(Rolla, Henri Gervex)
"Mis manos son de tu color; pero me avergüenzo de llevar un corazón tan blanco"
"Mis manos son de tu color; pero me avergüenzo de llevar un corazón tan blanco"
Con esta introducción, traducción directa de un fragmento de Macbeth, nos lleva Javier Marías a una historia donde los protagonistas son los pensamientos. El escritor -al que he leído ahora por primera vez-, demuestra una habilidad enorme para adentrarse en la psicología humana, empezando por la de los personajes de su novela, y terminando con la del lector, que asiste a una descripción detallada de todo aquello que nos pasa por la cabeza a la mayoría, y casi nadie se atrevería a firmar.
Entre todo lo que en ella se cuenta -y no voy a destripar nada-, una de sus historias me ha llamado la atención más que las demás. Mejor dicho, un matiz de una de sus historias. Habla sobre una relación especial de amistad que mantienen un hombre y una mujer:
"Entonces, cuando éramos estudiantes, esto es, en Madrid y hace ya quince años, nos acostamos dos veces aisladas, o quizá fueron tres o puede que cuatro (no más), seguramente ninguno de los dos nos acordamos bien de esas veces, pero sin embargo sabemos de ellas, y el conocimiento de ese dato, mucho más el conocimiento que el hecho mismo, nos hace tratarnos con delicadeza en nuestro caso y a la vez con gran confianza, quiero decir que nos lo contamos todo y nos decimos palabras de consuelo o distracción o ánimo cuando advertimos que esas palabras nos son necesarias al uno o al otro. También nos echamos de menos (vagamente de menos) cuando no estamos juntos, una de esas personas (en la vida de cada cual hay cuatro o cinco, y de ellas se sufre en verdad la pérdida) a las que uno está acostumbrado a informar de lo que le ocurre, es decir, en las que uno piensa cuando le sucede algo, divertido o dramático, y para las que uno acumula hechos y anécdotas. De buena gana se aceptan reveses porque van a relatarse a esas cinco personas. “Esto tengo que contárselo a Berta”, piensa uno (pienso yo, muchas veces). "
Todos -estoy de acuerdo con Marías- tenemos a esas cuatro o cinco personas; yo diría que son menos, pero na, puede que sea sólamente mi caso. Y sucede así como él bien describe, vives las situaciones, los momentos (diría que sólamente los buenos), con la ilusión de poder compartirlos el día que sea con alguna o algunas personas. Para el resto no te importa tanto, no te molestas en esperar sus llamadas o sus encuentros para decirles: "- ahh, que el otro día me acordé de tí porque vi/leí/me encontré...". Pero para esas personas escogidas, elegidas, procuras guardar cada detalle, cada sensación. Y parece como si esas historias estuvieran en cierto modo incompletas si no llegan a sus oídos u ojos.
Este fragmento me llevó a estar pensado largo rato. A pensar en la nostalgia, pero no la del pasado como algo lejano, sino la que sentimos hacia las personas, aún antes de que se vayan de nuestro lado para siempre. Curiosamente, la lengua castellana carece en sus orígenes de una palabra que describa ese sentimiento. Ha tomado prestado del portugués incluso la expresión echar de menos (achar menos), y del catalán el verbo más conciso: añorar (enyorar), o sea "recordar con pena la ausencia, privación o pérdida de alguien o algo muy querido".
En el caso del narrador de esta historia que terminé ayer de leer, un cambio de vida y hábitos zarandea la rutina de ese par de amigos:
"Hace unos días hablé con Berta, llamó, y cuando llama es que está un poco triste o demasiado sola. Ya no será fácil que pase temporadas en su casa si abandono del todo mi trabajo de intérprete, tendré que guardar durante mucho más tiempo los hechos y anécdotas que siempre pienso en contarle, dramáticos o divertidos, o escribirle cartas, rara vez lo hemos hecho."
Es obvio que esa pareja de amigos - hombre y mujer-, no vivieron, no sintieron, no fueron imaginados por el autor en plena época de Redes y Desencuentros.
Pero pienso que hay veces que se cambia de escalón como sin darnos cuenta, y aunque sea por centímetros, ya no estamos al mismo nivel. Y ahí se gesta ya esa añoranza.
"Y parece como si esas historias estuvieran en cierto modo incompletas si no llegan a sus oídos u ojos."
ResponderEliminarEstoy convencido de que así es. Me reconforta no sólo que lo veas, sino que hayas querido compartirlo.
Hay personas que se convierten en indispensables, en grandes amigos pr un tiempo y luego desaparecen. Hay gente a la que se quiere muchísimo en poco tiempo. Y hay personas que, de una manera menos urgente, están ahí siempre, que no importa que pasen meses sin verla, que sabes que está ahí, acordándose de ti de vez en cuando de una manera tranquila, y que siempre habrá algo que decir. El mío se llama David.
ResponderEliminarBesos!