martes, 11 de mayo de 2010

Suave terciopelo


Puede que lo haya contado demasiadas veces, pero pienso que a veces uno define un gusto que lo va a acompañar durante toda su vida en un solo segundo o en unos pocos minutos. Así pasé de ser fan absoluta a los once, doce años de los Hombres G -como todas esos años-, a verme una noche de junio bajo las estrellas y el cielo violáceo siendo besada por primera vez mientras escuchábamos Heroin. La canción no fue esa por casualidad; era importante para el chico, y escucharlo con tanta pasión hablarme de ella -aunque lo que quería era llevarme al huerto, y nunca mejor dicho-, me permitió al menos acercarme a ese señor impreso en una portada con aspecto fantasmagórico que, resguardado por una caja de plástico mate de tanto ir y venir, formaba parte del paisaje del cuarto de mis hermanos.



Investigué sobre esa canción, Heroin, sabiendo ya esos días que a partir de esa noche de primeros de verano formaría parte para siempre jamás de mi vida y mis recuerdos, que siempre estaría en mi banda sonora. Y a medida que me fui adentrando en ese universo de blue notes, vanguardia y Nueva York, saboreando a Reed en compañía o en solitario, fui pasando por todas las etapas lógicas, empezando con la archiconocida Walk on the wild side, deteniéndome más tarde en las guitarras de Vicious, Sweet Jane o Rock and Roll, para recrearme finalmente con Satellite of love, Perfect Day, etc.

Pero la pasión por un estilo, por un grupo o por un cantante no termina nunca, si es verdadera pasión. Hubo incluso una etapa en la que -y ahora me pongo en plan abuelo cebolleta- me deshice de toda clase de corte y vergüenza y me arrimaba al micro invitada por el cantante de un grupo de música local precisamente cada vez que tocaban en los pubs de la zona cualquier canción de la Velvet -y, tengo que decirlo, Branquias bajo el agua, de Derribos Arias, mi himno esos años-.

A esta siguió la del descubrimiento de que a las buenas bandas les sucede como a los buenos pintores, los buenos directores o los buenos creadores, se cree lo que se cree: tienen un porcentaje de calidad altísimo en el total de lo que sea que hayan pintado, dirigido, creado o compuesto. Nunca se limitan a un solo éxito, nunca... Y no dejo de descubrir, día tras día, canciones que dicen cosas -y qué cosas-. Todo es ir buscando y buscando...

Imagino que el día que llegue a una ciudad a la que adoro sin conocer -aún-, lo haré en solitario, como viene siendo habitual estos años. Llegar sin más compañía que yo misma no es lo mismo que estar allí sola. Es ir a un sitio disfrutando de la soledad del trayecto y, al mismo tiempo, de la emoción del reencuentro. Esa ciudad es París. Para qué nombrar nada concreto, si su sola mención lo dice todo.

En la historia de cada uno de nosotros hay momentos simplemente perfectos, los hayamos vivido o los hayamos disfrutado porque alguien nos los ha contado: en junio de 1990, un junio después del de mi primer beso, Lou Reed se reunió de nuevo -años después-, con John Cale. Lo hicieron por un amigo común -de nuevo la amistad...- Y tocaron en un parque en París, al aire libre, dejando fluir su obra y dejando flipada -imagino- a la gente:



Just a perfect day;
problems all left alone.
weekenders on our own
it's such fun

(Un día perfecto;
olvidándonos de los problemas.
Domingueros de nosotros mismos
es tan divertido)

2 comentarios:

  1. Me gusta mucho cómo evocas (o resucitas o revives) las canciones de tu vida. Esta entrada me resultó especialmente cálida. Mira por dónde, las últimas semanas escuché a menudo en el coche -yendo o viniendo del trabajo- las canciones de la Velvet. Y hoy empezaré con ellas otra vez.

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  2. Holita, Daniel :). Yo encantada de que te guste, aunque soy mi peor juez y considero que soy muuuy repetitiva, jeje. Pero bueno, es mi sitio ¿no? así que si no lo hago aquí...

    En goear había puesto la original de la Velvet, pero para ser más fiel a mi recuerdo, la acabo de cambiar a la versión del Rock'n'Roll Animal, que es la primera que escuché.

    Bicos e apertas...

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