viernes, 29 de enero de 2010

Tres minutos

 
Las grandes mentes son geniales, y son grandes precisamente por ser geniales, nunca al contrario. Buscando un artículo que leí en El País este verano sobre la psicología del llanto -bueno, algo así :$-,  me he encontrado este texto de un grande, Julio Cortázar, que inevitablemente me ha hecho sonreír. Me apetece compartirlo con vosotros:
  
Instrucciones para llorar
Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.
(Historias de Cronopios y Famas)

¿Lo mejor para mí? lo de los tres minutos. Leí en un libro sobre asertividad que deberíamos dedicar  solamente media hora al día a preocuparnos, instaurar esos treinta minutos en nuestra rutina, y de algún modo programar el cerebro para dejar de estarlo las 23 horas y media restantes. No es mal plan ¿verdad? Pues eso, preocupémonos media hora... y lloremos solo tres minutos.

PD: estoooo, al menos, intentémoslo ;)

viernes, 22 de enero de 2010

Son tiempos difíciles para los soñadores

 
Hablando esta mañana por fono con un amigo, en este viernes raro, tan parecido a uno de esos días festivos en los que paso toda la mañana sola en la oficina trabajando lo justo -...y necesario, ya que no quedó nada por hacer-, vino al caso un lema de mi/nuestra juventud (pluralizo porque fue nuestro, de todo un grupo de amigos, pese a haber pasado a mejor vida -el grupo en sí, no la gente, afortunadamente-).  Podría asegurar que si dentro de cien millones de años, en un Universo paralelo, alguno de los miembros de ese que fue mi grupo, nuestro grupo, escuchara en cualquier contexto "que se va el barco...", sonreiría, vaya si sonreiría, y enseguida nombrarían al que lo dijo y no dejarían de mencionar al Cutty Sark. Qué cosas, a veces aprende uno algo de historia gracias a una etiqueta de whisky :P.

A mediados de diciembre de 2009 sucedió algo que me reconcilió con muchas ideas. Jugaba entonces a un juego de cine en un foro. Poníamos imágenes de pelis y teníamos que ser los Johnny Ringo de los teclados, ya que la gran mayoría de veces eran capturas tan representativas que solo era cuestión de segundos ver quién ganaba el punto y ponía la siguiente. En mi caso no era así siempre, ni mucho menos, y debía buscar, escarbar y escudriñar en las filmografías de los actores para dar con el plano que se buscaba.

En una de esas búsquedas fui a dar con un blog del que, de todo lo bueno que tuvo para mí leerlo un tiempo, lo que más me llegó fue su título. No puedo dejar de enlazarlo; se titula(ba) Son tiempos difíciles para los soñadores. En un presente en el que parece haberse perdido la confianza en la juventud -al menos aquí en España-, y se habla tanto -no sin razón- del fracaso del sistema educativo de los últimos años, he ahi que vi a un chaval jovencísimo con la cabeza bullendo ideas, ganas... no el único, ni mucho menos, pero puede que fuera ese título, o que hablara de esas películas y no de otras, o que tuviera un blog así teniendo veintitrés años... no sé lo que fue, pero se me guardó, durando lo necesario en mi cabeza como para pasar a formar parte de un recuerdo entremezclado con una canción, que ya véis, probablemente el autor del blog no conozca.

Imagino que no seré la única que asocia canciones con frases, frases con canciones, conversaciones con frases, frases con conversaciones, canciones con conversaciones, conversaciones con canciones.

Ese diciembre asocié el título de ese blog, esa frase tan decadente y, a la vez, tan esperanzadora, con una canción para nada relacionada con ese tema. Ya véis, curiosidades del cerebro humano.

