miércoles, 4 de noviembre de 2009

Señales


 Cuando conduzco por carreteras escondidas es normal encontrarme con reclamos con globos de colores amarrados a un margen, indicando un cumpleaños en alguna casa esparcida por el término. Da igual que sea en mi pueblo que en los andurriales de las ciudades. Allí están esos globos, señalando cercanos griteríos de niños, velas sopladas y trozos de papel de regalo roto esparcidos por el suelo.

A veces, me encuentro ramos de flores en curvas malditas, o cruces plateadas, o señales de mordisco donde alguien tuvo un accidente.

Cuando entro en la capital, leo mensajes de amor escritos con letras enormes en las inmediaciones de las vías del tren, con grandes corazones y flechas cruzándolos.

Antes, cuando era menos ingenua, me gustaba esparcir señales, guiños, por donde fuera que escribiera, por donde fuera que pasara. No me paraba a comprobar que la persona o personas destinatarias se dieran por enteradas. Lo dejaba al azar, confiando en que si alguien lo leía, se pudiera sonreír con aquel detalle insignificante. Si no reía, si no se daba cuenta, era porque realmente entre nosotros no había nada. Porque cuando hay algo, no es necesario más;  se ve, se intuye, se lee entre líneas. Se sabe.

No la llegué a conocer nunca en persona; de hecho, desconozco cuál era su nombre. Sí la intuía amable, risueña. El trozo de mundo donde nos cruzamos la hacía distraerse de sus problemas, que no eran pocos.

Hay ausencias que se notan. Y así, después de intercambiar algunos correos cortos y llenos de buenos augurios, ella desapareció.

No fuí la única que se dio cuenta, a decir verdad nunca podré saber cuántos fuimos los que nos dimos cuenta. Yo, por si acaso, poniéndome en su lugar y pensando en qué me haría ilusión a mí, le dejé miguitas para cuando regresara.

Fueron pasando los meses y ella no regresaba. Tampoco me respondió las últimas veces, claro.

Ayer "la vi" de nuevo paseando entre el resto de gente. El corazón me dio un vuelco, y ya pensé que al final las cosas siempre salen bien cuando uno es joven y tiene ganas.

No me respondió, pero no me importó en absoluto. Un regreso después de un tiempo tan prolongado tiene que tomarse su tiempo, y habituarse de nuevo poco a poco, reacostumbrarse a la rutina.

Hoy recibí una carta: no era ella quien paseaba, era su hija. Mediante una intermediaria, me hizo llegar un mensaje.

Ella nunca pudo leer aquellos mensajes, ni tampoco responderlos. Aquello no salió bien.

Me quedo con su pensamiento, que -como bien me comentó un día-, se parecía mucho al mío:

"Cada día cuenta; si hoy no es bueno, mañana puede ser el mejor"

5 comentarios:

  1. Cada paso, cada gesto, cada saludo, cada sonrisa... son señales de que podemos hacerlo mejor si todos ponemos algo de nuesrta parte

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  2. Ahora que sé de qué y de quién hablas, sólo puedo decirte: "chapó". Felicidades por tu genial descripción.

    Un beso guapa.

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  3. Todos van y vienen, y a veces recoge la señal quien menos te lo esperas.

    Besos...

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  4. Bueno, no esperaba esa comunicación, y de alguna manera quise dejar constancia, ya que de mis conocidos diría que ninguno sabía nada de esto.

    Muchas veces he dicho que a veces me gusta escribir las cosas para que no se pierdan, sobre todo si son hechos puntuales que me marcan, por decirlo de alguna manera.

    A todos gracias por venir, y a J que no me dé las gracias. Pienso que ha sido una entrada bastante amarga, y en todo caso gracias a él por cogerla por el lado positivo, si es que lo tenía.

    besets a todos.

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