en la misma. Incluso muchas veces sucede precisamente al contrario, y cuelgas el fono, das al aspa del msn o chat o te das los dos besos de despedida de rigor sabiendo que algo ha cambiado. Y no sabes qué ni por qué, pero así lo sientes.
La distancia física es tremenda, pero la emocional es dolorosísima.
Puntos álgidos los hay en muchas etapas vitales y diarias. Toda banda tiene un disco que los consagra, y está más leído que un tebeo que lo difícil no es alcanzar la fama, sino mantenerla. Después de cada excitación y estimulación llega un gran orgasmo, que tan pronto te viene como, a medida que transcurren esos quince, veinte segundos, ya lo estás echando de menos.
Luego está la dulzura de los reencuentros, que no serían tales sin sus contrarios, los alejamientos; como tampoco apreciaríamos los momentos buenos sin los peores.
Pero el poso triste lo deja ese punto en que ves que la cosa no da más de sí, y te despides siendo consciente de que lo mejor ya pasó y, evidentemente, en el mejor de los casos puede que se mantenga en línea recta, pero en el peor puede que vaya cayendo en diagonal, muy lentamente, pero cayendo hasta desaparecer.
En muchas de esas despedidas rutinarias me viene a la cabeza que la última también será así. Colgaré, cerraré, daré los dos besos, y puede que ya no nos busquemos más. De alguna manera acaban las cosas ¿no?
Porque ¿de qué otra forma si no desaparecen los afectos?
Mi amigo dijo concretamente que nuestra amistad moriría de frustración.
Hablábamos de distancias, de emociones, de todo junto. Y de que, inevitablemente, todo llega un día en que termina, y aunque lo tengamos asumido, se me hace muy cuesta arriba pensarlo.
Hablo ahora de esos puntitos de inflexión en que ves que ha llegado la hora de partir. Que ya está todo el pescado vendido, como aquel que dice, y que la goma no puede alargarse más aún sin romperse. Y ves que ya los caminos van divergiendo, cada día unos milímetros más, uno más hacia el norte y otro hacia el sur... o el este.
¿Y qué hacemos entonces? puedes hablar con alguien a diario, sea por la vía que sea, y notar cómo cada nuevo acercamiento termina alejando un poquito más. ¿Debería ser al contrario? puede que sí, pero algunas veces es que no. ¿Y qué podemos hacer? Nada.
No sé qué piensa el resto de la gente de esto. No ubico si fue en una entrada, en un comentario o dónde, pero leí a A través del Espejo explicar que al finalizar cada encuentro con una persona, algo cambia, tanto en la visión que tenemos uno del otro como en la esencia de la relación. No por más frecuencia en la comunicación se llega a profundizar más en la misma. Incluso muchas veces sucede precisamente al contrario, y cuelgas el fono, das al aspa del msn o chat o te das los dos besos de despedida de rigor sabiendo que algo ha cambiado. Y no sabes qué ni por qué, pero así lo sientes.
La distancia física es tremenda, pero la emocional es dolorosísima.
Puntos álgidos los hay en muchas etapas vitales y diarias. Toda banda tiene un disco que los consagra, y está más leído que un tebeo que lo difícil no es alcanzar la fama, sino mantenerla. Después de cada excitación y estimulación llega un gran orgasmo, que tan pronto te viene como, a medida que transcurren esos quince, veinte segundos, ya lo estás echando de menos.
Luego está la dulzura de los reencuentros, que no serían tales sin sus contrarios, los alejamientos; como tampoco apreciaríamos los momentos buenos sin los peores.
Pero el poso triste lo deja ese punto en que ves que la cosa no da más de sí, y te despides siendo consciente de que lo mejor ya pasó y, evidentemente, en el mejor de los casos puede que se mantenga en línea recta, pero en el peor puede que vaya cayendo en diagonal, muy lentamente, pero cayendo hasta desaparecer.
En muchas de esas despedidas rutinarias me viene a la cabeza que la última también será así. Colgaré, cerraré, daré los dos besos, y puede que ya no nos busquemos más. De alguna manera acaban las cosas ¿no?
Porque ¿de qué otra forma si no desaparecen los afectos?
Mi amigo dijo concretamente que nuestra amistad moriría de frustración.