miércoles, 9 de septiembre de 2009

Sumas y restas


A veces lo he usado, sobre todo cuando he tenido grandes dosis de confianza con alguien:
- "Vaya, ya he perdido diez puntos..."


- "No te preocupes, solo has perdido cinco puntitos de nada..."

Para nada significa esto que uno vaya contabilizando los agravios en una hoja de Excel, qué va...

Era solo la manera más gráfica que se me ha ocurrido siempre para ver el balance actual en una relación, como eso de las "balanzas mentales", o la metáfora de "regar" las relaciones para que no se sequen, que son igualmente ejemplos simplones y fáciles de entender.

Pero mira tú por dónde, que al verlo por escrito en el semanal de El País, me sentí algo menos rarita, y por supuesto, algo menos "calculadora".
Paso a copiar casi íntegramente el artículo, que pienso que vale mucho la pena. Lo escribió en la sección de Psicología Ferran Ramón-Cortés, y él lo tituló: "Aprenda a ser afectivo":

"Estamos acostumbrados a decir a los demás todo lo que no nos parece bien de ellos. Pero raras veces les decimos lo que sí nos gusta. Comunicamos lo que nos separa, pero casi nunca lo que nos une. Esta carencia de halagos y exceso de reproches nos acaba afectando. Daña nuestra autoestima (uno se lo acaba creyendo) y daña también inevitablemente nuestras relaciones.

Stephen Covey nos sugiere la metáfora de la cuenta corriente emocional para entender cómo se construye (o se destruye) la confianza entre dos personas. Nos explica que funciona como una cuenta bancaria: si hago ingresos (soy amable, honesto, me comunico positivamente y mantengo mis compromisos), voy llenando la cuenta. Pero si hago reintegros (soy irrespetuoso, traiciono la confianza, critico, juzgo, lanzo reproches y falto a mis compromisos), la cuenta se vacía. Cuando los reintegros superan los ingresos, la cuenta está en números rojos, y se pierde la confianza.

Además, es importante saber que en esta particular cuenta corriente, la relación entre ingresos y reintegros no es paritaria, porque somos mucho más sensibles a los reintegros que a los ingresos. Hay reintegros que afectan a la confianza, que necesitarán de muchos ingresos para compensarse. James Hunter nos revela el dato: por cada reintegro hacen falta cuatro ingresos para equilibrar la cuenta.

Siguiendo esta metáfora, podríamos inferir que cada vez que comunicamos al otro algo que nos une, estamos haciendo un ingreso en nuestra cuenta de confianza, mientras que cada vez que le hacemos un reproche, estamos haciendo un reintegro. Si los reproches predominan, aparecen de nuevo los números rojos.

Desde que leí esta metáfora de Covey, quiser fijarme en lo que ocurría a mi alrededor, tanto en el trabajo como fuera de él. ¿Cuál era la proporción entre alabanzas y reproches?¿se acercaba a la mínima relación de cuatro halagos por reproche que -según Hunter- equilibraría la balanza? (...) No encontré ni uno solo en que se llegase a la proporción de cuatro a uno (...) Incluso en un caso extremo, la proporción que pude observar fue de uno a cinco, pero a favor de los reproches. El 100% de las cuentas corrientes en números rojos. Relaciones en las que la confianza se había necesariamente esfumado.

Puede que no sea así en todos los casos, pero lo que es seguro es que estamos muy lejos de un balance sano. Un balance que nos permita mantener un saldo suficiente como para compensar reintegros esporádicos (reproches que creemos necesario hacer en determinadas ocasiones) o reintegros accidentales (reproches que hacemos a diario sin ni siquiera darnos cuenta).

¿Y por qué actuamos así? No creo que el comunicar más reproches que alabanzas sea una actitud consciente. Porque no creo que ninguno de nosotros tenga como objetivo debilitar sus relaciones o "minar la moral" al prójimo. Creo que, así como no dejamos de fijarnos y comunicar a los demás sus fallos, con la loable intención de que rectifiquen, lo que nos une, simplemente, lo damos por supuesto. Esto hace que nunca dejemos de decir a los demás lo que no nos gusta, pero raramente compartamos con ellos lo que nos gusta.

No somos conscientes, pero nos olvidamos. Pensamos que lo que nos gusta de los demás los otros "ya lo captan", o ya lo saben, y la realidad es que no siempre es así.
Deberíamos hacer más ingresos en la cuenta, no dejar ningún halago por comunicar. Y ahorrarnos reproches. Como nos recuerda John Powell: "Debemos ser cuidadosos y no asumir la vocación de hacer ver a los demás sus errores".

Para tomar la senda de comunicar lo que nos une, puede ayudarnos el recordar que las cualidades humanas siempre tienen dos caras: la cara positiva y la cruz. Así, una persona que es sensible, será también con toda probabilidad una persona susceptible. No hay sensibilidad sin una cierta susceptibilidad, como no se puede ser susceptible si uno no es sensible.

Conociendo esta dualidad de las cualidades, ante una persona susceptible podemos hacer dos cosas: criticar permanentemente su susceptibilidad, y hacer continuos reintegros en nuestra cuenta de confianza, o descubrir la cara positiva de su susceptibilidad, que será su sensibilidad. Si la valoramos y se lo comunicamos, podemos hacer un importante ingreso en la cuenta.

