viernes, 11 de diciembre de 2009

Boz


Érase un niño que, de pequeño, paseando por los alrededores de una gran casa, soñaba con tenerla algún día. Cuando somos niños no hay nada que parezca demasiado lejano ni inalcanzable, nuestra vida marcha de cero a cien, y todo es una subida. Parece entonces que lo mejor está por llegar, sin saber que lo mejor es ese mientras.

Érase un niño con memoria fotográfica, que trató de empaparse de todo lo que le sucedió en sus primeros años, y -aunque puede que sea egoísta por nuestra parte pensar así- tuvo la inmensa suerte de pasar por varias etapas oscuras, de esas que amargan, pero a su vez fortalecen. A él, aparte de fortalecerle, le hicieron crear un mundo en su cabeza del que escribió y escribió y escribió...

"Yo no tenía ningún consejo, ningún apoyo, ningún estimulante, ninguna consolación, ninguna asistencia de ningún tipo, de nadie que me pudiera acordar. ¡Cuánto desearía ir al cielo!" 

Érase pues, que ese niño no se escolarizó hasta los nueve años. Mientras, su entorno le iba educando, pero con lo que veía en su día a día, y no con lo que se escribía en una pizarra. Mucha gente confunde educación con escolarización, y qué diferencia abismal hay, es enorme. Hasta hay animales corteses que nunca fueron educados -ni por supuesto escolarizados- , y gente educada completamente asalvajada. Y tampoco los salvajes dejan de estar educados. Sería como un gran círculo con dos grandes distinciones: se es persona o no se es, simplemente.

Érase que ese niño creció...

... y  formó una gran familia con diez hijos, y compró esa casa con la que soñaba, y alcanzó notoriedad. Gustó a unos y disgustó a otros, como tiene que ser. Nadie hace todo bien siempre. A nadie le puede gustar todo lo que escribe una persona todo el tiempo -a no ser que se tenga un editor particular que diga sobre qué se tiene que escribir... o a no ser que se escriba lo que se sabe que va a gustar a alguien en concreto y lo convierta en el mayor lector y por ende en el mayor admirador.

Érase que, ya estabilizado sentimentalmente, vio cómo su vida amorosa hacía aguas -hastío, aburrimiento, desamor al fin y al cabo- y volvió a buscar a su primer amor, cual pirata Roberts. Pero ay, que los primeros amores quedan en el recuerdo con el pensar que se tiene en esos años. Y los pensares cambian, y las caras cambian, y lo que entonces hace a la gente estremecerse puede resbalar unos años después... y ella ya no era la que él recordaba, y por supuesto ya no sintió al verla lo que había sentido en su época...

"Cada fracaso enseña al hombre algo que necesitaba aprender"

El niño, el hombre, el escritor, fue incinerado y reposa en la esquina de los poetas de la Abadía de Westminster. Su epitafio dice:

"Él fue un simpatizante del pobre, del miserable, y del oprimido; y con su muerte, el mundo ha perdido a uno de los más grandes escritores ingleses"

Sin embargo, yo me quedo con una de las enseñanzas que nos regaló y que nos ha sido recordada luego en otros muchos libros y películas:

"No fracasa en este mundo quien le haga a otro más llevadera su carga"

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