miércoles, 24 de agosto de 2011

Divina vesperam y odiseas espaciales


En la tarde más bonita de aquel verano tocaste mi pelo. Nos pilló el agua finita cayendo del cielo estando en la playa, llenos de arena porque las ganas de sentarnos y hablar nos dieron de repente, y tú en tu coche no llevabas toallas, ni estora, ni nada de nada. También yo solía ser como tú, hasta que me volví constructora de momentos y sueños, llenando mi maletero de objetos porsi, como los llamábamos bromeando.

Te dije la frase que tanto me había gustado de la última maravilla que había visto de Kubrick: “bésame, muchacho, porque no volveremos a vernos”. Pusiste ojos raros, de asustado; todavía no conocías mi faceta peliculera. Te hizo gracia, pero no sé si llegaste a creerme del todo cuando te dije que solo eran frases bonitas de películas, pero que sentía como mías. Debiste pensar tal vez que era un recurso nomás, pero no, no, piensa que salían del mismo lugar que si las hubiera compuesto yo.

A muchos les asustó que tuviera esa juventud tan romántica, tan de color rosa, y mi forma de acariciar cuando amaba: apenas rozando la piel el mínimo posible, en silencio y cuando la persona parecía que dormía. Ahora me importaba bien poco, qué más dará, si uno adora lo que otro aborrece...

Esa tarde nos refugiamos en la primera casita que vimos con un cartel de "se vende/se alquila" colgando. Llegar a ese riurau fue como llegar al hogar, y allí pudimos sentarnos y dejar que parase el tormentón en que se habían convertido aquellas finas gotitas.

Luego, lo bonito se esfumó, como tantas otras veces, y quedamos en no vernos más. Te noté el nudo en la garganta por comprobar que la frase de Kubrick había tenido un algo de premonitoria, dejándonos con una sensación fea, pero a la vez era una despedida con paz, sin lloros, reproches ni excusas como las veces anteriores.

El largo puente en que se convirtieron mis días –nuestros días- hasta que llegó el otoño fue más bien un paseo dulce y reposado, como yendo por un laberinto inglés. Oliendo el camino, sin prisa por encontrar la salida, dejándonos llevar.

Algunas noches tocaba tu cuerpo ausente sin darme cuenta, en sueños. Pensé en la teletransportación de caricias y sensaciones, y en ese duermevela llegabas a estar conmigo allí tumbado, mientras mis dedos esbozaban el recuerdo que tenía de tus formas.

Y Bowie y su "Space Oddity" volvieron a mí. Ya contaré cómo fue...

4 comentarios:

  1. Te gusta mucho la palabra "rozar". Y sus variantes. ¿No?
    Es una linda palabra.
    Un beso.

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  2. Sí!!! es muy sutil :)

    Besos, una alegría leerte por aquí :)

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  3. Que bonito Majo. Me lo he leído como si me tomara una infusión de ternura. Besos.

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