domingo, 13 de junio de 2010

Cinco en un vagón


Aunque dicen que las mejores cosas llegan sin buscarlas, hay cosas buenas que requieren un esfuerzo, mínimo o máximo. Y vale la pena :).

Siempre me gustaron los anuncios, en la tele y en las revistas -llegué a recortar los que más me llamaban la atención, como sigo haciendo con otros temas-. Viviendo unos años años en los que todo está en Internet, y a mí me sigue gustando archivar recortes de papel en carpesanos. Manías.

Cuando llegaba Navidad podéis imaginar cómo me ilusionaba, esperando esas microhistorias enlazadas con esa música y el efecto que me causaban. Dentro de los grandes anunciantes, la publicidad de Coca-Cola nunca me ha dejado indiferente, y cuando la veo -igual que la de BMW, por ejemplo-, me entran ganas de ser creativa, de haber estudiado -o aprendido- cómo se hace eso, de ser artista, de poder transmitir en pocos minutos tanto tanto...

Bueno, la cuestión es que llevaba años -literal- buscando un anuncio. Ver esta historia por primera vez me marcó, y de qué manera. Resumía un sentimiento que me era tremendamente familiar, y a la vez un poco lejano -aunque más tarde lo recuperé en cierto modo, no todos los fines de semana, sí cada X tiempo- : el de las mejores risas y las mayores anécdotas. Con la mejor gente. Gente con la que uno se cruza y se llega a sentir tanta química que consigue sacar lo mejor de nosotros, regalándonos recuerdos, buenísimos recuerdos. Siempre pensé que la juventud está para ser joven en ella, nada más simple; para aprovechar ese apetito por la vida que solo se tiene -a ese nivel- esos años.  Ójala  que el entusiasmo nos dure, que dure mucho..., que nos continuemos emocionando hasta el último día; que conservemos la cabeza lúcida -no hay cosa peor que morir mientras se está vivo-, que no olvidemos quiénes somos, ni quiénes son; que no perdamos esta memoria que somos nosotros, y con cuya ausencia seríamos solamente un cuerpo.

Eso es lo que a mí me transmitió el chaval que narra esta historia durante esos segundos que concentran tanto: la de ser consciente de estar viviendo algo importante en el preciso momento en que está sucediendo (¿otro Dejà-vu? :P).

Acabo de encontrarlo hace media hora escasa. Seguro que lo recordáis, y si no es así, me gustaría que os encantara tanto como me encantó a mí:


martes, 8 de junio de 2010

Calma


Cinco de la tarde en el invierno mediterráneo. El grupo riendo distendidamente, y todos mirando hacia arriba; unos con gafas de sol, otros desde el resol, sin nada en los ojos.

Y mi amiga me dice: ¿ves esta calma? pues aquí siempre es así...
-Qué gozada, digo yo.

Paseo a lo largo del río, otra vez la misma calma, el mismo cielo, completamente despejado. Los juncos agitándose. Las tarimas de madera de los pescadores, con sus accesos imposibles...

- No te tomes dos cervezas antes de pasar, un día de estos te vas a caer al río...

Patos surcando el agua y picoteando en los trozos de pan duro que mi amigo va tirando aposta, mientras imita su graznido y yo voy grabando con mi cámara.

Siete de la tarde en una primavera ya muy avanzada. Leyendo mis apuntes mientras el grupo de niños juega al fútbol y notando cómo quema el banco de piedra de la plaza. Y esa sensación, esa sensación tan chula de que con toda la confianza del mundo puedes hacer sonar el teléfono de alguien y preguntar cualquier chorradilla informática, dejar líneas perdidas de Msn sin temor a que piensen que hablas sola :P, o enviar un sms vacilando a alguien a quien has visto en persona una sola vez,  pese a no verse, pese a no escribirse, pese a no estar ya en el mismo sitio donde solíamos estar, pese a saber quizás -aunque amarga un poquito reconocerlo-, que seguramente no habrá otro encuentro real. Esa maravilla que es pensar -y lo habré repetido mil veces-, que cuando llegue el verano pueda escaparme un fin de semana largo y haya alguien a quien me ilusione ver y que, al tiempo, se ilusione también por verme. Y ver que puede que haya perdido un año entero de clase por malas entendederas puntuales (para matarme), pero pensar que tampoco acabó el mundo, que ahí queda también toda esa gente, todos esos móviles, esos correos. Y que vendrá otro curso en octubre, y si no puede ser con los mismos, será con otros que también serán gente, móviles y correos.