Ahora que no se me trabuque todo y pase a asociarla también con el Cutty Sark, porque entonces ya no sería nuestro lema, sino mi lema solamente.

lunes, 18 de enero de 2010

Certezas

 
He dicho ya un puñado de veces lo poco que me cuesta a veces -y lo mucho que lo necesito de vez en cuando- deshacerme de cosas. Nada de momentos chof, que en esos no sacarías ni la bolsa de basura al contenedor... Mi momento lo estamos tirando, lo estamos regalando/estoy que lo tiro tiene que ser en días a poder ser sin humedad ambiental, con algo de sol -lo que dure el sol dependiendo de la latitud-, y con mucho mucho ánimo y ganas de reempezar, de volver a partir de cero (lo del ambiente meteorológico no tiene misterio, es simplemente que esos días la gente suele estar más animada y envalentonada). Días de limpieza de primavera, que se dijo siempre.

Hace un tiempo perdí algo irreparable. Uno va conociendo gente de esta manera que nos estamos conociendo vosotros y yo, y al carecer de esa mesa con papas, olivas y clarita, se aferra a otro tipo de recuerdos. Me abrí otra cuenta de correo y allí fui almacenando mails, fotos y textos. Hubiera podido guardarlo todo en una carpeta del PC, pero no sé, yo pensaba que las cosas no se perdían así como así. Como habréis deducido por mi tono dramático del principio del párrafo, al tener la cuenta guardada y apenas abrirla en mucho tiempo, llegó el día en que desempolvé esa caja de detrás del zócalo, y, reglas de correo mediante, todo había desaparecido.

Traté de no pensar demasiado en ello, de no recrearme en lo que allí había. No habíamos muerto, seguíamos en contacto, y sobre todo, estaba en paz, ya que tenía la certeza de que, si bien las cosas habían cambiado, podía almacenar ya otro tipo de recuerdos más "normales". Otras fotos, otras experiencias...
Mira que es difícil hacer clic y no pensar en algo ya nunca más. Recuerdo ahora a Isabel Sartorius, aquella chica que tan bien me cayó siempre, sí, un antiguo amor del príncipe. Se le quemó la casa, fue algo tremendo. Y ella diciendo que había perdido no sé cuántos años de su vida, ya que ardieron todas sus fotos, todas. Lamentaba lo de los muebles, la ropa... pero ay esas fotos, fotos de gente con la que no iba a poder estar ya, que, por causas parquenses o simplemente de cambios, formaban parte de su pasado, su vida, sus recuerdos.

Me sentí contenta de tener esa certeza. No lamenté más de lo necesario esa pérdida, y así, en otras épocas de tremendo positivismo, seguí eliminando, también aquello que me causaba malestar, pese a que lo había conservado precisamente para no olvidarlo y aprender de ello. Bah, fuera, eliminar, eliminar, vaciar papelera de reciclaje. Esas personas están ahi, siguen estando. No grabamos de forma material conversaciones de teléfono inolvidables, ni viajes, ni cenas, ni risas. Solamente las recordamos. Alguna foto de esas que te hace digamos sentir bien, algún correo ocurrente... o no, ni eso. No hemos muerto, seguimos aquí. Hoy es hoy, fuera, eliminar, vaciar papelera de reciclaje...

Y qué cosas, que resultó que Gaspar, aparte de la lámpara de selenita que observo en estos momentos, también me trajo un poco de desasosiego. Se tambaleó esa certeza de la que hablé antes, y me vi una de esas noches tratando de atrapar esos recuerdos, no desde mi cabeza, sino desde este medio. Debí guardar aquello... ¡ostis! ¿también lo borré?... ¿por qué eliminé eso si los historiales se guardan de forma automática? ahhh, claro, para hacer espacio, para limpiar... y ¿para qué tanto espacio? no se trata de solapar, de sustituir, ¿podrían haber convivido, no? y ¿por qué sentí que podía eliminarlo, borrarlo, hacerlo desaparecer...? ¿acaso no me instalé el disco duro viejuno en el nuevo Pc? ¿para qué tanto espacio, repito? ¿para qué tanta necesidad de tabula rasa cíclicamente? Podía haber guardado todo en una carpeta y meterla en otra subcarpeta, y ponerle un nombre raro, o esconderlo si es que no quería tenerlo delante, si creí que ya no me apetecería volver a ello otra vez, o que no necesitaría volver a ello otra vez... ¿acaso no cobran más valor las canciones, las películas, cuando el autor ha desaparecido? No eran malas canciones, ni malas películas, nada de eso, era todo suave, agradable, ¿quién me dijo que fuera a ser así siempre...? La vida es una evaluación continua.

