lunes, 29 de diciembre de 2008

Por los viejos tiempos, Auld Lang Syne

Una de las cosas que más me llamaron la atención en todas las ocasiones en que viajé a Reino Unido fue el cuidado y delicadeza con que tratan a sus héroes nacionales, a sus edificios históricos, a su pasado, sin graffitis antiestéticos (que existen los estéticos, por qué no), sin rayaduras en los bancos con nombres de parejas que seguramente sean efímeras (ya se sabe, esos amores a los trece años...).

Cuando se viaja a Escocia, concretamente, no hay visitante que vuelva a su lugar de origen sin conocer la figura del poeta nacional Robert Burns, nombrado en todos los folletos turísticos, recordado de viva voz por todos los guías locales, sean conductores de bus o sean "de a pie". No se llega a conocer su obra, pero sí se recuerda su semblante, bien parecido, romántico, de facciones dulces (a veces la cara y los ojos sí son el espejo del alma).

Y dejó, aparte de su poemario y su recuerdo unánime en toda Escocia, un himno escuchado hasta la saciedad en multitud de películas, en infinidad de versiones.

Y deberíamos olvidarnos de su música para centrarnos en su letra, que diría algo así como:

¿Deberían ser olvidados los viejos amigos y nunca recordados?
¿Deberían ser olvidados los viejos amigos y los viejos tiempos?
Por los viejos tiempos, amigo mío, por los viejos tiempos.
¡Tomaremos una copa de afecto por los viejos tiempos!
(...)

Y hay una mano, mi leal amigo y danos tu mano
¡Y beberemos una copa de afecto por los viejos tiempos!


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