Llegar antes a algunas ciudades es una gozada. No es como ir con tiempo a cualquier sitio dentro de mi pueblo y esperar a alguien mirando el móvil continuamente y acordándote de su madre... Si llegara a Dénia por Las Marinas y aparcara el coche por allí, me entretendría por las callejuelas de pescadores, observando esas fachadas estrechas e imposibles y escuchando el mar, y oliéndolo.
Pero llego por la zona de campo, como dije, y el barrio al que acudo es un barrio normal y corriente, sin apenas atractivos visuales, como no sea el Montgó, que se levanta imponente delante de la escuela. Me gusta mirarlo, cómo no, igual que me encanta ese trozo de mi trayecto de vuelta en el que aparece Segària a mi izquierda. Como es de noche ya, se ve una masa oscura, inmensa, y siempre me impresiona.
Bueno, que me desvío a la mínima... la cosa es que cerca de la escuela, a menos de cinco minutos andando, se encuentra la mayor librería de la zona. Allí uno puede encontrar cualquier libro, y no es un decir. Casi diría que a veces llego aposta con tiempo de sobra, solo para perderme un ratín viendo y manoseando libros. A los que no saben qué regalar, siempre les digo que un libro. Si el destinatario no es amante de la lectura puede ser un libro visual con fotos, paisajes, dibujos, pinturas. También hay libros sonoros, otros táctiles, e incluso con aromas. Siempre pienso que es el mejor regalo -materialmente hablando- que existe. Pero claro, es mi opinión.
Bien, la semana pasada aproveché ese ratín de ocio y paseo para aprovisionarme de unos cuantos libritos y librotes para regalar. La cola, pese a ser una hora temprana, era bastante larga, y aún habiendo dos mostradores distintos, el que yo elegí era el más concurrido.
Pese a que, como dije, tenía tiempo, una vez elegidos los libros ya se acercaba la hora en que debía estar en clase, así que empecé a mirarme el reloj. Al principio para saber la hora, más tarde, para ver si la chica que envolvía los libros se daba cuenta de que tenía algo de prisa. Me preguntó para quién era cada uno de ellos, con tal de adaptar el papel, y escuché ese acento argentino o uruguayo, que nunca distingo, y entonces observé la calma con la que hacía su trabajo.
En plan mariconsejos, una vez, dije a alguien que la felicidad era hacer un zumo de naranja e ir disfrutando cada uno de sus procesos: el corte de la fruta, el disfrute de ese primer aroma ácido al hacerlo, el movimiento de muñecas, el repaso de la estopa... Lo dije porque así lo había leído no sé dónde, pero en ese momento, en esa librería, solo fui capaz de pensar que una cosa era decir las cosas y otra hacerlas.
Ella eligió con toda la parsimonia cada papel, y envolvió el primero, al que colocó una señal como le había indicado para acordarme de a quién iba dirigido. No cogió ni siquiera el rotulador con prisa y garabateó la señal. Lo descapuchó y trazó con completa calma aquel número. No le importaba cuánta gente tuviera en la cola esperando, ni que yo mirara continuamente el reloj, ni que suspirara. Ella seguía con toda su delicadeza el proceso de envoltura de libros. Me fijé en el modo en que lo hacía, y cómo movía sus manos, y puede que por dentro estuviera a mil cosas, pero me dio la impresión de que tenía su mente puesta solamente allí, en ese papel, esas tijeras y ese celo, y que disfrutaba plenamente de lo que hacía.
Cuando trabajaba de dependienta me decía mi encargada: "tú no tengas prisa, a quien le interese, esperará". Pero nunca fui capaz de dejarme llevar por la calma cuando veía aquellas colas...
ResponderEliminar:S
Holas,
ResponderEliminarEstoy seguro de que todos nos damos cuenta del mismo detalle: Ella podría hacerlo mucho más rápido, e igual de bien.
Pero también cualquiera puede ver que ella lo sabe de sobra. Y que ha decidido (seguramente por simple experiencia) que no es sano vivir deprisa, y mucho menos vivir con la prisa de los demás. Y eso es lo que hace valiosa su actitud, por su determinación. Vísteme despacio, que tengo prisa.
Así debemos recordar con todas las personas que trabajan en lugares donde se forman colas. Desde el peaje, hasta el supermercado.
Y cuando nuestra ansiedad se disipa, como desaparece una nube que nos nublaba la visión, nos es más fácil reconocer que no son ellas/os quienes forman las colas, sino nosotros, yendo una y otra vez a los sitios convencidos de que solo estaremos nosotros, solo habrá que atendernos a nosotros, y en ese lugar solo debe tardarse lo que se tardaría en atendernos únicamente a nosotros.
Siempre hay tiempo suficiente. Lo difícil está en tener en cuenta el tiempo de los demás.
Lo relativo y subjetivo de la apresiación del tiempo; el problema a vecs es hacer equilibrar nuestro tiempo con el de los demás. Y de esto un pequeño dilema: ¿el tiempo de quién es más importante y hasta qué punto la "aceleración" debe respetar ciertos límites? ... Porque esos ciertos límites es justamente el otro.
ResponderEliminarsaludos,
Alejandro.
Sí, de ser un problema de tiempo, se pasa a ser un problema de tempo.
ResponderEliminarSaludetes a los tres...