Acabo de mirarme unos segundos en el espejo para atusarme el pelo y comprobar que no quedaba ningún resto de las rosqui-pipas que acabo de comer, no vaya a ser que entre un cliente por la puerta y se lleve su primera impresión de mi personita con las comisuras de los labios llenas de miguitas de pan.
Porque quién sabe si será un señor que quede prendado de mi y me deje en herencia su casona en las costas escocesas, o quizás en las más cálidas de Cornualles, donde ir a pasar el resto de mis días con mi hijo y dedicarme a escribir novelas de finales trágicos o cuanto menos raros (cada vez soy menos amiga de los finales predecibles en las historias, no sé), mientras él se empapa del idioma y la cultura que tanto amo.
Y hoy, siendo un día luminoso, el espejo me ha devuelto variados matices de marrones. El marrón es mi color preferido, si tiende a chocolate mejor, pero también me agrada el tono café, el del tabaco y el de las castañas...
Y todo en mi es marrón. Mi pelo es marrón y siempre fue marrón. De pequeñita más claro, ahora menos claro, pero nunca llegué a morena. Siempre fui el prototipo de castaña, ni más ni menos.
Coqueteé con una mecha rubia robada del tinte de mi madre el verano de mis dieciséis años; más tarde sentí necesidad a finales de los '80 de ser morena de negro azulado, luego me apeteció ser pelirroja, primero caoba, luego cobriza... porque debo ser una irlandesa frustrada (me asusta lo que puede llegar a apasionarme todo lo referente al mundo céltico, sea en el Norte peninsular, sea en las Islas Británicas).
Los ojos tienden más a las castañas otoñales, las pecas de la cara a la canela, y los lunares al marrón clarito de las hojas de parra cuando empiezan a caer al suelo.
Y elijo sin dudar las prendas oscuras en marrón oscuro, y las claras en tono beige, crudo, natural que se dice ahora, como queriéndome confundir con el paisaje, como intentando ser parte de él y pasar desapercibida por la vida.
No creo que haya nada malo en ir por la vida viendo el mundo de color marrón.
Es un color precioso.
Porque quién sabe si será un señor que quede prendado de mi y me deje en herencia su casona en las costas escocesas, o quizás en las más cálidas de Cornualles, donde ir a pasar el resto de mis días con mi hijo y dedicarme a escribir novelas de finales trágicos o cuanto menos raros (cada vez soy menos amiga de los finales predecibles en las historias, no sé), mientras él se empapa del idioma y la cultura que tanto amo.
Y hoy, siendo un día luminoso, el espejo me ha devuelto variados matices de marrones. El marrón es mi color preferido, si tiende a chocolate mejor, pero también me agrada el tono café, el del tabaco y el de las castañas...
Y todo en mi es marrón. Mi pelo es marrón y siempre fue marrón. De pequeñita más claro, ahora menos claro, pero nunca llegué a morena. Siempre fui el prototipo de castaña, ni más ni menos.
Coqueteé con una mecha rubia robada del tinte de mi madre el verano de mis dieciséis años; más tarde sentí necesidad a finales de los '80 de ser morena de negro azulado, luego me apeteció ser pelirroja, primero caoba, luego cobriza... porque debo ser una irlandesa frustrada (me asusta lo que puede llegar a apasionarme todo lo referente al mundo céltico, sea en el Norte peninsular, sea en las Islas Británicas).
Los ojos tienden más a las castañas otoñales, las pecas de la cara a la canela, y los lunares al marrón clarito de las hojas de parra cuando empiezan a caer al suelo.
Y elijo sin dudar las prendas oscuras en marrón oscuro, y las claras en tono beige, crudo, natural que se dice ahora, como queriéndome confundir con el paisaje, como intentando ser parte de él y pasar desapercibida por la vida.
No creo que haya nada malo en ir por la vida viendo el mundo de color marrón.
Es un color precioso.
Te doy la razón, Majo. Es un color que desprende tranquilidad, calidez y armonía. Me trae a la memoria las hojas secas, los caminos sinuosos a través de los boques frondosos, éses que son típicos en los cuentos de brujas y princesas cautivas...
ResponderEliminarTal vez sea que llevas una dentro... (eso lo dejo a tu elección) :D
¡Cierto!(no lo de llevar otro ser dentro, jeje), sino la armonía que transmite. Tal vez está más presente que otros, tanto en tierras húmedas como en desiertas, que carecen del verde. Sin embargo, estando el azul también presente por doquier, no sé, para mi no es lo mismo, será que vivo con los pies en el suelo :P
ResponderEliminarPues a mí también me encanta el marrón.
ResponderEliminarNo entiendo por qué la sociedad machaca tanto a ciertos colores. Esa misma pelea la tengo yo, pero con el rosa.
Qué mundo este que hasta por el color que te gusta tienes que hacerle frente a los prejuicios de la gente ¿Eh?
Un abrazo.
Espero que lo de elegir solo sea entre bruja y princesa, lo de hoja seca mejor no :)
ResponderEliminarMarrón, el color del chocolate... hummm
Lady_K amb virutes de xocolate.
Jajaja, Lady, siempre tan irónica, me encanta ;).
ResponderEliminarPerséfone, eso que dices es muy cierto. Nos comemos "marrones" a diario, y no precisamente son deliciosos bombones :( (aunque claro, esta analogía digamos que es más del tipo escatológica... *-).
Y, modo-abuelo-Cebolleta-on, me viene a la cabeza un odio desmesurado hacia el color butano por parte de otras niñas, cuando yo siempre vi el naranja como un color positivo, no sé.
En realidad todo es relativo... Mi color favorito era el negro, pero el negro luminoso, nada qué ver con el negro funeral.
ResponderEliminarPor cierto, muy buenas las rosqui-pipas.
P.S. Gracias por tu comentario! Me has abrumado un poco y todo...