sábado, 6 de marzo de 2010

Un papel arrugado

 
La poesía es para mí buen tiempo, ausencia de nubes amenazadoras y oscuras, brisa más bien cálida. Seguramente en el Instituto daríamos poesía durante todo el curso, o al menos cuando tocaba, y sin embargo... ¿cómo es que la recuerdo llegando el buen tiempo? Por San José la panza se encogía de tanto cosquilleo, abandonábamos las camisetas interiores de manga larga y dejábamos asomar más el cuello. Pedíamos que nos cortaran el pelo de modo tal que desvelara la nuca, y el sol lo aclaraba. Se podía estar al fresco sin sentir frío, y cuando caminabas por la calle notabas esa sensación tan placentera de la temperatura perfecta, la misma que animaba a sacar las sillas a la calle y hacer tertulia. Entre clases -o en vez de clases- caminábamos unos doscientos metros hacia los primeros huertos de naranjos, nos sentábamos en los márgenes de los caminos y nos comíamos alguna. Al terminar, limpiábamos nuestras manos con los agrets, y mientras, hablábamos de lo que estaba por venir, ya que claro, a esas edades, todo está por venir porque nada ha llegado aún.

De Cernuda me quedó el tremendo romanticismo, quizás demasiado tremendo, precisamente. También el esfuerzo de desgranar verso a verso su largo Luis de Baviera escucha Lohengrin. De Miguel Hernández la enorme sensibilidad, y de Machado, la melancolía.

La poesía, "una honda palpitación del espíritu", es la expresión íntima del sentimiento personal del poeta, pero, aunque íntima, pretende ser universal: es "el diálogo del hombre, de un hombre, con su tiempo". La poesía es un diálogo de un hombre con el tiempo de cada uno. El poeta pretende eternizar ese tiempo objetivo para que permanezca vivo el tiempo psíquico del poeta, para que sea universal.(...) La poesía debe hablar con el corazón.

Leí algo sobre su vida este verano a propósito de una foto que me recordó a él. Entendí el por qué de esa melancolía. Y a veces sucede que uno lee algo y lo hace con tanto interés, poniéndole tanto cariño a esa lectura que, cuando llegas al final, y más cuando ese final es precisamente el final de la vida de una persona, te entran ganas de llorar. A mí me sucedió al leer lo que ponía el papel arrugado que encontró su hermano José en su abrigo, después de morir. Estaba escrito a lápiz:

Estos días azules y este sol de la infancia

3 comentarios:

  1. Ay, Majo!!
    En vez de comentario, te dejo una entrada en mi blog.

    Al tiempo.

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  2. ¿Sabes? Hay entradas que me llegan muy hondo, ésta es una de ellas. Quizá sería largo de explicar y, además, para qué.
    Un beso.

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  3. Qué curioso, a mí me pasa al contrario!
    Asocio la poesía al invierno, a días nublados, tristes, fríos, y a la vez vistos desde el otro lado de la ventana junto a la calefacción, a un rollito más Espronceda que Machado.

    Besitos!

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