(León Tolstoi descansando en el bosque, 1891, Ylia Yefimovich Repin)
Pese a las recomendaciones de dos de mis mejores amigos, y por una serie de circunstancias -las más importantes, el pasadísimo-por-agua otoño y el crudo invierno-, solamente leí las primeras páginas de "El maestro y Margarita". Esto, unido a las reticencias que tengo a la hora de enfrentarme a tochos como Ana Karenina o Guerra y Paz, han hecho que la literatura rusa y yo no nos conozcamos todavía.
Pero siempre hay un día en que una reseña logra darte el empujoncillo que te hace meterte en jardines desconocidos, y las ganas de retomar un club de lectura en el que hace mucho que no participo, unidas a la brevedad del libro, hicieron que el domingo por la tarde disfrutara, en mi recién "reestrenada" hamaca, de una sobremesa de primavera como toca: siestecilla en el sofá y lectura de libro en el patio. Bueno, lo del patio es una gozada, lo he dicho siempre que he hablado de mi casa, pero es que es algo a lo que tenía tantas ganas que aún no me creo que tenga uno, con sus macetitas -que no cuido hasta allá :$-, su sol, su resol, y la música de los pajarillos -lo más-...
En fin, que al mínimo quec me pierdo en divagaciones...; vine a hablar de un libro, que por la gracia de Internet podéis leer aquí si os apetece: La muerte de Ivan Ilich (León Tolstoi).
Y ya no sé si es casualidad o qué que precisamente esta semana pasada me hablaron de la muerte, y, como sucede a veces, fue uno de esos momentos en los que piensas: mare meua, yo también he pensado bastante en ella estos días; no sé si por ir hace nada a un tanatorio, o por ver tanto cine español -que también :P-.
Aquí se nos muestra de manera angustiosísima lo que en sí es la muerte para un vivo: un absurdo final inevitable, una excusa para reflexionar sobre qué fue la vida y, también por qué fue, y, sobre todo, algo que normalmente sucede a otros. Y es en este aspecto donde el libro se aleja de lo que conocí hasta ahora.
Lo habitual es que se nos cuente la vida y obra de cualquier personaje y se nos narre la muerte como broche final, sin más. Siempre la cuentan los demás, los que la lloran, los que añoran al que se fue, los que creyeron conocerlo. O leerla en cualquier entrada de enciclopedia en forma de fecha que se añade al principio de una biografía, acompañando a la otra fecha en que se nació.
En el caso de Ivan Ilich, se nos narra el desespero de alguien que sabe en todo momento que se está muriendo, y se le hace completamente insoportable el detalle de que para los demás, para los que lo rodean, es otro el que muere. Ser tan consciente de ello le hace rebelarse emocionalmente. Y sufrir demasiado.
Busco una imagen para esta entrada y encuentro, aparte, un texto muy interesante. No tiene desperdicio por tener que ver, otra vez, con la muerte:
No sé si todo el mundo piensa tanto en ella, si la ve como algo tan presente. Tampoco sé si a todos asusta, o si es más el desasosiego por dejar "desamparados" -aunque el cementerio esté lleno de gente que era imprescindible- a nuestros hijos, a nuestras parejas, familia... o el miedo por no ser ya nunca más, por nosotros mismos y nuestra desaparición tajante. Hay quien teme al dolor físico, otros temen que no se les recuerde.
Casi todos los escritores han escrito sobre ella; de pocos temas se ha escrito más sin conocerlo de primera mano, y pondría la mano en el fuego a que ninguno de nosotros vive ajeno a ella (nótese la ironía).
En fin, que al mínimo quec me pierdo en divagaciones...; vine a hablar de un libro, que por la gracia de Internet podéis leer aquí si os apetece: La muerte de Ivan Ilich (León Tolstoi).
Y ya no sé si es casualidad o qué que precisamente esta semana pasada me hablaron de la muerte, y, como sucede a veces, fue uno de esos momentos en los que piensas: mare meua, yo también he pensado bastante en ella estos días; no sé si por ir hace nada a un tanatorio, o por ver tanto cine español -que también :P-.
Aquí se nos muestra de manera angustiosísima lo que en sí es la muerte para un vivo: un absurdo final inevitable, una excusa para reflexionar sobre qué fue la vida y, también por qué fue, y, sobre todo, algo que normalmente sucede a otros. Y es en este aspecto donde el libro se aleja de lo que conocí hasta ahora.
Lo habitual es que se nos cuente la vida y obra de cualquier personaje y se nos narre la muerte como broche final, sin más. Siempre la cuentan los demás, los que la lloran, los que añoran al que se fue, los que creyeron conocerlo. O leerla en cualquier entrada de enciclopedia en forma de fecha que se añade al principio de una biografía, acompañando a la otra fecha en que se nació.
En el caso de Ivan Ilich, se nos narra el desespero de alguien que sabe en todo momento que se está muriendo, y se le hace completamente insoportable el detalle de que para los demás, para los que lo rodean, es otro el que muere. Ser tan consciente de ello le hace rebelarse emocionalmente. Y sufrir demasiado.