Y lo más: ese pararse en mitad de una conversación y decir -u oír que te dicen-, "qué bien estamos, ¿verdad?" .

Y mejor que estaremos... Tenemos todo un país por descubrir, a pequeños sorbos, y de verano en verano :)

jueves, 3 de junio de 2010

Todos los océanos de este mundo




Cuando se viene a filmar a sitios poco conocidos en el cine, pequeños o menos pequeños, se arma un revuelo inmenso. El primero que hubo aquí -que yo recuerde-  fue "El árbol de las cerezas". El último, "Amanecer de un sueño". Y entre medias, "Son de mar".

Pude ir un domingo al set de filmación porque, casualidades de la vida, mi padre se encargaba del mantenimiento del enorme jardín del chalet que aparece en la película. Por supuesto, esa tarde no había nadie allí. Fuera, en los laberintos de calles que suben al Montgó, los domingos por la tarde no es raro ver curiosos que se acercan a ver cómo viven los ricos. Riqueza como la que se nos enseña en la peli: ostentosa, exagerada,  incluso insultante.

No sé por qué tardé tanto en verla, pero ahora que acabo de hacerlo, pienso que ha sucedido en el momento adecuado. No sé si nueve, siete o cinco años antes hubiera podido entender tan bien la fascinación que puede causar una personalidad como la de Ulises -este y aquel-, y en cualquier caso, me encanta que una parte de mí quede tan bien fotografiada para que los que no la conocéis podáis sentir desde vuestras casas el murmullo de la lonja, la brisilla, otras gaviotas, el olor salado y el ambiente de los pueblos con mar que, para muchos de nosotros, son un ideal al que regresar aún no habiendo estado nunca antes: una Ítaca.

La reseña de la novela, escrita por Manuel Vicent, dice así:

Según el manual de la resurrección, el primer requisito que se exige para resucitar es estar vivo, aunque la vida te sumerja cada día en la profundidad de los mares (...); siempre habrá algún amante que te llame desde cualquier orilla y tú tendrás la necesidad de volver a ella.

Y podemos enlazar varios de estos océanos románticos, igual que ellos mismos se unen y enroscan entre sí formando una masa continuada de agua sobre el mundo, como los océanos de tiempo que cruzó Drácula para reencontrarse con Mina, como el mismo mar que se cruzó en La Odisea, bello, atrayente, peligroso:

Entretanto la sólida nave en su curso ligero se enfrentó a las Sirenas: un soplo feliz la impelía mas de pronto cesó aquella brisa, una calma profunda se sintió alrededor: algún dios alisaba las olas. Levantáronse entonces mis hombres, plegaron la vela, la dejaron caer al fondo del barco y, sentándose al remo, blanqueaban de espumas el mar con las palas pulidas.

PD: Quise ver Océanos antes de publicar esto, pese a llevar escrito muchos días. El azar -descargas fallidas- impidió que pudiera hacerlo, pese a hacerme muchísima ilusión por la apasionada recomendación de alguien que me apasiona a su vez. Dicen que cuando el sabio señala la luna, el tonto mira el dedo. Debo ser tonta. Hace relativamente poco,  ese alguien me explicó -mientras con su dedo silueteaba la figura de una ballena jorobada-, cómo eran, cómo vivían, por qué eran distintas y por qué le fascinaban tanto. Yo no podía dejar de mirar el dedo :$.

Marchamos en un mar de incertidumbres a través de archipiélagos de certezas
(Edgar Morin)