lunes, 16 de septiembre de 2013

Volver al monte


Allí estuve, sola en aquella montaña, tras haberme empapado de Krakauer y después de releer y subrayar Walden infinitas veces: al final había conseguido lo que perseguí con auténtica ansiedad desde hacía tres veranos. Aguanté horas sin comer y sin que me bramara el estómago. Conté cincuenta tonalidades de verde y marrón distintas, y aprecié el alivio del agua cuando nos cae de repente después de patear durante horas. Pero también resulta que la soledad y el monte sabemos lo que son capaces de conseguir, y no siempre se está preparado para que de golpe, en ese estado tibio de duermevela causado por el hambre y el cansancio, acabes preguntándote por qué, -si tenían que acabar queriéndonos-, nos habían hecho tantísimo daño durante el costoso proceso. Y volvieron canciones, y volvieron sonrisas olvidadas, y aquello que hubo bueno -que habíamos olvidado que también había sucedido-, también volvió. Pero fue una vuelta tenue, borrosa, y no vino para quedarse, sino para solamente despedirse para siempre de nosotros. Lloramos durante tres días seguidos acurrucados en la tienda de campaña y al cuarto día regresamos al estado placentero que por suerte se había instalado en nuestras vidas. Al poco, leí "el ser humano no tiene problemas psicológicos. Tiene problemas de recuerdos". Será eso, pues.


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