Bueno, bueno, llego a un punto en que debo pararme... y respirar -por la nariz- hondo, varias veces, profundas. No nos hemos muerto, seguimos. Sea como sea.

miércoles, 13 de enero de 2010

No es extraño


Tendríamos catorce años, algunas -las más viejunas :P-, quince quizás. Sé que era un día de los que normalmente se aprovechan yéndose a pasarlo a la playa, una de estas fiestas locales que no llegan a día festivo pero tampoco terminan de ser días normales.  Bueno, fuimos al videoclub, y a esos años se está en esa tierra de nadie en la vida de cualquiera en que uno no termina de ser niño y ansía empezar a ver qué hay más allá, tras la frontera de la adultez, de los mayores.

Cogimos una de Eloy de la Iglesia, director fetiche para algunas de nosotras esos años. Cómo no, si estábamos todas (o casi todas) coladitas hasta los huesos por José Luis Manzano, con esa carita de niño, con ese tormento dentro; ese ser normal y corriente que nos mostró todo lo que no era recomendable, sin actuar siquiera, solamente estando allí y dejándose filmar como en un día cualquiera en su vida -su cortísima vida-. Uno de mis primeros amores platónicos.

Creo que era Navajeros, aunque por un segundo dudé ahora si fue El Pico II, ya que las escenas de sexo de ésta entre el Lenda y la otra fueron de las que más recuerdo, quizás mis primeros pensamientos de ese tipo (qué fisno, jeje). Bueno, una, otra, qué más da. Todas allí mirando sentadas en el sofá cómo la embestía. A saber lo que pasaba por cada una de nuestras cabezas, madre mía, a esas edades, ¿qué iba a pasar si no? jajaja.

La cosa estuvo en que, entre embestida, desgarro, arrebatos de túmbate ahi, deja, no dejes, te adoro, fóllame y tal y cual, mi cabeza pasó de estar a lo que estaba para quedar hipnotizada por algo que sonaba de fondo.

Era la canción de Burning  No es extraño.

No sé qué me pasó con esa canción, pero también ella me enamoró, casi tanto como José Luis Manzano, quién sabe. Uno puede enamorarse de una voz como esa, de ese deje de vuelta de todo, de esa letra, ese romanticismo de película de cine negro, de inviernos en Lisboa, de vidas paralelas que parecen no encontrarse nunca, de clubes de Jazz... (hay que ver cuánto ha hecho el cine, las novelas y las canciones -ficción casi siempre- por las fantasías de mucha gente, cómo las ha alimentado...)

Luego, por supuesto, los seguí, y como pasa a veces -aunque pueda parecer siempre, es solo a veces-, me siguieron gustando siempre, siempre de la misma manera. Y esa canción, esa canción con esa letra, esa historia tremenda. Qué daría yo por ver a los que quedan, por escucharlos, en fin...

¿Y quién no soñó alguna vez en su vida con vivir una historia como esta... aunque pueda doler?

Tesoros


Pensaba hace unas horas en ese tipo de gente al que podría describir como capaz de alegrar a uno, de hacer más cómoda la vida a los que con ella se cruzan, de acompañar, como aquel que dice. La palabra acompañar es mucho más que la que solemos usar... tiene más significado, vendría a decir. En concreto, me quedo -para el caso- con la tercera y cuarta entradas de la RAE: "Dicho de una cosa. Existir junto a otra o simultáneamente con ella", y "Dicho especialmente de la fortuna, de un estado, de una cualidad o de una pasión. Existir o hallarse en una persona".

