martes, 18 de enero de 2011

Astral week


Se me sobrecogió todo la primera vez que lo escuché. Fue este pasado diciembre; se avecinaba una lluvia de estrellas -gemínidas-, y había pasado una tarde de domingo especial junto a la chimenea, escuchando música en compañía, e inventando una vida nueva para un personaje imaginario del que solamente conocíamos el nombre, el color de su pelo y poco más. Una más de esas cosas que empezamos las personas sabiendo que seguramente no vamos a acabar, pero que son buenas por el mero hecho del durante, del presente que es en ratos sueltos, y no del final del trayecto. Como los viajes, como la vida, vamos.

El ambiente que imaginé tenía un puerto en una época que no sabía ubicar, atemporal totalmente, mucho paño azul marino, gorras marineras, gris y humedad en el ambiente, y verde musgo donde no alcanzaba la vista. Necesitaba música para ubicarme, y eché mano de los siempre estimulantes Waterboys y ese disco que marcó en cierto modo mi manera de ver la amistad que fue el Fisherman's Blues -asociación de ideas, de mis ideas :)-. A los quince empezaba todo, y a ratos pensé que terminaba también. Justo como me siento ahora. A los quince ya lloré a ratos por decepciones sin saber bien qué me estaba perdiendo -que seguramente era nada-. Y ese disco, esa canción principal, que predispone a la alegría y al brindis por los viejos amigos y los buenos tiempos, me hizo llorar en aquel bar. Una de las primeras veces que lloraba de emoción por algo bueno que había dicho alguien de mí. Alguien que me quería y lo sigue haciendo, veintidós años después. Y alzamos nuestros vasos de Burret con cola, y brindamos, como en una especie de pacto sin palabras, solamente con miradas, mientras la voz de Mike Scott nos contaba aquello de "... ser un pescador revolcándome en el mar, lejos de la tierra firme y de sus amargos recuerdos. Echando fuera el sedal, con abandono y amor. Sin límites debajo de mí, excepto el cielo estrellado arriba iluminando... y tú en mis brazos".

Entonces, el disco se paró en una canción que recordaba vagamente. Me atrapó en nada, y tuve que escucharla varias veces seguidas, porque causó en mí una especie de adicción placentera y a la vez beneficiosa -pocas adicciones son así a un cien por cien-. Tuve que parar de escucharla compulsivamente, poner otras por el medio para no caer demasiado rendida a sus pies; comprobar si , tal vez al compararla con otras, perdía algo de su valor, de ese valor que acababa de atribuirle, capaz de dejarme completamente hipnotizada, como viviendo en el pueblo atemporal del cuento que estaba escribiendo. Pero no pude, no pude.

Y sucedió ese algo mágico, ese instante en que encontré una joya mientras indagaba en ese baúl de tesoros. Como algo valioso dentro de algo que ya era muy valioso. Y, leyendo información de esa canción, quise viajar en el tiempo y meterme de lleno en el origen de esos acordes que tanto me motivaban y tanto me sacaban de dentro. Leí versión, leí Van Morrison -hacía poco me había también medio-enamorado de su Here comes the night, conocía a su chica de ojos marrones tantas veces escuchada, y poco más-.

Lo siguiente, lo más previsible: adentrarme de lleno en su Astral Weeks -absolutamente perfecto en su totalidad-, justo en esos días de lluvias estelares y un futuro incierto pero esperanzador, bonito, tierno. Sabiendo que ese fenómeno tiene justamente eso de atrayente: su belleza... y su fugacidad. Fue todo muy... redondo :).


2 comentarios:

  1. Leí el post hace unos días, pero he estado con el sonido averiado hasta ahora...
    La verdad es que es para tumbarse boca arriba a escucharla... :)

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  2. Heyyy, Cris!! vamos volviendo poco a poco :). Te recomiendo enterito el disco, y me pregunto qué hacía yo antes de conocerlo, así que imagina ;)

    Besetes

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