Malibú resultó ser cortita desde las casas al mar, y muy muy luminosa. Casas que parecían flotar con largas y flacas patas de madera, como de pirata gigante. Las bases, de tanto oleaje, tanto golpe y tanto desgaste, estaban negruzcas, estropeadas, feas...
Había perros grandotes jugando, mucha espuma empuntillando las olas, gente pescando.
Me giré hacia arriba, mirando una de las casas y fantaseando en cómo sería la vida allí dentro, tan cerquita del mar -imaginando el mar en invierno-. Y allí estaba, colgada de una pared. Tristona y azul.
Había perros grandotes jugando, mucha espuma empuntillando las olas, gente pescando.
Me giré hacia arriba, mirando una de las casas y fantaseando en cómo sería la vida allí dentro, tan cerquita del mar -imaginando el mar en invierno-. Y allí estaba, colgada de una pared. Tristona y azul.
Esa visión me hizo pensar que, "incluso en días luminosos y casas blancas, siempre hay un puto huequín para la tristeza".
PD: pero, pese a algunos días feíllos, poquito a poco voy notándome más ubicada y feliz :).
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