lunes, 28 de noviembre de 2011

Como otro laberinto de espejos


Hablé una vez de dos álguienes fascinantes: fue en otro tiempo, con otras preocupaciones que ahora me suenan a leves. Fue aquí.

Existe en mi vida un especial simbolismo con el espejo. La primera Navidad sola en muchos años desempaqué cajas, cajas y más cajas como muñecas rusas... para ver que alguien me regalaba a mí misma enmarcada en un cuadrín de plata y concha de 5x5cm, con una nota que decía algo así como que lo que se me regalaba era mi presencia. Contradictorio, ¿no? pero lógico. No es que fuese transparente para los demás, es que lo era para mí misma; incapaz de verme, existiendo solamente a través de los comentarios y la simpatía de la gente que había ido conociendo. Triste, seguro. Puede que si quisiese escarbar en eso fuese solo el resultado de ir creciendo "ya mayor", como dijo mi madre, de "ir sola" por el mundo, de "no necesitar" que nadie me dijera nada ni me pusiese pautas, porque yo, ya de pequeñaja las seguía con mi sentido común adulto atrapado en un cuerpo de siete años.

Conservo todavía ese espejo, y nunca me reflejo en él, desobedeciendo las instrucciones que me dio el regalante. "Conócete a ti misma". Me vi aquel día a trozos pequeños: ahora un cuarto de frente, ahora un trozo de labio, luego un ojo...  y advertí que nunca me había mirado.

Esa persona que amé y me amó, a quien ayudé y a su vez me ayudó, que quiero y me quiere, tenía especial fijación por la metáfora del océano transformado en gran espejo. Le gustaba jugar y atravesarlo. Libre. Nuestra separación fue traumática y limpia como una mutilación, como debería siempre ser; sin mortificar despellejando. Ese modo de irnos el uno del otro, de separarnos física y emocionalmente, fue lo que no dio pie nunca al aborrecimiento, por ninguna de las dos partes. Y el respeto y admiración -lo más importante entre personas- sigue intacto, puro. Sin un solo reproche porque no hubo ni una sola mentira.

Algunos ratos disfruto desempolvando a Borges; me pregunto por qué y cómo alguien ciego es capaz de hablar una y otra vez de imágenes, de espejos. Asimilar nuestros proyectos frustrados, las ilusiones echadas a perder -"Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos"-. En esos momentos soy como el laberinto extremo, el límite de la desesperación. "La víctima siempre en el centro del horizonte y un número infinito de alternativas".

El laberinto atrayente, atrapante, pegajoso y adictivo que conduce siempre al mismo sitio. Ciclos... que al final concluyen en demasiada incertidumbre, desesperanza y angustia vital, porque esa no-salida carece de final feliz, y el paso del tiempo solamente la va afeando. "Estoy solo y no hay nadie en el espejo". ¿Puede haber más tristeza?

Pero buenas noticias :): el paso de estos años me ha hecho inclinarme más hacia Cortázar. Pese a lo vivido y lo oído. No murió del todo el ese romántico. Entonces subo hacia arriba desde el fondo del océano; respiro mal y por segundos pienso que me ahogo, pero termino saliendo del agua. Cojo aire y vuelvo a sentirme feliz. "Ven a dormir conmigo esta noche. No haremos el amor, él nos hará".

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Te apetece aportar algo?