Si bien esta segunda descripción resulta demasiado demasiado... ¿cómo lo diría yo? relativa a la dependencia (ay que me estoy viendo venir a alguien... :P), no tiene por qué leerse o interpretarse literalmente así, sino más bien como un modo de agradecimiento por lo que implica la propia compañía y todo su significado positivo. Ese "gracias por estar ahi" que tanto agradecemos -decir y escuchar-, sabernos afortunados por haber podido llegar a conocer en algún momento vidil a alguien que nos aportó tantas cosas, que nos hizo pasar tanto bueno a su lado y a quien, de alguna u otra manera, nunca nunca olvidaremos.

Llegar a pensar eso en un momento dado es ya un regalo. Que llegue un día en el que vemos a alguien, en el que somos capaces de verlo, reitero y explico mejor, y que ese alguien siga ahi, en mayor o menor medida que antes, eso qué más dará... eso es ya en sí un privilegio, un hallazgo. Y cuando se halla algo valioso, es como cuando se encuentra un tesoro, ¿verdad?

Bien, encontré un tesoro estos días, y no fue necesario escarbar mucho. A decir verdad, era esencial, lo tuve delante todo el tiempo... y no era capaz de verlo así -aún mirándolo-. Vete tú a saber por qué, por ceguera, por lo que dijo Saint-Exúpery, por lo que dijo Tagore, por mil razones que, repito, vete tú a saber...

domingo, 10 de enero de 2010

Frío


Tengo en cuenta cualquier reseña sobre pelis que pasa por delante de mis ojos. Prefiero los consejos que provienen de las personas que más conozco o más me conocen, lo he dicho varias veces, y también los motivos para que sea así..., pero en su defecto, echo mano de listas vistas en blogs, revistas, diarios...
La lista que apareció en el Magazine de El Mundo la semana pasada -no compro nunca ese diario, a menos que me regalen una peli tan estupenda como la que regalaron ese domingo...- era de cien películas dentro de una década que más bien está acabando, puesto que hasta que no acaba el diez, digo yo que no hay diez cosas, años, o lo que sea que se cuente, se almacene, se complete o se redondee con un diez.

Las diez primeras... ohh, Amélie, mi Amélie encabezando el ránking, qué bien pintaba eso para mis gustos... La segunda, precisamente la que me había llevado a comprar el diario ese domingo. La tercera,  Olvídate de mí, una perfecta desconocida hasta ese momento. Perfecta desconocida con perfectos actores. ¿Cómo no me sonaba de nada? Bueno, el que redactó la minúscula reseña que acompañaba ese título pudo dar con la clave: "la traducción del título es penosa y devalúa injustamente la cinta". Sí, puede que ver en primera plana el rostro risueño de Carrey con esa frase más pudiera llevarnos a pensar que se trataba de otra comedia más, parecida a tantas y tantas, y, por mucho que me suelan gustar, no las veo todas ni me interesan todas, ni mucho menos...

Nada de eso. No sé si debería haberla visto, una vez vista... Las casas de la playa en invierno siempre me produjeron un tremendo desasosiego: esa ausencia de vida -que no muerte-, esa decadencia de viviendas cerradas, deshabitadas durante meses, de madera envejecida de año en año y hierros oxidados me resulta demasiado familiar. Y también el frío, ese frío mojado que te llega hasta el tuétano y tan desagradable resulta. Han habido muchas risas en la playa de noche, cuando quizás no pensaba tanto como ahora hago, pero ahora no es lo mismo. En esa película, la escena más tremenda transcurría en una casa de playa, deshabitada... y en invierno:

- Ójala te hubieras quedado...
- Yo también lo desearía. Ahora desearía haberme quedado, y haber hecho muchas cosas. Oh, vaya, ójala... ójala me hubiera quedado... en serio.
- Pues yo cuando bajé... ya no estabas.
- Me fui, salí por la puerta.
- ¿Por qué?
- No lo sé, me sentía como un niño asustado, no sé. Me sentí con el agua hasta el cuello.
- ¿Estabas asustado?
- Sí, creí que ya sabías eso. Volví corriendo hasta la hoguera intentando vencer mi humillación, creo.
- ¿Fue por algo que dije?
- Sí, dijiste: vete... pero con mucho desdén ¿sabes?
- Ah, lo siento...
- No importa...
- Joel... ¿y si esta vez te quedaras?
- Salí por la puerta. No me queda ningún recuerdo...
- Vuelve, y al menos inventa una despedida. Finjamos que la tuvimos.