Busco una imagen para esta entrada y encuentro, aparte, un texto muy interesante. No tiene desperdicio por tener que ver, otra vez, con la muerte:
El amanecer del 28 de octubre de 1910, en pleno invierno ruso, León Tolstoi decidió alejarse definitivamente de su hogar, sin que nadie lo viera… antes le escribió una carta a su esposa Sofía:
“No puedo seguir viviendo en el lujo, y hago lo que los viejos de mi edad hacen generalmente, abandonar el mundo para vivir sus últimos momentos en la soledad y el silencio. Te agradezco los 48 años de vida honesta que has pasado conmigo, y te ruego me perdones todo el mal que te he hecho, como yo te perdono el que me has hecho tú”.
Con la intención de establecerse en el soleado Cáucaso y reencontrarse con los compañeros libres de su juventud, tomó el tren con dirección a las estepas… pero en el camino se enfermó de neumonía en el tren que lo llevaba, por lo que tuvo que quedarse en la pequeña estación de Astapovo. La fiebre lo consumía, su corazón latía irregularmente, ya no soportaba los fuertes dolores de cabeza y la ardiente sed que lo debilitaba… en esa agonía estuvo una semana.
Y así es como murió León Tolstoi, un 7 de noviembre de 1910, a los 82 años. Sus restos están enterrados en Iasnaia Poliana, en un claro, en aquel lugar donde su hermano Nicolás escondió durante su juventud el pequeño palo verde, talismán del amor, la armonía y la felicidad eternas.
No sé si todo el mundo piensa tanto en ella, si la ve como algo tan presente. Tampoco sé si a todos asusta, o si es más el desasosiego por dejar "desamparados" -aunque el cementerio esté lleno de gente que era imprescindible- a nuestros hijos, a nuestras parejas, familia... o el miedo por no ser ya nunca más, por nosotros mismos y nuestra desaparición tajante. Hay quien teme al dolor físico, otros temen que no se les recuerde.
Casi todos los escritores han escrito sobre ella; de pocos temas se ha escrito más sin conocerlo de primera mano, y pondría la mano en el fuego a que ninguno de nosotros vive ajeno a ella (nótese la ironía).
Me gustó mucho, pero mucho mucho -no sé si queda claro- esta entrada. Me va a costar un mundo reprimir por unas horas las ganas de volver a leer el relato de Tolstoi: la primera vez me envolvió con la melancolía y el desamparo, por la memoria de lo vivido y por el abismo de la sin memoria que dejamos atrás; y luego me cobijó la compañía de Tolstoi que lo pensó por mí, por nosotros. Gracias por este texto tan hermoso. Quien sabe sentir, sabe decir, que decía el otro.
ResponderEliminarEstupenda entrada. Tampoco soy un experto en literatura rusa. La que conoce bastante al respecto es Carmen, mi chica. A mí me gusta mucho Chéjov. Mucho. Y Navokov. Pero tampoco me he enfrentado a los "tochos" rusos. Tu texto empuja a que lo haga. Un saludo.
ResponderEliminar(el macho-somnífero muchas veces sólo habla. Otras veces, se le va la fuerza por la boca. Que no es lo mismo.
Estupenda entrada, sí señor; la he leído un par de veces.
ResponderEliminarEse relato de Tolstoi es estremecedor... y te aconsejo darle otra oportunidad a Bulgakov, es de apariencia árida, un monte que cuesta escalar, pero la vista desde la cima es impresionante; y va ganando en el recuerdo.
A mí la muerte no me asusta; me asustan las arañas, el no llegar a fin de mes, las rotondas, el silencio cuando es absoluto... la muerte me aterra, me llena de un vacío enorme, como si un agujero negro se abrise en mi frente y comenzase a tragarse todo lo que me rodea y conozco; es un tema en el que odio pensar y del que no puedo evitar despegarme... y, de hecho, es el tema central del libro que he escrito (por ahora, y me temo que por bastante, impublicado...)
Sigo manteniendo que tu entrada es estupenda... pero me da escalofríos volver a ella. ;)
Yo también empecé a leer El maestro y Margarita pero no pasé de las primeras páginas, no porque no me gustara, sino porque lo dejé sobre una mesa y ahí se quedó durante un tiempo. Algún día volveré a él. Me llamó mucho la atención.
ResponderEliminarSobre Tolstoi leí hace un tiempo la historia de la varita verde, aquí, en un blog que te recomiendo. Sus entradas, como las tuyas, suelen ser muy interesantes.
Besos!
Al leer a Blanco, me acordé que de que había leído "Lolita", hace ya muchos años, pero asociaba a Nabokov con literatura norteamericana. Gracias por el apunte pues.
ResponderEliminarLo que dices, Daniel, de que "él lo pensó por nosotros", es lo que parece darse en la gente que escribe tan bien, pienso yo. Me pasó mucho todas las veces que leí a Zweig. Esa empatía no es normal (jeje, usé la palabra "normal" ahora).
Eligio, atácale. Encima, tú partes con ventaja, sabes mucho sobre comportamiento, será un placer leerlo y tener el libro en casa y pensar: "a este chico lo conozco". Qué sensación tan chula. Venga, no dudes y hazlo :)
Míster, estoy leyendo ese blog estos días, muchísimas gracias por traérmelo. Tendremos que plantearnos darle otra oportunidad a Bulgákov, todos cuentan maravillas.
(Escribo a salto de mata porque estoy en el trabajo, tendréis que disculparme)
Besazos
Gracias por los ánimos ;)
ResponderEliminarGracias por tu reflexión e intenta vivir con tus miedos, permíteles que te acompañen pero que no te enturbien la mirada
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