Qué maravilla la mente humana, la de cosas que es capaz de almacenar, imaginar, prever, recordar...
Siempre habían coincidido rodeados de otra gente y otros elementos: compañeros de trabajo, otros amigos, interferencias de plástico, plasma, cobre...
Llegaron al restaurante con algo de timidez, los dos solos. ¿Qué sentido tenía que ella se hubiera pintado los labios, si nunca lo hacía? ¿podría darse un malentendido y pensar él que quería seducirlo? no, no, inmediatamente apartó ese pensamiento con un leve movimiento de cabeza. Ay la mente, qué retorcidilla es a veces... siempre.
La cena transcurrió de forma amena, con risas, aunque algún momento incómodo hubo, sobre todo cuando se cruzaban las miradas... "no, no, somos amigos, no debo pensar nada más", se decía ella. ¿Y él? ¿qué pensaría él?, a saber... él también pensaba, hecho que parecía que ella olvidaba en ocasiones. ¿A qué santo tanta incomodidad? cuando terminaron marcharon a un Pub donde se sentaron en un rincón, con asientos de skai y láminas en blanco y negro sobre sus cabezas. La música estaba a un volumen que no implicaba que tuvieran que levantar demasiado la voz, ni siquiera acercarse. Tenían unos vasos de whisky delante, todo iba surgiendo más cómodamente, con la complicidad del alcohol, y ya se acercaban las piernas al hablar. El lenguaje gestual era evidente, pero ninguno de los dos hacía nada. Ella le dijo algunas cosas en voz más baja para que él se acercara, y él se acercaba gustosamente. Ella se levantó para ir al servicio y se miró al espejo, y comprobó que todo estuviera bien, algo nerviosa. ¿Qué estaría pensando él? a saber... Y pusieron aquella canción, y ahí el destino les tenía preparada esa fracción de segundo en la que se deciden las historias de amor. Y se miraron fijamente, "qué ojos tiene", pensó ella, "qué guapa es", pensó él. Pero pasó aquel instante, y ninguno de los dos hizo nada. La velada transcurrió normal y corriente, la magia se había esfumado. "No le gusto", pensó ella, "no le gusto", pensó él.
Cuando se despidieron, en la puerta del Pub, quizás para no verse más, ninguno de los dos hizo ningún esfuerzo para continuar la noche.
Ay la mente humana, qué complicada es a veces... siempre.
Siempre habían coincidido rodeados de otra gente y otros elementos: compañeros de trabajo, otros amigos, interferencias de plástico, plasma, cobre...
Llegaron al restaurante con algo de timidez, los dos solos. ¿Qué sentido tenía que ella se hubiera pintado los labios, si nunca lo hacía? ¿podría darse un malentendido y pensar él que quería seducirlo? no, no, inmediatamente apartó ese pensamiento con un leve movimiento de cabeza. Ay la mente, qué retorcidilla es a veces... siempre.
La cena transcurrió de forma amena, con risas, aunque algún momento incómodo hubo, sobre todo cuando se cruzaban las miradas... "no, no, somos amigos, no debo pensar nada más", se decía ella. ¿Y él? ¿qué pensaría él?, a saber... él también pensaba, hecho que parecía que ella olvidaba en ocasiones. ¿A qué santo tanta incomodidad? cuando terminaron marcharon a un Pub donde se sentaron en un rincón, con asientos de skai y láminas en blanco y negro sobre sus cabezas. La música estaba a un volumen que no implicaba que tuvieran que levantar demasiado la voz, ni siquiera acercarse. Tenían unos vasos de whisky delante, todo iba surgiendo más cómodamente, con la complicidad del alcohol, y ya se acercaban las piernas al hablar. El lenguaje gestual era evidente, pero ninguno de los dos hacía nada. Ella le dijo algunas cosas en voz más baja para que él se acercara, y él se acercaba gustosamente. Ella se levantó para ir al servicio y se miró al espejo, y comprobó que todo estuviera bien, algo nerviosa. ¿Qué estaría pensando él? a saber... Y pusieron aquella canción, y ahí el destino les tenía preparada esa fracción de segundo en la que se deciden las historias de amor. Y se miraron fijamente, "qué ojos tiene", pensó ella, "qué guapa es", pensó él. Pero pasó aquel instante, y ninguno de los dos hizo nada. La velada transcurrió normal y corriente, la magia se había esfumado. "No le gusto", pensó ella, "no le gusto", pensó él.
Cuando se despidieron, en la puerta del Pub, quizás para no verse más, ninguno de los dos hizo ningún esfuerzo para continuar la noche.
Ay la mente humana, qué complicada es a veces... siempre.
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