Ayer tarde, hablando de cine con un amigo, le comentaba que durante muchos años mi película favorita había sido
El Regreso. Esos años me sentía especialmente atraída por la temática de la Guerra de Vietnam -
creo que, o lo he dicho ya por aquí, o acabo de tener un Dejà Vu- . Pensándolo bien puede que me
atrajeran todas las guerras, ahora que caigo, porque podría decirse que mi introducción en el cine "de adultos" había sido ver, a los quince o dieciséis años
Johnny cogió su fusil. La dieron sobre la una de la madrugada. Todavía no era una lirona, y para nada necesitaba el dormir tal y como lo necesito ahora. La vi con uno de mis hermanos, trasnochador de toda la vida y quien me introdujo en varios mundos que forman parte de mi vida ahora: la música, la lengua inglesa y el cine en sí -ya que se tragaba todas las sesiones de
Filmoteca TV y
Cineclub, a poder ser en versión original, fuesen en el idioma que fuesen, ya que tiene el don de la poliglotía-.
Seguramente no hablamos mientras la vimos, porque no recuerdo absolutamente nada al respecto, ni un comentario, ni siquiera recuerdo haber respirado los ciento once minutos que duró. Solo que tenía un nudo todo el tiempo, que aquello era muy fuerte, y que necesitaba soltarlo como fuera, pero no en ese momento. Al día siguiente, sí que recuerdo que en clase de Literatura solo quería hablar de ella. No hablábamos de la I Guerra Mundial, no venía a cuento (¡si estábamos en clase de literatura!), pero era una clase que fomentaba la participación, con Nacho Cabezas a la cabeza, valga la redundancia, y necesitaba hablar de esa película, soltar ese nudo que me apretaba desde la noche anterior de manera tan fuerte.
Esa fue pues la primera película que me marcó, pero no tuvo nunca el estatus de "película favorita" que tuvo hasta hace nada la de Ashby... Me pregunto qué me gustó tanto de ella a los veinte años. Seguramente su comienzo sea, junto con el de Buscando a Nemo, uno de los que más me afecten emocionalmente, de los que creo que mejor ajustan los créditos iniciales con la música, de los más logrados que he visto hasta ahora -con lo que me queda por ver...-. Bruce Dern corriendo, sin parar de correr; al mismo tiempo, otros que antes corrían no lo podrán hacer más, y se juntan todos esos planos, con una canción que me encanta y que no he logrado averiguar nunca de quién es :(.
Hace unos años hablamos otra vez de ella un grupo de gente hasta entonces desconocida y yo misma. Tenía entonces treinta y cuatro años y, pese al recuerdo tan claro de ese comienzo que logró atraparme, y cómo no, de ese transcurso y su final -entre medias, Sympathy for the Devil y los estupendos Jon Voight y Jane Fonda, representantes del setentismo norteamericano del cine que yo conozco, que ya dije que no es mucho-, me pareció comprender por qué me gustaba tanto: me había mostrado a las claras que la vida da muchas vueltas, y a veces lo que has esperado durante tanto tiempo puede acabar volviéndose en tu contra, e incluso llegar a aborrecerlo.
Ya digo, después de esa conversación de ayer en que salió ella, la palabra regreso quedó subliminalmente en mi runruneo el resto del día. Fue inevitable pues pensar en ese concepto y no recordar a Odiseo, su viaje... y su vuelta. Cada cambio de hábito y costumbre supone un viaje; las crisis mismas son una ocasión única para viajar, y no me refiero físicamente, sino mentalmente. También lo son los cambios de estación, las vacaciones, las ausencias - las nuestras y las de otros...- Cuando uno regresa de uno de esos viajes, puede haber superado el temor a esos monstruos, que, como dijo Kafávis, no se nos presentarán siempre que nuestro pensamiento esté en paz, ya que viven dentro de nosotros. Contra nosotros mismos debe llevarse a cabo la mayor empresa y lucha, y así, nuestras expectativas sobre Ítaca serán menos elevadas, y se nos mostrará ante nosotros, fácil, accesible...
Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Poseidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Poseidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades de Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.