jueves, 3 de junio de 2010

Todos los océanos de este mundo




Cuando se viene a filmar a sitios poco conocidos en el cine, pequeños o menos pequeños, se arma un revuelo inmenso. El primero que hubo aquí -que yo recuerde-  fue "El árbol de las cerezas". El último, "Amanecer de un sueño". Y entre medias, "Son de mar".

Pude ir un domingo al set de filmación porque, casualidades de la vida, mi padre se encargaba del mantenimiento del enorme jardín del chalet que aparece en la película. Por supuesto, esa tarde no había nadie allí. Fuera, en los laberintos de calles que suben al Montgó, los domingos por la tarde no es raro ver curiosos que se acercan a ver cómo viven los ricos. Riqueza como la que se nos enseña en la peli: ostentosa, exagerada,  incluso insultante.

No sé por qué tardé tanto en verla, pero ahora que acabo de hacerlo, pienso que ha sucedido en el momento adecuado. No sé si nueve, siete o cinco años antes hubiera podido entender tan bien la fascinación que puede causar una personalidad como la de Ulises -este y aquel-, y en cualquier caso, me encanta que una parte de mí quede tan bien fotografiada para que los que no la conocéis podáis sentir desde vuestras casas el murmullo de la lonja, la brisilla, otras gaviotas, el olor salado y el ambiente de los pueblos con mar que, para muchos de nosotros, son un ideal al que regresar aún no habiendo estado nunca antes: una Ítaca.

La reseña de la novela, escrita por Manuel Vicent, dice así:

Según el manual de la resurrección, el primer requisito que se exige para resucitar es estar vivo, aunque la vida te sumerja cada día en la profundidad de los mares (...); siempre habrá algún amante que te llame desde cualquier orilla y tú tendrás la necesidad de volver a ella.

Y podemos enlazar varios de estos océanos románticos, igual que ellos mismos se unen y enroscan entre sí formando una masa continuada de agua sobre el mundo, como los océanos de tiempo que cruzó Drácula para reencontrarse con Mina, como el mismo mar que se cruzó en La Odisea, bello, atrayente, peligroso:

Entretanto la sólida nave en su curso ligero se enfrentó a las Sirenas: un soplo feliz la impelía mas de pronto cesó aquella brisa, una calma profunda se sintió alrededor: algún dios alisaba las olas. Levantáronse entonces mis hombres, plegaron la vela, la dejaron caer al fondo del barco y, sentándose al remo, blanqueaban de espumas el mar con las palas pulidas.

PD: Quise ver Océanos antes de publicar esto, pese a llevar escrito muchos días. El azar -descargas fallidas- impidió que pudiera hacerlo, pese a hacerme muchísima ilusión por la apasionada recomendación de alguien que me apasiona a su vez. Dicen que cuando el sabio señala la luna, el tonto mira el dedo. Debo ser tonta. Hace relativamente poco,  ese alguien me explicó -mientras con su dedo silueteaba la figura de una ballena jorobada-, cómo eran, cómo vivían, por qué eran distintas y por qué le fascinaban tanto. Yo no podía dejar de mirar el dedo :$.

Marchamos en un mar de incertidumbres a través de archipiélagos de certezas
(Edgar Morin)

3 comentarios:

  1. No me quisiera acostar sin volcarme en cierto modo a través de estas palabras echadas al mar.

    Seguramente me venza la sensatez mucho más prosaica que acumula el paso de los años. Quizás nos ocurre a todos. Quizás nos ocurra.

    Mientras ese tiempo pueda llegar yo me entrego a las olas, en el sentido literal de tomar aliento y sumergirme.
    Acepto de buen grado el juicio de los expertos que entienden esa actitud como un rasgo pueril, pues no es ni más ni menos que eso.

    Ante el Mar unos ven a Dios, otros a la Madre, otros a la Muerte.
    Yo veo el sitio de mi recreo.

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  2. No es una entrada para opinar, sólo para decir qué rebonico te ha quedado :)

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  3. Últimamente todo es incertidumbre...

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