- Adiós, Joel.
- Te quiero...
- Encuéntrame en Mountauk...
  
Con muchas escenas somos capaces de emocionarnos, de romper a llorar, las hay tremendamente efectistas. Con esta llegué a sentir, además, ese frío, la humedad serpenteante alcanzando todo dentro de mí, hasta la cabeza, hasta los pensamientos...

El título original de la película leo que es un fragmento de Eloisa to Abelard, de Alexander Pope:

How happy is the blameless vestal's lot!
The wordl forgetting, by the world forgot.
Eternal sunshine of the spotless mind!
Each pray'r accepted, and each wish resingn'd.

¡Qué feliz es la suerte de la vestal sin tacha!
Olvidarse del mundo, por el mundo olvidada.
¡Eterno resplandor de la mente inmaculada!
Cada rezo aceptado, cada antojo vencido.

-"Puedes borrar a una persona de tu mente. Sacarla de tu corazón es otra historia..."

jueves, 7 de enero de 2010

El chico del Cabanyal


Fue una tarde festiva de invierno. Me encontraba recostada en el sofá con la estufa a dos palmos y medio , y tapada con una manta polar. Hacía mucho que no veía la tele, acostumbrada más al ordenador, y esa tarde no sé si mi espalda, mi cabeza o ambos me pidieron una tregua de cojín lumbar. Jugueteaba con el mando, con la P+, como suelo hacer siempre. Y entonces lo vi.

El reportaje trataba sobre unas expropiaciones en el barrio del Cabanyal, sobre la gente a la que habían hecho la vida imposible para que se fuera de allí, y a la que le habían hecho lo imposible para que no fuera allí. Entre este último grupo salió un chico. Sería de mi edad más o menos, de pelo oscuro, ojos castaños. Lo presentaron como alguien que, contra viento y marea, se había empecinado en comprar allí una vivienda, aún sabiendo que quizás el Molt Il.lustríssim se la iba a expropiar por cuatro perras.

Se le veía bohemio, pero no del tipo bohemio con rastas y pantalones de colores, que más bien pertenece a otra generación demasiado alejada de la mía. Era una bohemia reposada, madura. Me fijé en la puerta de su casa, parecía una planta baja. En medio de una gran ciudad que cada vez aspira a ser más alta, una sencilla planta baja. Y tenía un adorno de esos de bambú que se cuelgan de la puerta para que suene al abrirla. Me gustó al instante.

Cuando acabé de verlo, contacté por todos los medios posibles con el programa. Sabía su nombre, la fecha de emisión y en qué barrio vivía. No sé si fue suerte, si creer en el destino -que lo digo siempre, a veces me sirve y a veces no-, o si fue chorra, pero lo localicé en Facebook. Fue un arrebato quinceañero cometido veinte años después de tener quince años, una locura, un salto al vacío, pero sin nada que perder.

Nunca había improvisado así una relación, todos mis contactos habían sido viejos y nuevos conocidos, no desconocidos del todo. Puede que lo pillara también en un momento receptivo, pero me aceptó, sin saber cómo era, y conociendo solo mi nombre, tan común por otra parte.
Sabiendo que andaba por ahi, empecé a cogerle más el gusto. La gente se mueve a veces por alicientes así, por ensoñaciones y romanticismo, aún en un entorno en ocasiones frío y superficial.

