sábado, 8 de octubre de 2011

Una muerte dulce


Es triste y no. Me llegaron mucho aquellas palabras de Buzz Lightyear: "yo quería arreglar el mundo... pero solo soy un juguete". Amor para mí es admiración, y todo lo demás que puede confundirme cuando alguien me gusta, me atrae o me produce curiosidad es otra cosa. Seguramente es esa certeza la que distingue lo que siento o no siento, mi varita de medir. Dejar de admirar es dejar de sentir amor, por muchos resquicios, ternura o recuerdos que queden. Hace un rato estaba cenando en una terraza; con las montañas azul marino ante mí -mis montañas de los viernes noche-. Dicen que cuando hablas mirando arriba y a la izquierda, buscas imágenes recordadas. A mi izquierda he visto luces de lejos, distinguia el cielo perfectamente, y quise justificar sentimientos por el mero recuerdo que me siguen produciendo, en un intento agonizante de rescatar momentos bonitos llenísimos de admiración. Admirando la sensibilidad, la delicadeza de carácter y la belleza plasmada tras otros ojos capaz de emocionarme una y otra vez.

Alguien me dijo hace un par de días que si eso había sido amor, era patético. Imaginé el amor materializado en objeto, en mueble carcomido, con agujeritos pequeños disimulados con barniz, y lleno de túneles huecos y siniestros fragilizando totalmente la madera. No me gustó verlo de ese modo, aún usando la balanza de los hechos. Me sentí mal y triste.

A mí me gusta contribuir a que todo sea más bonito. Inventé un lenguaje hace muchos años: un idioma con miles de diminutivos, otra forma de ver las mismas cosas que para muchos pasan desapercibidas.  Y me gusta cómo me he sentido con determinadas compañías. Ese amor sin condiciones que nos hace mejores solamente por el hecho de existir esa personita admirable -aunque solamente la admires tú-. Amar es aceptar defectos, terminar siempre sonriendo, no sentir enfado. Amar es que te motiven, que te animen a probar cosas nuevas, que alguien convierta un día normal en otro muy especial. Llenar.

Puede que solo haya sabido amar de manera patética últimamente, y que haya ido en cierto modo contracorriente, justificando unos actos poco bonitos con una manera de ser bonita. Siendo "indulgente hasta mi propio patetismo" ("indigna", han pensando algunos). Yo no me siento así. No se puede ser indigno por tener buenos sentimientos. Solo he visto las cosas -mis cosas- llenas de colores, quedándome con lo pequeño, corto y bueno, y tratando de no pensar ni recrearme demasiado en las zonas de niebla. Coloreando mis sensaciones. Todo va emborronándose, muriendo poco a poco; es lógico cuando no se alimenta... entonces,  ¿por qué no hacer que la muerte sea más dulce... ya que no tiene remedio?

2 comentarios:

  1. Lo que diferencia a cada uno es la forma que vemos, afrontamos, sentimos y entendemos cada cosa, las buenas y las malas, las profundas y las simples. No dejes de ver las cosas a tu modo, aunque teniendo en cuenta la forma que puedan verlas los demás.

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  2. Hola, Mr :). Mi modo puede que haya sido demasiado edulcorado, o la realidad demasiado amarga, vete tú a saber. Ver las cosas feas -o como son muchas veces, vamos-, puede que sea positivo al fin y al cabo. En este momento se acabaron los colores y las estoy viendo con los matices grises y negros que han tenido siempre, aunque yo no quisiera verlas de ese modo. Un beso.

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