martes, 19 de abril de 2011

Por un camino de piedras amarillas

 
A los que nos gusta escribir, pintar, dibujar, componer... cualquier estímulo nos conduce a una reacción en principio desmesurada si reparamos en la ley de causa-efecto y a que, en principio, una visión, un escalofrío, un aroma o un estremecimiento es un embarullamiento de todas esas cosas juntas y otras más, invisibles pero del todo trascendentales: el dolor, bonito a veces también -se me dijo hace poco que venían bien los períodos feos porque inspiraban, hacían crear, sentir más-; la alegría, que se nos sube por la panza, zarandeando a esos bichejos que viven dentro de nosotros y a los que imaginamos como circulitos con patas, o como patitas unidas a esferas pequeñas...; el calor, que reblandece la piel, nos aplatana, relaja, ralentiza... e incita deseos de tumbarse y nada más, mirando hacia arriba, estirándonos, respirando suave, sosegadamente, haciéndonos un poco más esponjas, un poco menos rígidos; la plenitud, muchas veces de vida corta pero intensa -si se estira en el tiempo acaba desapercibiéndose y formando parte del día... y deja casi de ser plenitud para ser rutina, rutina y nada más (guiño a Poe ;))-; el vacío, esa especie de bola enorme dentro de nosotros, encajada en una zona un poquito más alta que el estómago, y algo más escondida también que el esternón. La bola que causa que el cuerpo quiera enrollarse y algo intente salir por la boca sin conseguirlo, quedándose siempre a medio gas, casi pero no, tratando después de salir por los ojos y, no siéndole suficiente, acaba pariendo por las yemas de los dedos en forma de borradores, de texto plano. Juntando letras, formando palabras, creando frases, redondeando libros.

Es un segundo conduciendo. Alineándose un paisaje agradable, la temperatura perfecta, las perspectivas ante una de las más grandes aventuras en la vida de alguien que ha vivido quizás bien pocas, la ilusión ante lo que va a venir, todo nuevo, gracias en parte a lo que se ha ido, todo viejo. Y una canción, siempre una canción, que pueden ser muchas porque la música es de lo mejor del mundo. Y todo eso mezcladito y bien, me conducen a pensar en un camino de piedras amarillas. No se me ocurre un cuento para ese título, y solo dejo pues que mis manos liberen sentimientos y cosas. :)


2 comentarios:

  1. A mí me inspira mucho más la tranquilidad y el orden que el caos. Cuando me siento bien, estoy cómoda para contar cualquier cosa y escribo tonterías cada pocos días. Cuando algo va mal, no puedo concentrarme en nada.

    Por cierto, al lado de mi casa, hay un camino, no de baldosas, pero sí franqueado por ambos lado por columnas de flores amarillas. :)

    Besitos!

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  2. Hacía tiempo que no leía el blog, sin palabras pegolina.

    Un abrazo majo!!!!

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