No me preguntéis cómo fue, pero se interesó en privado por mi persona. Esas palpitaciones ya me sonaban de antes, y tampoco esta vez pude anticiparme, medirme, frenarme. Pensé que no tenía por qué terminar saliendo mal, y era absurdo dejar de ser quien era, con mis fluideces y mis improvisaciones. A alguien terminaría encajándole todo eso, fuera cuando fuera, y podía ser entonces y con esa persona.

Hablamos primero por teléfono, luego quedamos. Nos vimos un par de veces, primero en algún bar cerca de la Estació del Nord, luego en esa casa del Cabanyal con el adorno de bambú en la puerta. Los primeros momentos, con esa luz indirecta que entraba por el Este, me descolocaron, nos descolocaron. Rodábamos por todas partes, lo único ajeno a nosotros que nos hizo falta esos días fue agua, mucha agua, jaja.

Dios, qué feliz me sentía cuando cruzábamos de noche el puente de les Flors, sin apenas tráfico, y me arrimaba a su lado, estrujándome, apretándome. O cuando tomábamos un chocolate en las inmediaciones de la Plaça Redona. Nunca había sido dada a esas demostraciones afectuosas, menos en público. Puede que porque nunca las había necesitado de esa manera, tal vez porque nunca las había sentido así.

Lo mejor de toda esta historia fue esperar un final -como siempre- que ni llegó por sí mismo ni vimos necesario que llegara -ninguno de los dos-. Como se dice, todo era cosa de que algo fluyera, y si bien antes de cruzar ese río desconocido tuve que dejar en la otra orilla mi piano y muchísimos objetos personales que me dolió dejar atrás, también a mí me terminó saliendo bien, como a muchos de aquellos colonos de Norteamérica que abandonaban sus pertenencias para que pasara mejor su carro.

Y apenas nos dimos cuenta de cómo fuimos creciendo juntos, almacenando experiencias comunes en nuestras cabezas, al tiempo que nos deshacíamos cada vez de más objetos que solo eran objetos y poco nos aportaban. Amanecía por el Este, y yo lo veía a mi lado cada mañana. Bajábamos algunos domingos por la tarde a la playa para terminar la semana, y nos inventamos un ejercicio dominical consistente en discutir cada asunto, por pequeño que fuera, siempre en domingo, siempre por la tarde, y siempre en esa playa. Cuando regresábamos, el bambú y su murmullo nos recibían, limpios totalmente de reproches y dudas. Plenos.

martes, 5 de enero de 2010

Gustos


- ¿Cuándo eres consciente? 

- No sé, imagino que, después de adorar un tiempo la Nocilla de dos colores pasas a empalagarte con el sabor del cacao blanco pastoso, que no tiene nada de cacao pero sigue siendo pastoso, y vuelves a preferirla de un solo color...; luego, la novedad de ese monosabor va volviéndose de nuevo demasiado rutinaria, y  te cansa. Entonces, tratas de agotar precipitadamente el resto, dejas un rato en remojo el vaso, y más tarde, con un cuchillo de punta redondeada, rascas el papel mojado del vaso, que pasa a ocupar su lugar en la estantería de vasos de Nocilla que no utilizas casi nunca pero existe porsiaca. Apenas tardas en apuntar en la lista de la compra la Nocilla, y cuando vas a la tienda y ves de nuevo aquella de dos sabores, vuelves a desearla, y pese a saber que te resulta empalagosa al cabo de pocos días, y de saber también que  más pronto o más tarde volverás a definirla como "demasiado pastosa", terminas cogiéndola de nuevo.

Hablo de gustos, y de círculos viciosos. De esos de los que hay que huir como sea, para no terminar sintiéndonos perdedores, ni tampoco parte de escena de peli con barra de bar-cara de borrachuzo-pelo a lo loco- y- rímmel corrido. Eso es muy triste.

