miércoles, 21 de abril de 2010

Un pueblo, una playa

 
Uno llega la gran mayoría de veces como virgen a los lugares de la noticia. Los problemas de otros siempre son eso, y nos pueden afectar el segundo o minuto en que prestamos atención a la noticia en la tele, el periódico. Pasado ese breve lapso, ya se pasa a otra cosa -¿de dónde si no la expresión "pasar página"?-.

Luego uno continúa amargado tres, cuatro minutos más si está solo, y quince a lo sumo si está con alguien y lo comentan: "qué asquito de vida, oye". Segundos, minutos, los que se necesiten para terminar el bocado, el sorbo o simplemente aparcar, y problema olvidado.

Otro día resulta que alguien que está allí, que lo vive en directo, que está cien millones de veces más implicado y afectado que tú, va y te lo cuenta. Sí, será su versión, totalmente parcial, pero documentándote un poquito y viendo por donde van los tiros de cierto tipo de gente -que apuntan y disparan siempre hacia la misma dirección-, lo ves de otra manera.

Entonces, un domingo en una ciudad enorme y casi desierta, con las calles mojadas y un silencio especial, te diriges hacia ese lugar. Una simple vía cambia del todo lo que significó siempre una ciudad para ti. Hace cinco minutos era esa urbe enorme y luminosa, y ahora estás en un pueblo de casas bajas, fachadas alicatadas, persianas y rejas de hierro pintadas de negro. Un pueblo con mar.

Llevas varios días pensando de qué modo se puede ayudar a esa gente, a esas  hormiguitas fácilmente pisables y que no pintan nada. Y recuerdas un texto que es una verdadera maravilla, por delicado, por dulce, por evocador, por mil y un adjetivos suaves y agradables al oído. Un texto que leíste hace ya unos meses y recortaste en papel; y que ahora, gracias al bendito Internet, puedes mostrar a todo el mundo: a los que quizás no lo leyeron, a los que lo leyeron y al segundo -o al minuto- lo olvidaron, y a los que probablemente nunca lo hubieran leído por tener otros más interesantes por delante. Ya se sabe que el que mucho abarca, poco aprieta.

Abridlo, por favor, dadle una oportunidad de varias líneas, de muchas líneas, de todas sus líneas (y más  después de habérsela dado a las mías...).

Y, lo más importante, apuntad el barrio del Cabanyal y la playa de la Malvarrosa en vuestra agenda de futuros viajes. Esto se tiene que saber y este lugar se tiene que conocer.


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