viernes, 20 de junio de 2014

Solamente teníamos que esperar



Avanzando junio tengo por fin las llaves de mi casa. Luminosa, amarilla, de techos altísimos. La nevera baja y llena de cosas, plantas aromáticas en el balcón, y un bañerón.

Entré redonda, y llorando me arrodillé en el suelo: no podía parar, no podía; fuera, una parra.

Se ha llenado la casa de gente, la gata blanca y negra que acabó casi en un contenedor allá en Polop se pasea entusiasmada buscando sol; no ha tardado en adueñarse de un cojín rosa oscuro. Por todos lados huele a romero. Fumamos de nuevo.

Las horas del día se miden según el color del vino y el tiempo por fin pasa suave y despacito. Como bromeamos los amigos de toda la vida del pueblo, llevábamos nada más que 40 años ensayando para llegar hasta aquí. Solamente teníamos que esperar procurando no ser mala gente.

Todavía nos hablamos, todavía nos juntamos. Es casi verano y se presenta gente cuando menos lo esperamos. Con kilos de más y más viajes que contar. Hace tiempo que decidimos no dejar de viajar y marcar chinchetitas en nuestro mapa.

Superamos juntos tantas cosas y tantas idas y vueltas que nos regaló la vida, allá entre montes en aquel hondo caluroso y agobiante.

Nos queremos. Todos. Es una felicidad a los cuarenta reunir gente y quererse aún. Con la que nos ha caído a veces.

La vida parece sonreír por todos lados. Las paredes amarillas huelen a campo. Llegó el sol y vino para quedarse.

viernes, 7 de febrero de 2014

Un trozo de vida


Conocí a un hombre grande que encerraba las palabras escritas en frascos metálicos. Olvidó este hombre que su cabeza corría un serio peligro. Leía una y otra vez lo que alguien -también él mismo- había escrito hacía diez, ocho, cinco, tres años... y donde ahora había frío y distancia absoluta él seguía leyendo calidez y empatía.
Anduvimos juntos un trozo de vida. Llegamos a ser muy buenos amigos. Acabando de borrar mi mundo anterior -de socarrel-, descubrí mis palabras también almacenadas. Las mías con las suyas.
Con el transcurso de los meses, que pasaron luego a ser años, ya solamente ellas existían. En sus frascos metálicos junto con las de otras personas. En mi almacén.

Hace tres días les contaba a unas amigas que en ocasiones detesto seguir aquí. Que al caminar por la calle, al entrar en las tiendas, al cenar en un bar, se sigue viendo a la misma X que fui hace veinte años. Sin evolución, sin cambios, sin mejoras. Como si crecer no hubiese servido de nada.
Hace cinco días tomé la decisión de que no iba a permanecer en el mismo sitio los próximos años. Carlos Fresneda y su "vida simple", me han acabado de abrir los ojos. Al menos ya hay un modo, una lógica a seguir. Administrar los años de ahora. Solamente vivir los años de después.

Por cierto... en un rastro vi sus frascos de metal. Ni siquiera los vendía él. Y no sabes bien cómo me alegré :). Llegué a mi almacén, le di la vuelta como si las paredes fuesen silicona y las palabras que yo misma había guardado se marcharon volando. Como suele suceder siempre.