Sobre los gustos (sin vicio) hay mucho que rascar -y no vasos de Nocilla precisamente-. Llega un día en que nos acercamos a los libros sin dibujos ni viñetas, por ejemplo. Será gradual, eso dicen, que algunos cambios son graduales, pero no, hay un instante en que se pasa de una cosa a la otra, aún conviviendo una temporada. Un momento, un eslabón de tiempo que somos incapaces de recordar por muy buena memoria que tengamos.

Sobre los gustos (con vicio), comúnmente se usa lo de la gota, que puede ser colmadora de vasos o detonante, dependiendo de qué final tenga, si jartible o maravillosamente perfecto (aquí me permití una licencia, ya que de normal se usa para lo primero  y no para lo segundo). Yo no creo que los gustos  sean estalagmitas, no se cambia así como así sin darnos cuenta. Hay un día en que simplemente sucede. Lo que pasa es que no nos acordamos. Puede haber sido por un empacho,  un tic nervioso, una frase desafortunada, un feo, un sueño, una ventosidad (silent but violent :P)... Es horrible esa sensación de "ayer sí pero hoy ya no" ...

Otro cantar sería discernir entre cuando algo deja de gustarnos y algo nos gusta pero decidimos -a la fuerza ahorcan- que no nos guste más... Pero ya cantaremos otro día.

PD: la foto no tiene nada que ver, pero Gaspar me trajo una similar... y es alucinante :)

viernes, 1 de enero de 2010

Cada luna azul


Decían hace dos noches en la radio que los anglosajones expresan "de Pascuas a Ramos", "de higos a brevas" o "de uvas a peras" con algo tan musical y poético como "once in a blue moon". Este tema, el de la luna azul, es uno de los que más se ha hablado estos días, junto al de la omnipresente -y espero que agonizante ya en unos meses- crisis (al menos en la emisora que escucho cada noche).

Este fenómeno sucede aproximadamente cada dos años y medio cuando en un mismo mes coinciden dos lunas llenas. A la segunda se la llama azul, aunque sea del mismo color que la primera. En 1883, sin embargo, sí se dijo que llegó a verse una luna de ese color, pero fue un efecto causado tras la erupción del volcán indonesio Krakatoa, que llenó la atmósfera de agentes químicos que la tiñeron visualmente de azul durante un tiempo.

La temporalidad con la que hacemos las cosas podría llegar a asustarnos si nos paráramos a ver qué pocas veces son en una vida. A partir de cierta edad las semanas vuelan, algo lógico y universal (aquí y aquí). Ahora, lo normal es decir "hasta pronto", "hasta la próxima", a semanas o meses vista,  y ese pronto, cuando teníamos quince años podía habernos significado toda una vida. Los dos largos meses de verano quebraban algunas relaciones en cierta forma. Quebrarse, no romperse, pero cambiar, al fin y al cabo. Amigos con los que jugábamos a diario hasta junio, llegado septiembre se nos hacían en ocasiones desconocidos, física y mentalmente. Era cada vez un nuevo arranque,  un nuevo "decíamos ayer", que a veces no salía como imaginábamos, no sé si por timidez o porque ya cada cual pensaba un poco distinto del otro, como si esa temporada nos hubiera desamarrado a unos de otros.

A mí el final de agosto me daba cosquillas en la barriga. Tenía ganas de reencuentros, pero a veces se me hacían difíciles los primeros reacercamientos; llegaba un punto en que ese volver a ver se solapaba con aquella última vez, mezclándose dos personas distintas, la que habíamos  dejado al despedirnos y la que re-conocíamos.

Ahora nos sonreímos al despedirnos de la gente; ese mirarnos a los ojos, olernos, escucharnos, vernos reír -qué importante es eso, sobre todo las veces en que uno no ríe a carcajadas ni las escribe, pero sí está riendo-, se esfuma con los dos besazos de despedida y una frase hecha. Nos sonreímos, decía, porque sabemos una cosa que antes no sabíamos: el tiempo es más rápido ahora.

La próxima despedida, para que no sea tan convencional como lo son todas, podríamos sellarla  con los mismos dos besazos pero diciendo: "hasta la próxima luna azul".