Además del refuerzo que supone para nuestra relación, esta segunda opción tiene un efecto sobre la persona: cuanto más valoramos la cara de una cualidad, menos importancia tiene la cruz. La acabamos aceptando como parte integrante de la personalidad única e irrepetible del otro, como reverso de la moneda de esta virtud a la que no renunciaríamos por nada del mundo, con lo cual, cada día se hace menos visible. La cruz de una cualidad se desvanece ensalzando la cara. Reforzar las virtudes es la mejor manera de vencer los defectos.

A menudo nos cuesta decir a los demás lo que nos gusta de ellos. Lo que están haciendo bien. Lo que más valoramos. Y lo cierto es que hacerlo es una gran fuente de motivación. Todos necesitamos pequeñas "palmaditas en la espalda" que nos den energía y confianza. El que alguien reconozca nuestras habilidades y nos lo diga es signo de que nos valora y nos presta atención.

Algo tan importante para nuestra motivación no podemos dejarlo implícito. No es suficiente con que se sobreentienda. Debemos ser explícitos con los halagos. Tan explícitos, al menos, como somos con los reproches. Y en mucha mayor proporción si queremos que sirvan de motivación. Pensar que "el otro ya lo sabe" es una mala excusa. Muchas veces no lo hacemos porque nos incomoda. Pero ahorrarnos los halagos es en cualquier caso una mala estrategia.

Ser explícito con los halagos no siempre significa transmitirlos verbalmente. Hay muchas maneras de hacer llegar al otro un halago. Hay muchos detalles, muchos gestos que no pasarán desapercibidos. Y que a veces son más claros y más explícitos que las palabras. Los halagos no siempre hace falta decirlos, pero sí comunicarlos.

Comunicar lo que nos une no debe confundirse con adular. Todo lo bueno que tienen los halagos, lo tiene de malo la adulación. Cuando adulamos se nota. Y lejos de nutrir nuestra cuenta corriente emocional, estaremos haciendo, de nuevo, grandes reintegros. ¿Cómo podemos halagar sin adular? Siendo sinceros, haciéndolo con naturalidad, y halagando situaciones concretas, logros concretos. Los halagos genéricos, sin motivo aparente, se convierten fácilmente en adulación.

A veces nos incomoda que nos halaguen o que nos comuniquen cosas positivas. Lo cierto es que la forma en que aceptamos los halagos dice mucho de nuestra seguridad y de nuestra autoestima. Es bueno saber recibir los halagos y saborearlos debidamente. Si son cosas que ya sabemos de nosotros mismos, nos dan energía y vemos confirmadas nuestras virtudes. Si nos descubren habilidades nuevas, nos ayudan a crecer y a conocernos mejor.

Hemos de aprender a recibir halagos, y una buena manera de hacerlo es empezar por recibir nuestros propios halagos. Si nos incomoda lo que nosotros mismos nos digamos, seguro que nos costará mucho más aceptar los halagos que vengan de fuera."

¿Qué os ha parecido?

Pienso que no puede estar mejor expresado. Se dice mucho y claro, ¿eh? ;)
"El éxito o el fracaso en las relaciones humanas viene principalmente determinado por el éxito o fracaso en la comunicación"
(John Powell)

4 comentarios:

  1. sí que está interesante, la verdad es que nunca se me había ocurrido lo de la cuenta corriente, pero sí que las relaciones afectivas son algo similar, sí, debe ser pq. soy de letras jijiji.

    Biquiños nena!

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  2. Has sido muy clara, sí señora.

    A ver. yo creo que la razón de que los halagos sean menos es que cuando el otro hace algo bien lo asimilamos como la situación normal: "es lo que se debe hacer". Pasa mucho con los niños que se les riñe cuando hacen algo mal y no se les dice nada cuando lo hacen bien porque se supone que así es como debe ser.
    Lo considero un error, y tñu has explicado muy bien por qué lo es.
    Me ha parecido también muy interesante la idea de que los ingresos y los reintegros no son equiparables porque no los tomamos igual, y la de la proporción en que un reproche se vuelve menos importante cuanto más saldo haya en halagos.

    Y ahora me toca a mí: Muy bien Majo. jajaj.
    En serio, interesante artículo y muy bien contado. Enhorabuena!

    Besos!

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  3. Gracias, Cris, pero no viene mal incidir en que todo el texto entrecomillado está copiado íntegro de ese artículo. Lo ví tan claramente explicado que me apeteció compartirlo. Ya me hubiera gustado a mí haberlo expresado de esa forma!

    Sobre lo que dices de reñir a los niños y tal, precisamente lo que dicen los educadores es que tendríamos que usar más bien el refuerzo positivo, que no deja de ser lo mismo de lo que trata el texto que puse, pero éste parece referido a la edad adulta, en que parece que "esté de más" felicitar "sin más" a alguien por hacer las cosas bien. A veces parece que no viene a cuento y no se sabe cómo lo encajará la otra persona; otras pienso que nos da corte, simplemente. Tampoco sé si esto se da solo en culturas "desarrolladas" o forma parte de la generalidad del ser humano, sería interesante conocer los hábitos en ese aspecto de otros grupos humanos que nos quedan lejos.

    Costoso es ponerlo en práctica, y justamente ahora, cuando vi que mi hijo se estaba terminando todita la cena le dije: "estás comiendo muy bien, muy bien", y me respondió un gracioso "gracias" (valga la redundancia).

    Por mi parte haré un esfuerzo, que no se diga.

    Besets a las dos.

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  4. A mí me viene a la memoria esta entrada de Saddha, en la que trata el mismo tema.

    Muy buen artículo. Tomo nota porque me va a venir genial para hablarles del tema a mis chicos, que están en esa edad en la que ni aceptan halagos ni saben hacer otra cosa más que reprochar.

    Besos, guapa!

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